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Quiero hablar de Vallejo, esta vez no como comentarista ni como crítico sino como simple lector de poesía. Hay un solo poema en este mundo que nunca he sido capaz de leer en voz alta sin terminar llorando, y no es un poema de amor, ni un poema sobre la muerte de un ser querido, ni un poema simplemente confesional, aunque confiese más que cualquier otro en la lengua castellana, sino que es un poema sobre la irremisible tragedia de ser solo seres humanos y también sobre la increíble grandeza de serlo. Es "Los nueve monstruos" de Vallejo.
Y, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de sér, dolernos doblemente.
Jamás, hombres humanos,
hubo tánto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la arimética!
Jamás tánto cariño doloroso,
jamás tan cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tánta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.
Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rousseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!
Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.
El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás de perfíl,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar…
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más)
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardio!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tánto cajón,
tánto minuto, tánta
lagartija y tánta
inversión, tánto lejos y tánta sed de sed!
Señor Ministro de Salud; ¿qué hacer?
!Ah! desgraciadamente, hombres humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.
Si nuestro mundo no ofreciera infinitas posibilidades para la persistencia del amor y de la vida en comunidad, junto a las infinitas trabas que ofrece contra todo eso, Vallejo no habría existido. ¿Qué posibilidades tenía el undécimo hermano de una familia de once, nacido en una pobre ciudad de los Andes del norte del Perú, estudiante de una pequeña escuela fiscal, perseguido por la enfermedad, encarcelado, migrante forzoso que vive entre la pobreza y el anonimato, de convertirse en pieza clave de la evolución de la literatura occidental en el siglo veinte?
Vallejo, como escritor y como intelectual, se estrelló muchas veces contra los obstáculos de una educación limitada y las escaseces que afronta cualquier peruano de la clase media provinciana que además se va empobreciendo a lo largo de su vida; luchó y fracasó en muchos géneros (no fue un gran novelista, no fue un gran dramaturgo, aunque tratara), pero no desfalleció ni renunció, probablemente porque entendió que los fracasos temporales eran inevitables en una empresa como la que se había planteado, que no era la pequeña empresa de triunfar como escritor, sino la inmensa empresa de inventar un lenguaje que le permitiera decir lo inefable o por lo menos señalarlo, dibujar el gesto que nos permitiera intuirlo.
Porque Vallejo no escribió para salvarse sino para salvarnos. Cuando uno lee "Los nueve monstruos", uno sabe que el poema ha sido escrito por alguien que es nuestro padre y nuestro hermano, alguien que nos quiere de manera indecible, que nos quiso antes de que naciéramos, que nos sostiene juntos en su abrazo y reclama por nuestro bienestar pese a temer que sea inalcanzable. "Los nueve monstruos" y toda la poesía de Vallejo son el tipo de cosa que debería ocupar días enteros de conversación en todas las escuelas del Perú; son el tipo de literatura que solamente puede hacernos mejores de lo que somos, si podemos entrar en ella o dejar que entre en nosotros. Pero ahora resulta que porque Vallejo no nos contó historias de héroes victoriosos y quizá porque su empresa no fue un negocio, Vallejo es un mal ejemplo. Estupideces. Vallejo es un triunfo, es el mejor de todos.
En este año en que se cumplen 120 del nacimiento de Vallejo, es una lástima ver su nombre absurdamente vilipendiado por un ignorante en las páginas de un diario, junto a otro nombre crucial en nuestra literatura y, por lo tanto, en la construcción de nuestra identidad como nación: el de Julio Ramón Ribeyro. Mi amigo Alonso Rabí, hasta hace unos años editor de El Dominical, me hace notar que tanto Vallejo como Ribeyro fueron colaboradores de El Comercio alguna vez. Miren quiénes los reemplazan hoy y con cuánta ignorancia y cuánta insensatez. ¿Alguien necesita más pruebas de la decadencia de la prensa nacional?
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8 comentarios:
No son necesarias más pruebas. De ninguna manera. Solo me queda una duda, más bien de corte teológico, aunque también podría considerarse estética:
¿De la Torre es el décimo monstruo o es el primero?
No sólo la prensa se ha deteriorado. Y lo que se ha deteriorado, no se ha deteriorado sólo en el Perú. Hace rato ya que es posible en los discursos públicos de todas partes decir sin empacho que ser "ganadores" o "perdedores" es eminentemente una cuestión de actitud, o que la economía, la vida y la sociedad se tratan de "ganar" o "perder" a nivel individual, y proponer que no hay ningún valor (ni ético ni estético, ni nada) que deba anteponerse a ello. Que a alguien se le haya ocurrido que Vallejo "influye negativamente en el subconsciente" de los peruanos es una pachotada risible. (Vallejo, quien contra innumerables obstáculos consiguió producir una de las formas más altas de aquello que había asumido como su tarea; en sus propios, pobres términos, la idea es absurda). Que un diario como el Comercio publique semejante cosa no sorprende, pero sí apena. Ambos son signos de los tiempos, sin embargo, y síntomas (profundos) de una cultura que se enorgullece de ser mercenaria y ni siquiera concibe la posibilidad de pensar el mundo, y vivirlo, desde otro lugar.
Profe,
Gracias por ese articulo
Me fascina "Los nueve monstruos" y me encantan los comentarios. De hecho, Vallejo es un escritor muy singular.
-k.
Bello. Gracias. Me reí mucho con el artículo ese que apareció en El Comercio, pero en el fondo sé que es un asunto serio. Qué irresponsabilidad tan grande prestar tal espacio a esa chatura de pensamiento.
Comprendo tu indignacion,y noto el dolor que sientes al ver el nombre de un maestro como Vallejo maltratado.
Silvia
ps: "la inmensa empresa de inventar un lenguaje que le permitiera decir lo inefable o por lo menos señalarlo, dibujar el gesto que nos permitiera intuirlo." Profunda descripcion del lenguaje vallejiano.
.."luchó y fracasó en muchos géneros pero no desfalleció ni renunció, probablemente porque entendió que los fracasos temporales eran inevitables en una empresa como la que se había planteado"....
Retratas a Vallejo como todo un emprendedor, pero la verdad Vallejo se dejo matar. Murio de pesimismo.
Saludos.
Es cuestión de escaquística. De cacofonía de los sentidos. La redundancia crea antítesis, y viceversa. Escritor y autor, tema delicado, pero si es que se quiere evitar estratagemas como las de la Miro Quesada, hay que dejar de apelar a la conmoción por la vida del autor para respaldar innecesariamente la conmoción ante el poema. Ser pobre a principios del siglo XX debió ser muy diferente a ser pobre hoy en día. En esos tiempos un sacerdote era un funcionario principal. Comprenderás, Faverón, que lo industrial arrecia, que la certeza 21 de Montaigne se decuplica. Ni Vallejo era tan pobre ni los hoteles de París tan feos como quisiéramos creer. Ahí si tiene razón la editora, se ha hecho una utopía de miseria yuxtaponiendo ignoranticiamente al hombre y su obra. No hay que colaborar en eso, Gustavo, hágame ese Faverón. El apellido por ser una sola palabra absorbe a las miles de palabras que constituyen la obra. No recuerdo bien cuál Santisteban ha soltado en una obra conmemorativa de Vallejo, editada por la PUCP, que el mayor de los peruanos, que es padre o hermano o algo así, dejó en Trujillo a una manceba embarazada. Y más no dice. Tal vez abortó. Tal vez no reconoció a la wawa. Tal vez le envió dinero con Antenor Orrego, como yo haría. Y claro, de ese dolor y otros salió Trilce. También hay que celebrar a ese Vallejo. Que una Meier sea tan truculenta como un ratero de Huaral es poca cosa. Imagine, Gustavo, confíe.
Bueno, los que lo han estudiado dicen que murió de malaria. Pero si tú prefieres creer que murió de pesimismo, imagino que el pesimista eres tú.
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