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Hace varios años, en una reunión familiar, la esposa de un primo de mi esposa nos contó que estaba emocionada porque su hermana (la hermana de la esposa del primo de mi esposa), una estudiante de cine graduada poco antes, había conseguido en España, tras mucho esfuerzo, financiamiento para su primera película. No llegué a enterarme de nada en particular sobre el proyecto y, de hecho, cuando un par de años después vi la película, Madeinusa, no recordé de inmediato que alguien ya me había hablado de ella antes de que fuera filmada.
Pasados algunos años, Claudia Llosa se ha convertido en la cineasta central de la nueva generación en el Perú, y, no sólo a mi juicio sino al juicio de muchos, en la más original y sofisticada directora de nuestra historia fílmica, con tan solo dos largometrajes y un par de cortos entre los cuales está el que acaba de proporcionarle por segunda vez un premio en el festival de cine de Berlín (y que yo, como la mayoría, no he podido ver todavía). Sus películas han logrado algo que, en las artes peruanas, resulta cada día más insólito: llamar la atención del público general y, a la vez, generar debate intelectual, aunque sea uno menor que el que merecen, aunque sea un debate que a ratos derrapa e ingresa en el terreno del ataque indiscriminado.
Su trabajo es polémico de verdad, no polémico en ese sentido triste y devaluado con que se suele usar el término en la prensa y en las redes sociales peruanas, donde se le llama “polémico personaje” al mentiroso, al racista, al delincuente, al estafador, y se le llama “idea polémica” a lo estrambótico, al prejuicio, al insulto, a la hipocresía y al descaro.
La obra de Claudia Llosa es polémica porque nos enfrenta con ideas e intuiciones acerca de nosotros y de nuestro mundo que no hemos considerado antes, que se alejan de nuestro primer instinto y chocan contra nuestro sentido común; es polémica porque a veces nuestra reacción inicial ante ella es el rechazo, la negación (o la represión), pero la siguiente reacción es la duda y de inmediato la discusión, a veces la discusión íntima, la que uno sostiene consigo mismo: es polémica no sólo porque nos confronte con otros, sino sobre todo porque nos enfrenta con nosotros mismos.
Claudia Llosa no nos pinta el cuadro que esperamos y no nos encandila con la repetición de una falsa grandeza peruana libre de conflictos; no nos conforta, no nos hace soñar que somos más de lo que somos (y sin embargo nos hace más de lo que somos), no nos hace más fácil vivir y no permite que nos olvidemos de las enfermedades de la nación: su dedo apunta hacia nuestros problemas, señala desencuentros, hace presión en las partes que nos pueden doler más: en la violencia social, en la marginación cultural, en el desprecio de género, en la segregación racial, en los abusos del estado, en la brutalidad de nuestras relaciones como comunidad.
Y además hace algo que sólo consiguen los grandes artistas: inventa un lenguaje propio para decir lo que tiene que decir, un lenguaje suyo en el que confluyen muchos, porque una sola lengua heredada le es insuficiente, un lenguaje que puede intrigar a la gente del pueblo, al crítico más riguroso y al espectador extranjero (no lo digo pensando en los jurados europeos, sino en decenas de estudiantes americanos a los que les he mostrado sus películas); pero es un lenguaje que también puede subyugarlos a todos y que nos pone a conversar. Yo no tengo dudas de que, si hubiera más peruanos como ella, el Perú sería un país inmensamente mejor; y eso no tiene nada que ver con los premios que reciba: sus películas son un triunfo en sí mismas.
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2 comentarios:
Hummm, bueno, sí, pero igual tengo que decir que " La teta asustada" no me gustó. Me dio sueño.No sé, señor, hice mi pequeña encuesta y de 5, a 4 personas no les gustó, No fui la única. Y tengo que aclarar que al que le gustó añadió que fue porque era una película peruana.
El público está para Crepúsculo y nada más, lamentablemente. Estamos cagados...(perdón, no encontré adjetivo más exacto).
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