9.7.13

FAVOR ESCRIBIRME MAILS ELOGIOSOS PARA EMPEZAR UNA BONITA AMISTAD

Quiero compartir con la amable teleplatea un artículo de Lucas Ghersi sobre mí (ok, contra mí) aparecido en un moderno periódico inalámbrico de la interwebs. Entiendo que el autor es un joven estudiante de la PUCP. (Ghersi critica un texto mío titulado “El estúpido y perverso dios del mercado”.

En el pasado les he respondido a jóvenes estudiantes de la PUCP y otros templos del saber y acto seguido la teleplatea me ha propinado violentos apanados virtuales por abuso de menores (incluso cuando le respondí a Marco Sifuentes, que a la sazón frisaba los treinta años de edad física). En otras ocasiones no he respondido, para evadir el callejón oscuro y el estigma. Esta vez opto por el punto medio: reproducir el artículo para que ustedes, teleplatea, descubran su solidez de argumentos, su claridad racional y la intachable lógica con que el joven Ghersi me deja hecho leña.

Lo que me ha sorprendido es ver, gracias a una mano amiga, el muro de FB de otro joven, el joven Alexis Iparraguirre, ex estudiante de escritura creativa (carrera que le hubiera convenido cursar antes de la publicación de su primer libro), donde el citado joven Iparraguirre, a quien sólo he visto dos veces en mi vida —la primera de ellas jugando monopolio en una azotea (experiencia de la que parece haber extraído todo su conocimiento sobre economía)—, republica el artículo del joven Ghersi y se refiere a mí como si fuera su amigo de años, con cariñosos sobrenombres que no creo merecer, pero que agradezco.

En ese muro, el joven Alexis, que frisa diez más de los que frisaba Sifuentes en su momento, comenta el artículo del joven Ghersi de manera tan aguda y graciosa que hasta yo mismo estoy tentado de ponerle "like". El problema es que, al igual que el joven Ghersi, no se refiere a una sola línea de mi texto, lo cual le facilita la tarea de atribuirme ideas que no sólo no he expresado nunca sino que he rebatido muchas veces (con argumentos que él haría bien en revisar, para usarlos en su batalla contra el falso Gustavo Faverón que él ha construido en su soledad).

Como la mayor parte de quienes comentan el post del joven Iparraguirre parecen darme la razón a mí y no a mi crítico (Ghersi) ni a su publicista (el joven Iparraguirre), el joven Iparraguirre se molesta y les pide que se vayan a mi muro a poner sus elogios hacia mí. Lo dice y acto seguido hace una breve descripción de lo que él considera mis actitudes habituales:

Dice el joven Iparraguirre: “Estimado Humberto, puedes ir a manifestar tu admiración por el sabio de Bowdoin a su muro. Del mío solo podrás esperar que nunca te preguntaré con qué derecho hablas si no eres PhD, nunca te llamaré inmoral a la primera malhumorada ni confabulare con mis amigos del ciberespacio contra ti por discrepar. Tampoco tendrás en este muro defensas del Estado de Israel y de sus masacres y menos agresiones discriminatorias a partir de una pretendida superioridad intelectual (que incluyen el basureo en plan faite de Yauca)”.

A lo que debo responder:

1. Nunca le he pedido a nadie que no opine si no tiene un PhD. El joven Iparraguirre y el joven Ghersi, por ejemplo, tienen todo el derecho de opinar sobre todos los temas que les interesen y si, de carambola como hoy, sus opiniones llegan a mí, las escucharé como escucho cualquier opinión. Supongo, claro, que después yo tengo derecho a opinar sobre ellas, a pesar del PhD. (La “desgracia” de los doctores: decimos algo y por el sólo hecho de decirlo y ser doctores se nos llama “autoritarios”).

2. Nunca he llamado inmoral a nadie a la “primera malhumorada”. Lo he hecho cuando he pensado que alguien es un inmoral, lo cual es un hecho independiente de mi humor. También digo que alguien es zurdo si lo veo escribir con la mano izquierda o que una manzana es verde si veo que es verde. Me dirán que estos casos son incomparables con el otro porque son muy obvios. Diré que sólo he llamado inmoral a alguien cuando ha sido, para mí, así de obvio.

3. No confabulo con mis amigos del ciberespacio contra nadie por discrepar conmigo. En general, no confabulo. En general, no tengo amigos del ciberespacio (suficiente con mis amigos del otro espacio).

4. Defiendo el derecho del Estado de Israel a existir exactamente tanto como defiendo el derecho del pueblo palestino a constituirse en un Estado Palestino independiente, autogobernado y soberano. El Estado de Israel ha cometido innumerables crímenes de lesa humanidad en la guerra que libra contra numerosos grupos terroristas desde hace décadas. Nunca defenderé esos crímenes y tampoco defenderé los crímenes de lesa humanidad cometidos por los grupos terroristas palestinos.

5. “Faite del Yauca”. Mis amigos dudan que soy chalaco porque dicen que La Punta no cuenta como parte del Callao. Pero mis amigos, que tienen mejor gusto que el joven Iparraguirre, no piensan que llamar “faite del Yauca” a una persona por el simple hecho de ser chalaco sea una buena estrategia retórica. Y eso que mis amigos son unos atorrantes.

6. Además de esas tonterías, me atribuye otras, como que yo creo que existe una “alta cultura” que es superior y está claramente diferenciada de una “baja cultura”. ¿Cómo aclaro eso? Ya sé. Lo diré. No existe una “alta cultura” que sea superior y esté claramente diferenciada de una “baja cultura”. Pero, ojo, eso no hace que Corín Tellado sea mejor literatura que La metamorfosis. Sí hay, en cambio, mambos de Pérez Prado que son mejor música que mucha música clásica. Esa es la gracia. Decir que “Asu mare” es una mala película no es decir que todas las películas del mundo deban ser bergmanianas y, además, no todas las películas bergmanianas son buenas.

En fin, debo considerar con mis múltiples secuaces si vale la pena contestarle de verdad al joven Iparraguirre o si basta con aclarar la única confusión que en realidad me preocupa: que alguien vaya a pensar que yo con el joven Iparraguirre tengo alguna familiaridad. No es así.

Una vez me envió un libro de cuentos suyo y leí varios. Uno estaba en algo y los demás eran muy malos. Tiempo después, cuando estaba yo de visita en Lima, alguien se me acercó en la cafetería del CCPUCP, me saludó y me preguntó “qué te pareció mi libro”. Luego de dudarlo mucho y de responder vaguedades tuve que confesar que no sabía quién era la persona que me estaba hablando. Como había incómodos testigos presentes, parece que esta persona se sintió ninguneada. (Es el tipo de cosa que no afectaría a nadie que tenga algo de confianza en sí mismo pero que sí afecta a otro tipo de gente). Cuando se marchó, me contaron que era el joven Alexis Iparraguirre. Pregunté quién era el joven Alexis Iparraguirre y luego de muchas explicaciones entendí que era el antiguo jugador de monopolio y autor del libro que no me había gustado pese a mi esfuerzo por que me gustara.

Desde entonces, tiene la costumbre de hablar mal de mí en público y en privado, y al parecer ahora creyó que publicar el artículo del joven Ghersi era darme una bofetada. A juzgar por los comentarios en su propio muro —que, como digo, he visto gracias a una mano amiga—, el tiro le salió por la culata.

Ahora, en ese muro, les dice a sus propios comentaristas (que les dan con palo a él y, lamentablemente, también al joven Ghersi), lo siguiente: “Con todo cariño, los invito a que interpelen a Faverón (…) e incluso puedo apostar la réplica que obtendrán: inmorales, etc. Bueno, a menos que empiecen enviándole un mail elogioso y ya por ese lado construyan otra relación”.

Patética mentira. Él comenzó así, enviándome un mail patero. Y ya ven que no construyó conmigo una buena relación.

Y dicho esto, yo regreso a mi cama a ver episodios pasados de "La Previa" en YouTube mientras que el falso Gustavo Faverón que el joven Iparraguirre ha construido en su soledad regresa a su torre de marfil a seguir planificando su lucha contra el pueblo peruano.

4.7.13

El estúpido y perverso dios del mercado

¿Por qué nos suena a la vez estúpida y perversa la prédica de los falsos liberales (Aldo Mariátegui, Alfredo Bullard y las demás calabazas semovientes de la extrema derecha) cuando hablan acerca de la infalible perfección con la que el mercado es capaz de regularlo todo y nunca equivocarse?
Primero, nos suena estúpida y perversa a la vez porque la estupidez ilustrada es una perversión en sí misma. Es perverso que a profesionales formados en extraordinarias universidades no les preocupe que millones de peruanos estudien en universidades ridículamente malas. ¿Y por qué no les preocupa ni les molesta? Porque piensan que ése es el destino que el mercado les asigna a esos peruanos: no pueden pagar otra cosa, por tanto, eso les corresponde. Y si el mercado lo dice está bien. Son como fanáticos religiosos que ven morir a una muchedumbre y piensan: "está bien; es parte del plan de Dios", sólo que su dios es el mercado, es decir el dinero.
En segundo lugar, nos suena perverso porque sabemos que la lógica del mercado no es nunca la de proporcionarle al público lo mejor sino la de proporcionarle al público lo más posible, no importa de qué estemos hablando ni importa de qué calidad sea. Y eso implica que el comerciante que se "perfecciona" en el mercado no "perfecciona" la calidad de su producto sino sus posibilidades de "colocarlo". A veces, para "colocar" algo hay que hacerlo peor, no mejor (más simple, más barato, menos durable, más descartable, más fácil de consumir, incluso más dañino o menos seguro). Eso quiere decir que, en la lógica del mercado, "perfeccionar" puede significar "empeorar". Y eso es perverso.
Un ejemplo. Piensen en el cine peruano. Las mejores películas peruanas de la década las han hecho, a mi juicio, Claudia Llosa y Josué Méndez. Pero la "mejor" desde el punto de vista del mercado la ha hecho un patín cuyo nombre nadie recuerda ni recordará jamás, el director de "Asu mare". Alguien puede discrepar de mi juicio sobre las películas de Llosa y Méndez y pensar que hay otras mejores, eso es debatible, claro, pero nadie en pleno uso de sus facultades mentales puede decir, hablando desde la estética y el juicio artístico, con alguna seriedad, que "Asu mare" es mejor que aquéllas.
Pero la lógica perversa del mercado nos dice que Claudia Llosa y Josué Méndez podrían "perfeccionarse" para producir bienes mejores. Es decir, podrían "perfeccionarse" para hacer películas que se vendan mucho, mucho más, como "Asu mare". "Perfeccionarse", en ese caso, ya no sólo significa empeorar: significa estupidizarse, volverse fatuo, vano, banal, superficial, insignificante y demagógico, renunciar a cualquier forma de pensamiento que no sea el chiste chato, el prejuicio y el lugar común.
Lo más triste es que ésa es la manera en que se están "perfeccionando" muchas cosas en el Perú: los colegios, las universidades, los canales de televisión, las radios, los periódicos, las revistas, la música, las artes plásticas, los discursos políticos, etc. Estamos asumiendo que esa lógica perversa es la manera en que debemos crecer y expandirnos. Por una vez en nuestra historia tenemos alguna confianza en nuestro crecimiento y la tiramos al tacho de basura confundiendo las estúpidas leyes del mercado con las leyes del espíritu, la inteligencia y la razón. Nos estamos haciendo más "perfectos". Perfectos. Patéticamente.

3.7.13

El náufrago de la santa / Presentación

(La semana pasada, Jeremías Gamboa y yo presentamos la nueva novela de Peter Elmore, El náufrago de la santa. Este es el texto que leí esa noche).
Hace años, Carolyn y yo vivíamos tranquilos en un pueblito en el noreste de Estados Unidos, en una casa enana de los años treinta que estaba pegada a otra casa gemela, divididas por un frágil tabique de drywall, y en esa otra casa vivían tres estudiantes como nosotros: un americano, un alemán y una rusa. El alemán y la rusa se fueron y los reemplazaron otra chica americana y un personaje diferente. Era un hombre de pelo largo y barba selvática, con cierto aire a Eric Clapton, que nunca comía y se alimentaba exclusivamente de café, pese a lo cual se iba a dormir tempranísimo y se levantaba con el sol, de madrugada, para salir a correr, en la medida en que era posible correr con la nieve hasta la cintura, como Jack Nicholson al final de El resplandor, y con las pistas congeladas, los anteojos amarrados al cráneo con una banda de jebe, una curita en la nariz, como Jack Nicholson en Chinatown, y una gorra negra de marinero, como la de Jack Nicholson en Atrapado sin salida. Por las tardes, se sentaba en el porche de la casita gemela a leer libros en francés, portugués, inglés, italiano e incluso español, murmuraba interjecciones contra Lacan, contra Derrida y eventualmente contra Piérola, y hacía llamadas telefónicas que terminaban siempre con su voz cascada entonando los últimos compases de You Are My Sunshine. Por las tardes, salía a caminar por las quebradas y los riachuelos, entre las cataratas, los precipicios y el anillo de montañas que rodean al pueblo. Según decía, buscaba las ruinas del manicomio donde pasa sus últimos años un protagonista de Los emigrados, de Sebald.
Ithaca, así se llamaba el pueblo, lo atraía por eso, por Sebald y porque era un lugar literario donde Vladimir Nabokov había escrito Lolita y donde aún se exhibe su colección de mariposas, las mismas mariposas que el mismo Nabokov persigue por esas mismas montañas en esa misma novela de Sebald. Para los vecinos de la calle York, se trataba del arribo de otro personaje inusual en un lugar donde lo inusual es usual y frecuente. Para mí, en cambio, era la llegada de un amigo de años que además se convirtió en mi profesor por un semestre y en lector de mi tesis. Recuerdo como si hubiera sido ayer cada conversación que tuve con él acerca de esa disertación doctoral por la que andaba yo rebanándome los sesos. (Acerca de conversaciones que ocurrieron hace diez años y que uno recuerda como si hubieran sido ayer, pueden consultar el libro de Cathy Caruth Trauma: exploraciones en la memoria). Recuerdo en particular una noche en la que discutimos por horas un punto teórico de mi tesis: yo defendía una idea, él defendía la idea contraria, como ocurre siempre. Como ocurre siempre, no llegamos a ningún acuerdo, y al final de la noche él se puso de pie, caminó hacia la puerta de salida, se dio media vuelta para mirarme de arriba abajo y me ofreció, de un solo grito, el consejo que todo estudiante quiere escuchar de su maestro en momentos así: “¡Húndete!”. Acto seguido, como diría Fuguet, tiró la puerta de un portazo y caminó a trancos largos y rotundos los ocho centímetros que separaban su casa de la mía.
Peter debía de estar escribiendo por entonces El fondo de las aguas, y ya había escrito varios de los mejores libros de crítica literaria publicados por un autor peruano en las últimas tres décadas, un ejemplo notorio de que, contra el lugar común, la crítica peruana no está en crisis; los que están en crisis son los medios que deberían llevar esa crítica hasta los lectores. Los muros invisibles, La fábrica de la memoria, El perfil de la palabra y la colección de artículos La estación de los encuentros son libros sólidos, eruditos, bien fundados, originales y, además, extrañamente accesibles en un oficio donde el hermetismo es como una virtud cultivada, muchas veces, para evitar que las ideas de uno puedan ser puestas en discusión. El hecho de que Peter alterne su labor crítica con su trabajo como autor de ficciones, y que esa alternancia se produzca con una regularidad que en cualquier otro sólo parecería una regularidad maniática pero que en su caso lo es, nos dice algo importante acerca de la manera en que Peter ve la literatura: como un espacio para la reflexión y el debate, un trabajo creativo e intelectual que de pronto puede cobrar la forma de un ensayo o la de un relato, pero que nunca pierde la intención de ser una búsqueda. Uno puede ver las ideas sobre la ciudad literaria de Los muros invisibles reflejarse en las calles laberínticas y misteriosas de Lima en El enigma de los cuerpos. Uno ve las intuiciones sobre la novela histórica latinoamericana de La fábrica de la memoria influir quince años más tarde en la forma de la narración de El náufrago de la santa. Uno ve sus entradas y salidas de la obra de Ribeyro en El perfil de la palabra y de las obras de muchos otros autores contemporáneos en La estación de los encuentros transformar su estilo narrativo desde las novelas Las pruebas del fuego y El fondo de las aguas hasta el lenguaje metódico y digresivo de El náufrago de la santa.
Izq. a der.: yo, Peter y Jeremías.
Sus amigos sabemos que los géneros literarios que mejor se prestan al espíritu de Peter son la sutil invectiva, la diatriba directa, el artero e-mail y el peruanísimo raje a discreción, pero esa obra se mantiene secreta para la mayoría y debemos discutir su obra pública. La más reciente es El náufrago de la santa, creo que su novela más breve, que se mueve entre muchos géneros y cruza sus fronteras: la novela gótica a ramalazos sorpresivos, crecientes según se aproxima el final, el romance de época, el misterio policial, que es su piedra de toque desde El enigma de los cuerpos, la narración sobrenatural y, por supuesto, la novela histórica.
El náufrago de la santa no es una novela histórica en el sentido más trillado y equívoco del término: no es el relato de un hecho histórico transformado o reformado en la ficción, ni es tampoco una novela en donde la reconstrucción histórica —en este caso, la del Perú o más precisamente Lima y el Callao en los años cuarenta— sea un objetivo en sí misma. Pero sí es una novela histórica en la medida en que se interroga acerca de la relación entre, no dos, sino, de hecho, tres periodos de la historia del Perú: el momento en que ocurren los hechos narrados, que es 1947; el momento en que esos hechos son referidos por escrito por uno de sus sobrevivientes, cuatro décadas más tarde, hacia el final del primer gobierno de Alan García, y, claro está, como en cualquier ficción con rasgos de novela histórica, el periodo en que la novela es escrita y leída, es decir, este tiempo, el presente, que coincide con el tiempo en que el narrador principal reconstruye los hechos.
En una época como la nuestra, donde abundan las ficciones post-apocalípticas, El náufrago de la santa es, más bien, una novela pre-apocalíptica. Se puede ser post-apocalíptico de maneras brillantes e incluso insólitas y uno puede encontrar el aliento de los post-apocalíptico en ficciones que no parecen serlo. La vieja pregunta de Zavalita en Conversación en La Catedral, “¿en qué momento se había jodido el Perú?”, ¿no es, en cierto sentido, una pregunta post-apocalíptica, una que se interroga sobre el momento en que la destrucción y la devastación han sucedido? De ahí probablemente que la Lima de ese Vargas Llosa sea como una ruina gris poblada por memorias y fantasmas, viva todavía pero en cierta forma posterior a sí misma. Conversación en La Catedral es una novela que marcó la obra de Peter, notoriamente en El enigma de los cuerpos, y por eso es interesante ver que al cabo de cierta trayectoria, Peter arriba, en El náufrago de la santa, a una ficción que no se pregunta acerca del momento en que el Perú se frustró y desarticuló, sino acerca del momento en que eso pasará o, en todo caso, acerca del momento en que ese proceso llegará a su punto más álgido o a su final, a su final trágico, si tal cosa es posible. Es, digo, una novela pre-apocalíptica, y como tal, su mecanismo articulador no es la pregunta sobre el pasado, pese a ubicarse en el pasado, sino la pregunta sobre el futuro, la expectativa: el desastre inminente, el terror acechante, el horror a punto de llegar.
La historia ocurre en 1947, año de crisis, y es recordada por uno de sus protagonistas alrededor de 1988, año de crisis. En 1947, poco después de acabada la Segunda Guerra Mundial, el Perú atravesaba una de esas recurrentes coyunturas nuestras en las que una vasta zona de la población se empobrece y una zona muy reducida se vuelve rica en extremo. En el país, se acercaba el fin del gobierno de Bustamante y Rivero, había un desbarajuste político, cambios de gabinete y se venía la dictadura de Odría. A nivel mundial, es la época de Bretton Woods, el nacimiento del nuevo orden económico, la creación del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Con las fronteras del mundo cerradas para gran parte del comercio durante los años de la guerra, 1947 fue, aquí, el fin de un periodo de recesión, despidos y desabastecimientos a partir del cual comenzó una relativa bonanza. La siguiente gran crisis económica del país entró a su punto más insoportable en 1988, que es cuando, en la novela, un personaje ya anciano recuerda el misterio de 1947.
Ese año —en la novela—, el mar del Callao vara en su orilla el cuerpo de un náufrago. En 1988 el hombre que recuerda esa historia parece literalmente víctima de un naufragio: escribe entre oscuridades, le teme al mundo exterior, vive en algún lugar de Lima como Robinson Crusoe en la isla: son las bombas de Sendero Luminoso que lo cercan, los apagones que lo ciegan. Es, además, un tiempo de recesión, despidos y desabastecimientos: es el año de los paquetazos de Abel Salinas; dos años antes, el mar del Callao ha varado muertos en su orilla: la matanza de los penales. El evento catastrófico que amenaza a los personajes en 1947 (un motivo constante en la novela es la aparición de augurios y vaticinios sobre un horror venidero) sigue siendo una amenaza en 1988: todo es endeble, todo puede venirse abajo, las señales del apocalipsis son viejas, los presagios se vuelven permanentes, los locos, los enfermos, los ángeles y los demonios parecen repetir, a lo largo del siglo veinte, la profecía atribuida a Santa Rosa de Lima, en cuyo día, el 30 de agosto de 1947, comienza la novela —por eso “el náufrago de la santa”—, o vivir esperando que se cumpla. Pero el mar nunca llega a salirse, los barcos del Callao no encallan en la Plaza de Armas de Lima; eso, todavía, sigue quedando para el porvenir. Eso es lo que llamo pre-apocalíptico. Aquí nos sirve haber recordado el libro de Caruth sobre el trauma: el náufrago parece un vestigio del futuro, alguien que ha visto el desastre o la continua inminencia del desastre, y ahora es incapaz de articular su memoria: se queda mudo. Los demás personajes lo ven como un signo escrito en un idioma ajeno, o como un dibujo, como uno de los dibujos premonitorios que él mismo diseña.
Y sin embargo, cuando lean el libro verán que hay muchas otras dimensiones y que la forma en que esta ficción se relaciona con la historia es distinta y atípica para una novela que, al menos yo, he venido llamando histórica. Aquí nada parece ser colectivo, nada es masivo, todo es íntimo, los escenarios son breves y poco más que escondrijos, un cuarto en un hospital, otro en una clínica psiquiátrica, escenarios de encuentros furtivos, la sala de una casa. Como en las tragedias de Shakespeare y Calderón, el horror proviene del encuentro entre naturaleza y humanidad, en las orillas del mar, por ejemplo, donde los hombres y las mujeres ven augurios en los animales pero no saben leerlos, o en las páginas de un bloc, cuando un artista, queriendo representar el mundo, dibuja el lado funesto, siniestro del mundo, su corrupción, su malignidad, los ojos con que nos mira desde el pasado y desde el futuro. Eso mismo hace Peter en esta novela, ése es el camino que se ha trazado desde hace varios libros y espero que en muchos más. Ése es mi augurio. Yo sé que no es tan auspicioso como un “¡húndete!”, pero se hace lo que se puede.

30.6.13

"Liberal" cuando me conviene

En el Perú, desde el gobierno de Fujimori, sin que se corrigiera nada sustantivo en el de Toledo y ahondando la herida en el gobierno de Alan García, se ha permitido que el Estado renuncie a su responsabilidad con los escolares y universitarios y que la educación se convierta, básicamente, en un negocio manejado por la versión más selvática y matonesca de la ley de la oferta y la demanda.

Por un lado, universidades adefesieras, fundadas sobre ningún sustento intelectual, sin expectativas éticas ni interés alguno por educar ciudadanos y formar profesionales: universidades que son como kermesses de domingo en las que todo desprevenido cree encontrar su conveniencia pero la mayor parte sólo dejan su dinero y se van sin nada ganado, o se van con un título inútil, que es como irse sonriendo porque se ganó un osito de peluche en la tómbola, aunque en verdad uno no necesita el oso de peluche y no le sobra el dinero para gastarlo en una tómbola.

Por otro lado, colegios que no compiten por educar a nadie sino por llenar sus vacantes lo antes posible, lo más rápidamente posible, a los precios más altos que les sean posibles, y que, sin pensarlo dos veces, aceptan trucos alucinantes como el famoso Plan Lector, que obliga a sus hijos a leer las tonterías que un director corrupto o ignorante y un par de maestros sobornables decidan en colusión con los comerciantes de las editoriales, que les dan cualquier mamarracho para que lo presenten a sus alumnos y a los padres de familia como lecturas imprescindibles, que van a convertir a sus hijos en lectores sagaces por el resto de sus vidas.

Lo más triste es que hay escritores y editores que se reclaman de izquierda y que aceptan gustosos el juego comercial del Plan Lector, que consiste en vender mucho, vender como mercachifles, suplantar la educación con el producto de ese bajo comercio y de paso ganar un poquitín de fama artificial, convirtiéndose ellos mismos en fulgurantes figuras del canon, cuando sus lectores no son otra cosa que niños que no los eligieron y que, de haber estado mejor informados, hubieran elegido cualquier otra cosa.

Se justifican diciendo que ellos trabajan con editoriales nacionales, luchando contra las grandes transnacionales (y eso lo repiten para que sus propios oídos se alegren creyendo que todavía son progresistas, izqueirdistas, rebeldes, antisistema): la verdad es que ni las pequeñas editoriales ni las grandes editoriales transnacionales deberían tener NADA que ver con la decisión de qué cosa leen nuestros chicos en la escuela. NADA. No sé si está claro: NADA.

De pronto, esos escritores y esos editores "de izquierda" descubren que la versión más selvática y matonesca del libre mercado es su elemento: se complacen en ella, lucran con ella, la vuelven parte de su sistema de vida. "¿Cómo? ¿Tú no eras fidelista?", les pregunta uno: "¿Tú no creías que el Estado tiene el deber de guiar la educación del pueblo?", y se hacen los que no escuchan. De pronto, cuando les conviene, parecen descubrir que no hay problema que no pueda solucionar la iniciativa privada y la ley de la oferta y la demanda. En cualquier otro terreno les parecería terrible. Pero en el terreno donde sus bolsillos engordan y sus egos se alimentan (y los cerebros de los chicos se desinflan y pierden la oportunidad de aprender algo de valor), ahí, en ese terreno, ya no ven cuál es el problema.


29.6.13

El Plan Lector y el origen de la estupidez

Es un mercenario de la educación el tipo que dirige la editorial San Marcos (que hace años se enriqueció de la mano de Recreo, Javier Arévalo, Gustavo Rodríguez y su famoso Plan Lector). Distribuye en los colegios peruanos textos racistas donde se dice que los indios y los negros son así porque salieron de las aguas sucias donde se habían bañado antes los blancos.

Le preguntan cuándo va a sacar de circulación el librejo en cuestión y dice (sumando y multiplicando, sin duda alguna) que primero tiene que evaluarlo. Después dice que no va a sacarlo porque el texto se basa en "antiguas leyendas jíbaras" sobre el origen de las razas. Eso me hace pensar en que quizás sea buena idea echarle una mirada a los textos de historia universal de Editorial San Marcos. No sea que estén consignando "antiguas leyendas germánicas" sobre los judíos o "antiguas leyendas españolas" sobre los gitanos o "antiguas leyendas serbias" sobre los croatas.

El Plan Lector, lo digo por enésima vez, es un proyecto surgido de Javier Arévalo, armado por él, promovido por él, aprobado en el congreso por un lobby que él formó, aprovechado por él mismo para lucrar con una ONG hecha ad hoc, que además coloca en los colegios del Perú libros del mismo Arévalo y de su socio Gustavo Rodríguez, como si fueran escritores de algún valor, cuando en verdad son la última rueda del coche de la literatura peruana. El Plan Lector además sirve de sombrilla y padarrabos para todo un ejército de otros pícaros y aprovechados, como los de Editorial San Marcos, socios de Rodríguez y Arévalo en otra colección de libros, que están convirtiendo a nuestra actual generación de escolares en chicos que siguen estando entre los menos lectores del planeta pero que, además, ahora, cuando leen, lo poco que leen, es casi siempre una triste estupidez impuesta por el negociado entre inescrupulosos como los de la Editorial San Marcos (que incluye, oh maravilla, oh milagro, entre sus colecciones, una colección de libros de Recreo) e inescrupulosos en los colegios.

Por supuesto, los colegios también podrían protegerse de esos inescrupulosos. En la Inmaculada, por ejemplo, el encargado de disponer qué se hace con el Plan Lector es un escritor inteligente y valioso, uno de los poetas centrales de las últimas generaciones peruanas, José Carlos Yrigoyen, pero, sobre todo, es un maestro responsable y consciente de la responsabilidad que implica educar a niños y adolescentes, y esto es lo que él ha escrito sobre el tema:

"Soy Coordinador de Comunicación de un colegio de Lima. Y como me niego a idiotizar a mis alumnos, mi Plan Lector no es el de Recreo. Prefiero que mis alumnos lean a Hemingway y a Vallejo que a Gustavo Rodríguez y a Javier Arévalo. Tampoco he incluido libros de San Marcos, porque no acepto que mis alumnos crean que son de piel más oscura que otros porque sus antepasados se bañaron a destiempo en una laguna. Finalmente, he dispuesto que en cada grado del colegio donde trabajo los profesores armen una antología de textos narrativos y de poesía, porque ninguna de las editoriales que conozco se dignan a poner poemas y cuentos completos en los libros de texto para no pagar los respectivos derechos de autor, y me niego a educarlos con fragmentos incoherentes de cuentos y poemas mal escogidos en su mayoría. No creo hacer nada del otro mundo, en realidad: simplemente quiero darles a esos chicos una educación mínimamente decente, sin prejuicios estúpidos y con autores que valgan la pena, no con mercenarios que lo único que desean es lucrar con la ignorancia de los niños y adolescentes de mi país. Eso es todo, nada más".

24.6.13

La izquierda voluntariamente secuestrada por payasos

Yo soy de izquierda y a mí me resulta vergonzoso el apoyo de las izquierdas latinoamericanas a regímenes como los de Correa, Morales, los Kirshner o la pajaritocracia de Maduro. Dicen que no es un apoyo incondicional sino un apoyo estratégico. Bueno, todo apoyo es estratégico pero no toda estrategia es sabia, y, en cambio, no todo apoyo estratégico tiene por qué ser incondicional. Y el apoyo que la izquierda les da a estos payasos es claramente incondicional. Por lo menos yo nunca he visto que la izquierda le ponga condiciones a ese apoyo.

Yo no he visto que la izquierda de la región le diga a Cristina Fernández de Kirshner, ok, la apoyamos pero demuestre por favor que no son verdad las cada vez más numerosas acusaciones de robo ni sus abusos contra la libertad de prensa ni el ensañamiento particular con ciertos medios (incluyendo los medios de una izquierda crítica). No he visto qué condiciones le ha puesto la izquierda latinoamericana a la ornitoglosia feérica de Maduro cuando suscribe los discursos xenofóbicos de Chávez, su antisemitismo de otro siglo, su alianza con dictaduras homicidas como las de Irán y Cuba, su control de la información, su acoso contra la prensa de oposición. No sé qué condiciones le impone a Correa y su inaceptable ataque contra la libertad de prensa en Ecuador. No sé que condiciones le pone la izquierda latinoamericana a Evo Morales, su nauseabunda homofobia y sus ofensas contra la dignidad de la mujer boliviana, empezando por la humillación de sus propias ministras mujeres.

Sí, la alianza de la inmensa mayoría de la izquierda latinoamericana con esos señores es estratégica, como toda alianza, y eso es triste porque está claro que en la estrategia de la izquierda un punto repetido es abandonar la vergüenza, el pudor y los principios básicos que, se supone, deberían definir a una izquierda moderna contemporánea, para consagrar el capricho de dictadores abusivos, como si los ideales de la nueva izquierda tuvieran algo que ver con todas esas chapucerías, todas esas bajezas, toda esa oligofrenia, todo ese abuso y todo ese caudillismo chauvinista. ¿A cambio de qué? ¿Cuál es el resultado de esa estrategia? 

Por un lado, recibir un montón de dinero de ese circo de ventrílocuos chavistas que gobiernan hoy a Venezuela, ése es el plus. Por otro lado, estúpidamente, hacerles creer a dos generaciones enteras de latinoamericanos que para ser de izquierda hay que ser un baboso atrabiliario, hay que perseguir periodistas, hay que robar a manos llenas, hay que ser un vulgar, un grosero y un perpetuo ofensivo, hay que estar colmado de prejuicios contra todos los que son distintos de uno mismo, hay que asociarse con maleantes, hay que tomar partido en favor de genocidas (como hicieron Correa, Chávez y Castro en el caso de todos los genocidas del mundo árabe, a los que han defendido como si se tratara de sus hijos y sus hermanos).

Brillante estrategia de la izquierda: recibir dinero a cambio de perpetuar la imagen de que la izquierda es un huarique regido por el más pendejo, la imagen de que la izquierda no sirve a nadie con más lealtad que a la billetera de sus líderes y sus cuentas en bancos suizos, que ninguna ley le parece demasiado respetable, ningún honor demasiado respetable, ningún opositor demasiado respetable, ningún principio demasiado respetable. Brillante estrategia.

10.6.13

"Espejito, espejito, ¿quién es el más mentiroso de este reino?". "Oh, antes eras tú, pero ahora es tu hija Keiko".

(A) “Juro por Dios que no voy a indultar a Alberto Fujimori. No es mi intención, ni la intención de la familia indultar a Alberto Fujimori, lo ratifico como lo he dicho en varias oportunidades. Critico y condeno los errores que se cometieron durante el gobierno de mi padre". (Keiko Fujimori el 18 de abril del 2011, siendo candidata presidencial).

(B) “Recibimos la denegatoria a la solicitud de indulto con mucha tristeza y una lógica indignación. No podemos concebir que el presidente tenga un trato tan inhumano en el fondo como en la forma. Alberto Fujimori saldrá en libertad. Y no en la tumba, como Ollanta Humala y su señora desean". (Keiko Fujimori el 9 de junio del 2013).

Curioso. Cuando quiere ser presidenta jura "por Dios" que no dará el indulto y además explica por qué: a causa de los "errores" del gobierno de su padre (que es como ella se refiere a los crímenes de lesa humanidad, la multitud de robos y demás delitos del ilustre líder emérito de su mafia). Pero después, cuando el presidente que sí fue elegido niega el indulto, ella se indigna y lo llama "inhumano".

¿Estaba mintiendo cuando dijo (A)? Obvio que sí. ¿Ha olvidado que alguna vez dijo (A)? No lo creo: recuerda perfectamente su mentira pero es demasiado caradura como para que eso la moleste.

Sin embargo: ¿Hubiera sido capaz de cumplir lo ofrecido en (A), dado el caso, incluso a pesar de haberlo ofrecido sin creerlo? No me cabe la menor duda de que, si le hubiera convenido y hubiera estado en su poder, Keiko Rata habría dejado que su padre se pudriera en la cárcel (pero eso es una simple hipótesis).

No olvidemos que ésta es la mujer que, cuando adolescente, se hacía la loca y fingía ser la única persona en el Perú que no se había enterado de que su papá torturaba a su mamá, la encadenaba, la electrocutaba, la llevaba a perder la razón, la mantenía encerrada a llave y candado.

¿Es (B) otra mentira? Veamos: no dudo que Keiko Rata esté triste, porque su papá es su único capital político; ella no tiene nada más. Y porque, digamos verdades, debe de ser bien rochoso tener que llevar a tus hijos todos los domingos a la cárcel a ver al abuelito pintor senil que se cree Dios y dibuja tarjetitas navideñas con mensajes abochornantes y el nivel intelectual de una piedra pómez.

Pero, ¿cómo es posible que quien dijo que, de ser elegida, garantizaba que Alberto Fujimori estaría en prisión, sin ser indultado, al menos hasta el año 2016, diga ahora que no indultarlo (en el 2013) es una muestra de inhumanidad? Ah, ésa es la respuesta más sencilla de todas: para que eso sea posible basta con que la persona que dice (A) y después dice (B) sea una hipócrita que ha sido criada en la mentira y que se ha forjado en el cinismo, el descaro, el engaño, el truco y la jugarreta desde muy chiquita.

7.6.13

Un paso adelante

El presidente Humala rechazó el pedido de indulto de Alberto Fujmori. Era la única decisión que cabía. Lo contrario hubiera sido una burla contra sus miles de víctimas, contra la justicia y contra eso que todavía tenemos adentro los que creemos que la historia puede corregirse, redirigirse y mejorar. Tener a Fujimori en la cárcel nos debe dar una idea básica de orden. Las cárceles están hechas para gente como él; las leyes están hechas para proteger a las naciones de individuos como él. Hoy hemos ganado. Algunos pueden pensar que es duro alegrarse de la carcelería ajena. Tonterías: es un motivo de celebración saber que los mayores criminales de nuestra historia están encerrados (Guzmán, Montesinos, Fujimori). Faltan otros, claro, como Alan García. Ya llegarán. Cada vez que una puerta se cierra detrás de una de estas personas, el país da un paso adelante.

6.6.13

Keiko Fujimori o lo que se hereda no se hurta (salvo que lo que se herede sea el arte de hurtar)

Parece tan simple que hasta da vergüenza no haberlo entendido antes. No es que tantos peruanos voten por Keiko Fujimori simplemente por ser la hija de su padre; aunque tampoco es que voten por ella porque crean que es diferente de su padre. No votan por ella porque piensen que no es corrupta pero --algo es algo--, tampoco votan por ella necesariamente porque crean que sí lo es. En verdad, muchos votan por ella sólo porque es un ejemplo de cómo vivir sin hacer nada.

¿Enredado? La caricatura de Heduardo lo dice de manera más transparente. "Keiko estudió con nuestro dinero". "Keiko vive gratis en la casa de una tía procesada". "Keiko recibe un sueldo de los congresistas fujimoristas". "Bienvenida al club La Plata Llega Sola".

Keiko tiene una ONG cuyo financiamiento no es fiscalizado por nadie porque Keiko no ha inscrito su ONG en la entidad que se encarga de registrar y observar el funcionamiento de ese tipo de organizaciones. Ella dijo primero (cuando comenzaron a destaparle el entuerto) que recibía 7 mil soles de su partido cada mes y que con eso vive, modestamente.

Pero ahora resulta que no es exactamente el partido, sino que cada uno de los congresistas fujimoristas le da un porcentaje de su sueldo mensual, sumando 57 mil soles el 30 de cada mes. ¿Para qué se lo dan? Para que siga administrando la franquicia Fujimori, lo que a su vez les permite a ellos derecho a la franquicia, a llamarse "congresistas fujimoristas". Keiko vive de vender el apellido de papá.

¿Quieren verlo de otra manera? Mirémoslo de este modo: Keiko sabe que quienes postulen al parlamento con ella tienen enormes posibilidades de conseguir un lugar en el Congreso. Entonces les dice: ok, una vez que lo tengas, vas a tener sueldo fijo por cinco años, te lo juro por Dios y por la plata. Y entonces me vas a dar parte de tu sueldo. ¿Estamos? Porque de algo tiene que vivir una, ¿no es cierto? Ah, pues. Y así, la plata llega sola.

Y entonces resulta que Keiko Fujimori no sólo ha vivido de la plata de todos los peruanos cuando recibía su educación en Boston, y su educación Ivy League en New York, y no sólo ha vivido de la plata de todos los peruanos cuando estuvo en el Congreso, sino que ha seguido viviendo de la plata de todos los peruanos incluso cuando, como ahora, no ocupa ningún cargo público, pero el dinero de las cajas del Congreso va a parar donde ella (y además no paga renta porque para eso están las casas mal habidas por las tías perseguidas por la justicia).

Keiko es como una de esas personas que se levantan temprano por la mañana, se agarran un sitio en la cola de un ministerio y luego les venden el sitio a los que llegan después. No tiene un trabajo real, sólo se ha agarrado un eslabón en la cadena. Keiko nos madruga a todos: ésa es su ciencia, así la criaron, así actúa, así es y así será. Lo que se hereda no se hurta, dicen; ¿pero qué pasa cuando lo que se hereda ya fue hurtado o, peor aun, cuando lo que se hereda es el arte de hurtar?

3.6.13

Techo propio

"Ahora presten atención al siguiente slide: también tenemos a la venta estos prácticos condominios valorizados en 4 millones de dólares cada uno, pero si los compran a través de una empresa off-shore, o haciéndose un préstamo a ustedes mismos, o colocando a sus suegras de 120 años de edad como testaferras, o con una platita que les haya caído de una obra municipal y le suman quizá otra platita que les haya llegado sola, se lo podemos dejar al módico precio de 3 millones y medio, y lo mejor es que para cuando la gente se dé cuenta probablemente el delito ya habrá prescrito y ustedes puedan postular de nuevo... Vamos, anímense, compren de una vez, no vayan a terminar viviendo en una casa alquilada de propiedad de una tía que se haya dado a la fuga..."

2.6.13

Miseria

Cada vez que hay una gran desgracia en algún lugar del mundo, no falta un predicador cavernario o un santón local que le eche la culpa de la detrucción a los pecados cometidos por las víctimas. Hubo pastores que culparon a "la viciosa gente de New Orleans" por Katrina, y decrépitos mentales que responsabilizaron del tsunami en Tailandia a la inmoralidad de los tailandeses, justo como en las crónicas virreynales peruanas aparecen curas delirantes gritando que un cataclismo limeño es el castigo del señor porque la ciudad se ha vuelto una Sodoma (cosa que dicen también los personajes de Von Kleist en "El terremoto de Chile"). Culpar de una desgracia a su víctima y decirle que no sólo no es un acontecimiento azaroso y trágico sino que ha ocurrido porque ella ha hecho algo mal, porque ella no ha "dado la talla", es como decirle que se lo merecía y es la manera más efectiva de dejarla sola en el mundo. Hay una mujer cuyo esposo ha sufrido un derrame cerebral que lo ha puesto en estado de coma y hay un sujeto que se dice amigo de esa mujer y que le escribe: "¿Te has preguntado si en este revés no habrá algún mensaje oculto? Si Dios existe, ha de ser él quien está produciendo tremendo cataclismo en tu vida. Pregúntale entonces qué es lo que falla, qué es lo que tienes que cambiar, en qué desafío no has dado la talla". El sujeto, obviamente, es Beto Ortiz, y eso que escribe no lo ha puesto en un email privado enviado a aquella persona de quien dice ser amigo, sino en su columna de Perú 21. La razón más obvia es que nadie le paga por un email privado, mientras que sus columnas son negocio; la razón de fondo tiene más que ver con la definición de miserable.

Mario Vargas Llosa y Alfredo Bullard o en qué se diferencia un liberal de un brontosaurio

Es triste que en América Latina el nombre del liberalismo sea usurpado, en gran medida y repetidas veces, por una manga de brontosaurios cuyo único designio en la vida parece ser preguntarse cuál es la manera más rápida de hacer dinero.
¿Quieren saber la diferencia entre un liberal de verdad, como Mario Vargas Llosa, y un usurpador del nombre, como Alfredo Bullard? Basta con dos ejemplos de esta semana referidos al tema de la educación.

Bullard dice:

"La educación pública limita el espacio del crecimiento de la educación privada, porque finalmente como la educación está subsidiando la oferta en lugar de subsidiar la demanda, que es el que va a demandar y exigir una mejor educación, que es el padre, subsidias la oferta y colocas el colegio público. Por supuesto, es una competencia desleal. Es una competencia desleal".

Aplausos. Según Bullard, la existencia de colegios y universidades estatales es una competencia desleal para los colegios y las universidades privadas. San Marcos es una competencia desleal para Alas Peruanas (deslealtad que empezó medio milenio antes de que Alas Peruanas fuera fundada). El colegio Guadalupe es una competencia desleal para el Markham (porque seguramente si no existiera el Guadalupe, todos esos chicos irían al Markham a pagar decenas de miles de dólares de matrícula y otros cuantos miles cada mes).

No se sorprenda si Bullard dice uno de estos días que la existencia de la Policía Nacional implica una competencia desleal para las empresas de guachimanes.

Pasemos a Vargas Llosa.

En Chile, la derecha cavernaria ha defenestrado de su cargo como director del Centro de Estudios Públicos --una institución de larga historia, promotora de incontables debates sobre temas de cultura, sociedad y educación en el país de sur-- al escritor Arturo Fontaine. Vargas Llosa afirma que el despido de Fontaine es una reacción de la derecha radical (él la llama "la derecha iliberal") contra ciertas ideas de Fontaine acerca de la educación privada en Chile. Vargas Llosa lo explica así:

"(Fontaine) piensa que la Universidad es una institución que no sólo prepara profesionales sino forma ciudadanos y personas y que por lo tanto requiere un régimen especial, y que no debería ser materia de lucro, porque, cuando lo es —cita al respecto abundantes estadísticas de Estados Unidos y de Brasil, dos países donde las universidades privadas con ánimo de lucro son lícitas—, incumple su función y suele preparar profesionales deficientes. No está contra las universidades privadas, ni mucho menos, a condición de que no distribuyan beneficios entre sus accionistas sino que los reinviertan enteramente en la propia institución, como hacen Harvard o Princeton. Pero la crítica que hace Fontaine a la situación universitaria chilena es la siguiente: que, en un país donde las leyes prohíben explícitamente que haya universidades privadas con ánimo de lucro, muchas instituciones hayan encontrado la manera de burlar la ley haciendo pingües negocios en este dominio".

Mientras que Bullard celebra que en el Perú haya cada vez más instituciones educativas privadas (pese a la "competencia desleal" de las públicas) sin preocuparse en lo más mínimo acerca del tema más relevante, es decir, la calidad de la educación, Vargas Llosa, en cambio -liberal de verdad, y persona culta- asume la realidad como punto de partida: en gran parte del planeta la educación pública es central y de notable nivel y probablemente es bueno que la privada, como piensa Fontaine, sólo exista en la medida en que el lucro no se convierta en su objetivo y acabe por pervertir la naturaleza que toda institución educativa debería tener.

Es más, Vargas Llosa cierra su artículo diciendo que, en caso de que la ley chilena fuera cambiada para permitir las universidades con fines de lucro, "estas empresas deberán funcionar como las otras, sin las prerrogativas de que gozan ahora todas las universidades". Es decir: si quieres competir con la educación estatal pero tu objetivo no es elevar el nivel de la educación sino hacer mucho dinero, entonces no tienes por qué ser tratado como se trata a las universidades sin fines de lucro: tienes que ser tratado como se trata a cualquier otro negociante.

¿Vargas Llosa promoviendo la competencia desleal del Estado? No. Es simplemente Vargas Llosa siendo una persona razonable, en contraste con la caverna ultra derechista.

1.6.13

La utopía de Bullard y Ferrero

Nunca hay que dejarse engañar por los fanáticos que creen en el mercado como en un ser todopoderoso y juran que los dictámenes de la ley de la oferta y la demanda son no sólo infalibles sino además siempre benéficos. Pero, sobre todo, no hay que dejarse engañar por ese absurdo cuando tratan de aplicarlo al mundo del arte, la cultura y la educación, y mucho menos cuando se quiere relacionar el éxito comercial de un producto con su calidad.

Piensen en el libro. Me refiero al libro como objeto comercial. ¿Qué cosa hace que un libro sea más caro que otro? Hay, sin exagerar, decenas de respuestas posibles, y lo curioso es que cualquiera con la expectativa de que esas respuestas tengan alguna relación con el contenido del libro se va a llevar un fiasco: un libro en una librería es más caro que otro si es, por ejemplo, más grueso, si tiene más páginas, si tiene pasta dura, si tiene un papel más fino, si está impreso con mayor claridad, si está plastificado, si tiene portada de cuero, si es de un formato mayor, como un coffee table book, por ejemplo, etc.

¿Qué factores no tienen absolutamente nada que ver con el precio del libro? La calidad de su contenido, sus ideas, la información que transmite. Una novela buena cuesta lo mismo que una novela mala, un ejemplar de Harry Potter cuesta lo mismo que uno del Quijote, un libro de Beto Ortiz cuesta igual que un libro de Góngora, una guía de mapas cuesta igual que una Biblia y una Biblia cuesta igual que el Libro de Oro de Condorito. La última novela del último Premio Nobel cuesta igual que mi primera novela y mi primera novela (glup) cuesta igual (o menos) que una agenda con tapa de cuerina, lo cual quiere decir que el contenido es tan radicalmente secundario en lo que al precio del libro respecta, que, para establecer el precio de un libro, ni siquiera es necesario que ese contenido exista.

¿A qué viene todo esto y cómo es que recordarlo sirve para prevenirnos acerca de los males del mercado en el mundo de la cultura? Simple: el mercado no puede de ninguna manera ser por sí solo un elemento regulador positivo en el ámbito de la cultura, y ciertamente en el caso del libro, porque al mercado le interesa que los libros se vendan pero no le interesa qué libros se venden (y a la cultura sí, obvio). Y aquí me voy a permitir mi propia versión de la llamada reductio ad Hitlerum, que a muchos les parece siempre una falacia pero que a mí me parece muchas veces incontestable: si en un país X se venden doscientos mil ejemplares de Mein Kampf o se venden doscientos mil ejemplares de Las mil y una noches, eso, al mercado del país X, le es enteramente indiferente.

Si en el Perú del año 2020, por obra de algún extraño conjuro, la clase A multiplicara su compra de libros por 1000 y las clases C, D y E las redujeran hasta llegar al cero absoluto, la conclusión principal que el Ministerio de Economía obtendría de esa estadística es que el mercado del libro en el Perú se ha expandido y fortalecido, aunque, en la práctica, la enorme mayoría de los peruanos habría entrado en una especie de analfabetismo funcional. De la misma manera, si en el año 2020 todos los peruanos que hoy compran un libro de ciencias al año dejaran de comprar libros de ciencia pero empezaran a comprar diez ejemplares cada año de las memorias de Susy Díaz, el mercado, nuevamente, se habría expandido y estaría mejor que nunca.

¿Qué cosa no estaría mejor? Obviamente, la cultura peruana y la educación de los peruanos, es decir, lo que estaría peor es el Perú, pero el mercado sería absolutamente incapaz de decirnos eso, porque, repito, al mercado le interesa vender pero no le interesa qué es lo que vende, porque es ciego a los cotenidos.

Pero decir que es ciego, simplemente, no explica el problema por completo, porque el contenido de los libros, curiosamente, sí determina otra cosa que al mercado le interesa: el volumen de ventas que un determinado libro puede conseguir. En el mercado "ideal", mientras más best-sellers existan, mejor, porque eso acrecienta el volumen total del comercio, sobre todo si los best-sellers descubren nuevos públicos objetivos, como ocurre, por ejemplo, desde hace poco, con las novelas pornográficas para mujeres adolescentes, el mayor fenómeno del mercado librero mundial en el último par de años.

El mercado, entonces, no es completamente ciego a los contenidos: el mercado sabe, de hecho, que los libros de contenido pobre, los que no obligan a pensar, los que satisfacen una forma básica de morbo o un forma básica de aspiración (los libros de autoayuda) son especialmente vendedores. Si Flaubert vendiera más que Cincuenta sombras de Grey, el mercado fomentaría el descubrimiento de nuevos Flauberts; pero no es así: el mercado sabe que ciertos tipos de libro pésimo venden más que cualquier cosa, y eso es lo que ayuda a formentar.

Y ahí ya estamos en terreno Bullard-Ferrero. El primero dice que demasiada educación es mala para el mercado y el segundo dice que incluso el Estado debería fomentar la creación de productos culturales sólo si reproducen fórmulas comercialmente exitosas. Los bodrios que Ferrero propone serán siempre exitosos entre la gente que Bullard quiere, gente que no haya invertido demasiado tiempo en cosas banales como recibir una buena educación, gente abandonada por la sociedad y el Estado en su formación. Peor aun: gente a la cual la sociedad y el Estado hayan formado para ser devoradores de chatarra.


31.5.13

Y a ti quién te consume. Segunda parte.

Por supuesto, cuando uno critica la versión de los Alfredos y dice, como digo yo, que es una tontería proponer Asu mare como ejemplo del cine que debería ser producido en el Perú, la mayor parte de las respuestas buscan comparacines con el cine americano: ¿acaso Estados Unidos no produce una cantidad alucinante de malas películas? ¿Acaso The Hangover 1, 2 y 3 no son películas tan malas como Asu mare? (En verdad, no tanto). ¿Y por qué no ando yo criticando esas películas en vez de meterme con Asu mare? Obvio, se responden ellos mismos: porque el peor enemigo de un peruano es otro peruano, porque el éxito ajeno es insoportable, porque la envidia me consume (soy un consumista de la envidia: el único tipo de consumismo que los otros consumistas desprecian), etc.

Y además, preguntan, si Asu mare no se plantea a sí misma como el non plus ultra del séptimo arte, ¿por qué vengo yo a rasgarme las vestiduras en nombre del arte y la cultura? Ah, pues, se responden: porque soy un intelectual (esa cosa horrible) o porque soy alguien que desprecia el gusto de las mayorías, o porque soy una especie de peruano postizo, incapaz de comprender al pueblo, o sea, a los peruanos de verdad.

Vamos en orden. Sí, Estados Unidos, que fue el país de Ray Charles y The Doors, hoy es el país de los Jonas Brothers y Britney Spears. Sí, Estados Unidos, que fue el país de Orson Welles y Stanley Kubrick, hoy es el país de Todd Phillips y James Cameron. En efecto, Estados Unidos, habiendo sido el país de Herman Melville y William Faulkner, hoy es el país de Stephenie Meyer y Anne Rice, y aunque una vez fue el país de Hunter S. Thompson y Truman Capote, hoy es el país de Glenn Beck y Geraldo Rivera. Y todo eso parece hablar de una horrenda depresión en la cultura americana.

Pero sucede que el país de los Jonas Brothers y Britney Spears sigue siendo el país de Jack White, Bob Dylan y Wilco; el de Todd Phillips y James Cameron es todavía el de Jim Jarmusch, David Lynch y los hermanos Coen; el país de Stephenie Meyer y Anne Rice es el mismo donde escriben Jonathan Safran Foer, Philip Roth, Paul Auster y Cormac McCarthy, y el de Glenn Beck y Geraldo Rivera es el mismo de Joe Sacco y Joan Didion (y también el de Stephen Colbert y Jon Stewart).


La cultura americana tiene una amplitud tal que hace que su mercado pueda albergar sin problemas los productos más comerciales y los más intelectuales, los más populares y los más elitistas, los más simples y los más complejos, los más amarillistas y los más serios. Ese no es el caso en el Perú. Así de simple. En el Perú, los creadores y los vendedores de souvenirs se disputan los mismos espacios; los escritores más consagrados publican en las mismas colecciones que los escribidores más atrabiliarios (a un novelista peruano, una editorial le puede decir que no publicará su libro, aunque le parece muy bueno, porque ya tiene programada la próxima novela de la esposa de Jaime Bayly y ese es un negocio más seguro), los sociólogos y los antropólogos se pelean las columnas de opinión con cómicos y profesoras de buenos modales y los pintores y escultores más innovadores tienen que ofrecer su arte en los mismos eventos que los decoradores y los fabricantes de adornos.

De hecho, los escultores más celebrados y vendidos en el Perú de hoy son, literalmente, fabricantes de adornos, los pintores más atendidos por la prensa son dibujantes de afiches infantiles, los cantantes más exitosos han hecho una carrera escribiendo jingles para comerciales y el director más visto en la historia del cine peruano es un director de spots publicitarios. ¿Qué les dice eso sobre la situación actual de nuestra producción artística y cultural?

La precariedad de las artes en el Perú es tan notoria que bastaría con que desaparecieran cuatro o cinco individuos para que desaparecieran cuatro o cinco géneros artísticos. Hay artes que son especies en vías de extinción. Si ciertas tres bailarinas se luxaran un tobillo podrían desaparecer el ballet y la danza moderna en una semana; si Juan Diego Flórez decidiera no regresar cada cierto tiempo, la ópera dejaría de existir (la mantuvo viva con respirador, por décadas, la sola voluntad de Luis Alva); si el nombre de Mario Vargas Llosa fuera borrado de nuestras memorias por obra de algún ensalmo mágico, el 99% de los peruanos no tendría cómo mencionar a ningún novelista nacional. ¿Poetas vivos? Pídanle a un chico de colegio que les recite un verso y lo más probable es que les repita una estrofa de Gianmarco Zignago.


Por eso es absurdo y peligroso cuando uno escucha a un exministro como Alfredo Ferrero declarar, con esa alegría arrasadora que trae consigo la ignorancia, que el Estado debería promover el cine nacional copiando el ejemplo de Asu mare, es decir, produciendo bodrios populacheros y malhechos a partir de focus groups y estudios de mercado, manufactrando siempre sobre seguro, dándoles a los peruanos solamente, como querían Augusto Ferrando y Pocho Rospigliosi, "lo que le gusta a la gente", como si el rol del Estado fuera crear dinero hipnotizando al pueblo con la más notoria autocomplacencia y olvidar por completo su rol educativo y magisterial.

Porque el día que el Estado decida enseñarle a todos los peruanos que la mejor película es la que más vende, el mejor libro es el que más vende, el mejor cuadro es el que más vende, y que aquellos productos artísticos que no tienen éxito comercial no sirven para nada, ese día el Estado habrá terminado de condenar a los peruanos a ser para siempre el país culturalmente menesteroso en el que cada vez más nos estamos convirtiendo: un país donde nada vale si no se puede traducir en dinero y donde todo aquel artista o intelectual que quiere hacer un trabajo digno, creativo, innovador, original, al no alcanzar una audiencia de miles o millones, es un fracasado, un iluso o un inútil. Ya leímos esas columnas en los diarios donde se decía que Vallejo y Ribeyro eran lastres, ya vimos a alcaldes inaugurar ferias de libros declarando que ellos nunca leen libros, ya tenemos incluso escritores que afirman que leer un libro completo es tedioso. ¿Qué más queremos tener antes de declararnos en alerta roja?

En un país como Estados Unidos, con una gigantesca producción cultural, cuyas artes, en la práctica, son tan poderosas que gobiernan el circuito mundial de influencias estéticas casi sin disputa desde hace casi un siglo, y donde la economía es tan voluminosa que el mercado puede subdividirse infinitamente sin riesgo de desplazar a casi nadie, hay lugar para todo. Y en el Perú debería haber lugar para todo, también, pero, lamentablemente, la verdad es que en el Perú lo mal hecho y lo empobrecedor le está quitando espacio a lo bien hecho y enriquecedor, porque nuestro mercado es demasiado estrecho y es omnívoro y no hace diferencia alguna entre arte y entretenimiento, entre éxito comercial y éxito artístico, entre pasatiempo y cultura.

Esto que digo no implica, por supuesto, que no pueda haber arte entretenido, ni éxito comercial que no vaya de la mano del éxito artístico, ni cultura que no sea divertida: implica algo mucho más importante: que sólo a través de una educación sólida el arte puede ser consumido masivamente como algo satisfactorio y apasionante (porque el arte puede ser apasionante, y la gente es mejor cuando se apasiona por algo, y que alguien venga a decirme que Asu mare lo apasiona). Pero ya sabemos, porque Alfredo Bullard nos lo ha dicho, que quienes tienen la sartén por el mango consideran que demasiada educación es dañina.

Madeinusa y la Teta asustada y Días de Santiago y Dioses generaron polémicas sobre estética y sobre ideas porque despertaron pasiones en algunos sectores del país. Asu mare genera discusiones sobre márketing y negocios. El Perú no será un país exitoso cuando todo su cine se parezca a Asu mare, como quiere el señor Ferrero; lo será cuando películas como las de Llosa y Méndez y otros brillantes cineastas nacionales sean comprendidas y disfrutadas por más y más gente. No cuando se cierre esa posibilidad con propuestas intelectualmente derrotistas como las de Alfredo Ferrero y Alfredo Bullard (porque esos son los verdaderos derrotistas: los que creen que la batalla del pensamiento está perdida y que ahora sólo vale la batalla de las billeteras, no Ribeyro ni Vallejo que libraron la primera pelea a riesgo de condenarse en la segunda): seremos mejores cuando nos dé menos miedo pensar, cuando le perdamos el temor a los libros gordos, a las películas sin payasos y a las canciones sin estribillo.

Y, dicho sea de paso, cuando eso ocurra, tendremos mil veces más oportunidades de divertirnos con cosas que ni siquiera sospechábamos que pudieran ser divertidas, y no tendríamos que esperar la segunda parte de Asu mare para ser felices, y, oh maravilla, nuestro mercado editorial, nuestro mercado artístico, nuestro mercado cinematográfico se diversificarían y crecerían, cosa que, hasta donde entiendo, no le haría ningún mal al mercado y sí le haría mucho bien a los consumidores. La ley de la oferta y la demanda, que le dicen.



30.5.13

¿Y a ti quién te consume?

Un típico callejón peruano, como sabemos.
En su micro-columna de Perú 21, hecha de textos que parecen predigeridos para facilidad del lector haragán, Alfredo Ferrero (¿qué pasa con los Alfredos?) opina acerca del éxito de la película Asu mare y saca conclusiones que parecen implicar no sólo al cine sino a la vida humana en su conjunto, o al menos al mercado en su conjunto, que para Ferrero parecen ser la misma cosa.

Como muchos otros que de pronto han descubierto su afición al cine y ejercen subrepticiamente de comentaristas, Ferrero también elige hablar del éxito de la película, sin decir nada en absoluto sobre la película. Déjenme escapar de ese círculo haciendo constar mi opinión:  

Asu mare es un bodrio, un budín, que podría con todo derecho reclamar un espacio en la tele un sábado por la noche (y elevaría el nivel de cualquier canal peruano), pero que, en su sitial actual como la película que más peruanos han visto en una sala de cine, resulta poco menos que una vergüenza.

Pertenece al subgénero más rascuacho de la comedia cinematográfica: la comedia de chistes, que no llega nunca más lejos que sus propios chascarrillos, el espectro de cuyas ideas parte de lo ramplón para llegar a lo sonso y cuya solidez como unidad narrativa se sostiene únicamente en el hecho de que las pantallas de cine no tienen puerta de escape y nada se puede chorrear por sus costados.

Si nadie o casi nadie recuerda el nombre de su director eso se debe a que la película parece no tener un director, sino sólo un equipo de productores, uno que, además, podría haberse presentado en el set para filmar Asu mare de la misma manera en que podría haber filmado un comercial de zapatillas, un spot de Promperú o un espidosio de Yo soy. De hecho, la película fue hecha con el mismo tipo de criterio: después de focus groups y evaluaciones de qué cosa es lo que la gente quiere ver y de qué manera el material de Alcántara podía prestarse a los proyectos de sus publicistas.

La película es graciosa estrictamente cuando el último chiste ha sido gracioso pero se vuelve plana, torpe y aburrida en cualquier otro instante. Para ser una narración extremadamente simple, tiene un absurdo exceso de elementos: la yuxtaposición de los monólogos de Alcántara en su rutina de stand up comedy y los episodios representados --que son más ilustraciones de chistes que flashbacks de verdad-- ya es bastante agotadora y facilista, pero parece no haber sido suficiente: se le añade además esa melcocha insoportable, entre nostálgica y melancólica, que el espectador escucha como voz en off: Alcántara rindiéndole inagotables homenajes a su madre, enterneciéndose de sí mismo para que todos nos enternezcamos con él y dando lecciones morales de inconfundible buen corazón, que no hacen sino contar por segunda o tercera vez lo que la película ya dijo antes. Para que todo quede bien clarito.

Por supuesto, la película es biográfica porque la rutina cómica de Alcántara es autobiográfica, y por ello daría la impresión de que es injusto criticar la historia narrada: si así pasó, así pasó. Pero no es verdad, pues. La vida de Alcántara es una sola pero puede contarse de mil maneras, y la manera en que la película elige contarla es entre lamentable e indignante: es la historia del éxito de un muchacho destinado al fracaso, pero su éxito no consiste simplemente en haber escapado a la cultura del vicio y la costumbre del camino más fácil: de la manera en que la historia está estructurada, el éxito real consiste en que un chico de un barrio pobre se case con una chica de un colegio rico, que un mestizo con pinta de blanco se case con una rubia del San Silvestre a la que sólo ha visto una vez en toda su vida y que sólo le llamó la atención, inicialmente, por eso, por ser una rubia del San Silvestre.

Me pueden objetar que qué tiene de malo que una película narre un ejemplo de movilidad social, en un país como el Perú, que pide a gritos movilidad social. La respuesta es que eso no tendría nada de malo si Asu mare no insistiera profusamente en ser una película moralizante de la manera más predecible que es posible imaginar: una película hecha de constantes moralejas, que en cada escena pretende dejar un mensaje social, y cuya última gran moraleja parece ser: ¿sabes cuándo puedes estar seguro de que ya la hiciste? Cuando te casas con una niña bien y te transladas a su mundo, aunque, claro, no vayas a olvidar tus raíces (que en el caso de esta pelñicula son un callejón criollazo multirracial que parece diseñado para un spot de Marca Perú).

Entonces viene Alfredo Ferrero y dice:

"El éxito taquillero de Asu mare, que ha roto todos los récords de asistencia en la historia del Perú, demuestra que el cine local requiere afinar sus productos a gusto de los consumidores y no en base a cuotas de pantalla".

Para despejar el terreno, diré una vez más que yo estoy en contra de las cuotas de pantalla, así como estoy en contra del proyecto de ley que pretende obligar a las radios a que el 30% de la música que transmitan sea música peruana. Y mi objeción es la de cualquiera que esté genuinamente interesado más en la cultura que en el consumo (dos cosas que Ferrero sería incapaz de diferenciar): ninguna ley nos puede obligar a consumir algo que no queremos consumir y ninguna cultura está obligada a construirse como si el éxito comercial fuera su objetivo.

Los cineastas peruanos no "requieren" hacer películas afinadas al "gusto de los consumidores", así como Vallejo ne necesitó hacer un focus group para escribir Poemas humanos y Vargas Llosa no hizo un estudio de mercado para escribir Conversación en La Catedral, cuando Conversación en La Catedral era un libro insólito que no podía estar afinado al "gusto del consumidor" peruano por el simple hecho de que nadie había escrito un libro así jamás antes en el Perú ni en el mundo hispano en general. Y no sé si Alfredo Ferrero se siente en la capacidad de decirle a Vallejo cómo debió escribir, ni creo que Alfredo Ferrero tenga nada que enseñarle a Vargas Llosa, ni sobre cómo hacer literatura ni sobre cómo alcanzar el éxito.

Pero cientos de miles de peruanos han leído Conversación en La Catedral y probablemente millones de peruanos han leído y aprendido poemas de Vallejo, y no importa lo que el ejército de columnistas funestos de la prensa nacional diga, los peruanos están mejor porque esas personas escribieron esos textos sin preguntarse si serían éxitos comerciales y ahora esos textos son parte de nuestra cultura: la cultura no se expande mediante estudios de mercado; la expande la audacia de los creadores, no la minúscula visión de los "creativos" de agencia publicitaria. El "consumidor" ideal no sólo consume las cosas que le ponen en frente: hay además algo dentro de él que se va consumiendo cuando esas cosas son constantemente tonterías sin valor y sin fondo: los productos culturales que no nos ensanchan, indefectiblemente nos estrechan.

Dice Ferrero, pretendiendo explicar el fenómeno de Asu mare: "Cuando el producto tiene capacidad de convocatoria, se vende y la publicidad se acerca", olvidando el detalle de que el éxito de Asu mare no tiene tanto que ver con la publicidad que se haya acercado después, sino con la publicidad que se hizo antes. De hecho, la peculiaridad más evidente de Asu mare no es siquiera la de haber sido un producto comercial "bien manejado" desde el punto de vista publicitario sino el de ser un producto publicitario en sí mismo: hecho por creativos publicitarios, filmado con los códigos del spot y la estética del comercial telvisivo, escrito y dirigido a partir de estudios de mercado. Asu mare no tiene una campaña publicitaria: es una campaña publicitaria. Asu mare no cuenta una historia: vende la historia de Carlos Alcántara.

Más divertido es cuando Ferrero pontifica acerca de las razones del éxito de la película, porque lo que hace es un ejemplo perfecto de razonamiento circular: "Esta película ha roto el mito de que hay un complot contra los productos nacionales", dice primero, como el policía incompetente que muestra a un hombre libre y declara que su existencia prueba que nunca nadie ha sido secuestrado. De inmediato anota que, simplemente, los filmes nacionales "se difunden cuando son buenos", con lo cual no sólo afirma que Asu mare es una buena película, sin haber dado hasta ese momento otra razón que el éxito que ha obtenido, sino que hace una cosa inmensamente más asombrosa: afirma que básicamente todas las demás películas peruanas son malas, porque, si hubieran sido buenas, hubieran tenido el éxito de Asu mare.

En la escala de Ferrero, que es la escala del gusto comercial peruano, Condorito es mejor Kafka. No debemos olvidar eso, porque ese dato nos da la clave de cómo debemos tomar sus opiniones.

Luego, Ferrero recurre al truco de la sabiduría popular: "Además, el consumidor sabe lo que le gusta, aquí también funciona la oferta y la demanda". El círculo queda claro: según Ferrero, lo bueno tiene éxito, lo que tiene éxito lo tiene porque le gusta a la gente, por lo tanto, lo que le gusta a la gente es necesariamente bueno. Por supuesto, uno puede argumentar que a "la gente", en el Perú, también le gustan otras cosas, como hacer trampa, violar la ley, comprar productos piratas, no entregar factura, coimear policías, votar por expresidentes asesinos, pedir la libertar de delincuentes que han cometido delitos contra la humanidad, celebrar la pendejada de todos los pendejos, etc. ¿Cuál es exactamente el ensalmo misterioso que hace que esa misma gente sepa decidir con invariable acierto qué cosa es una buena película y qué cosa no?

Quiero hacer una pregunta (la pregunta que ningún falso liberal quiere jamás responder y que a los publicistas se les atora en el tímpano cuando la escuchan): si la gente siempre sabe y nunca se equivoca, si cada triunfo comercial es un plebiscito inapelable sobre la calidad del producto que se vende: ¿entonces para qué sirve la publicidad? ¿No será que los publicistas piensan que pueden engañar a los consumidores y hacerles comprar un producto cuando el mejor es otro o, quizás, cuando lo mejor es simplemente no comprar? Por supuesto que así es: la publicidad es la forma en que el mercado ha institucionalizado el arte de engañar. Y el último gran engaño de la publicidad peruana es hacerle creer al público de Asu mare que Asu mare es una película y no un largo e innecesario comercial televisivo en pantalla gigante. Pensar que antes la gente calculaba llegar al cine cuando hubieran terminado los comerciales.

"Incluso en su estreno, Asu mare tuvo más espectadores que la saga Crepúsculo, la cual era líder en todo el país", dice Ferrero, que en sólo un párrafo se las arregla para proponer dos o tres ideas y regalarnos los mejores contraejemplos, porque, como es evidente, si Asu mare tuvo el éxito que tuvo "incluso en su estreno", eso no podía de ninguna manera deberse a que la pelícual fuera buena, sino a que la campaña era efectiva.

Como hace notar Iván Thays, lo más atroz del artículo de Ferrero viene al final, cuando, quizá tratando de demostrar que él no es un neo-con a rajatabla ni uno de esos seres que la izquierda llama "neoliberales salvajes", propone: "esto no impide que el Estado tenga una política de promoción de la cultura, del artista nacional y de lo nuestro".

Gracias, pero no gracias, señor Ferrero. Por supuesto que el Estado debe tener políticas de promoción cultural, pero si el Estado parte de la estúpida idea de que sólo lo que el público demanda es bueno y que cualquier cosa que tenga éxito es positiva, entonces corremos el riesgo de que el Estado comience a promover basura, exterminando lo poco que queda de las artes y las letras y la intelectualidad en el Perú.

¿Qué músicos debería promover el Estado? Obviamente la Orquesta Sinfónica Nacional no pega tanto como Susy Díaz. ¿Y en danza? Cualquier imitador de los Wachiturros será preferible al Ballet Nacional. ¿Qué cursos habrá que dictar en los colegios? Matemáticas ya fue, creo yo. ¿Qué libros adquirir para la Biblioteca Nacional? Con 50 sombras de Grey basta y sobra. Ah perdón, eso no es peruano: entonces nada, pues. Porque, en el Perú, un país con niveles de lectoría y comprensión de lectura comparables con los del África subsahariana, la voz del pueblo ya habló: leer no es bueno. ¡Si al menos eso nos salvara de leer a Alfredo Ferrero!


25.5.13

País de ventrílocuos: sobre la ley de la comida chatarra

¿Qué pienso sobre la ley de la comida chatarra? Mientras que todas las agencias de publicidad del mundo depuran el arte de manipular la mente, los gustos y los deseos de los niños, una masa alucinada de padres de familia dice que ponerle límites a esa manipulación es violar sus libertades. Y los medios de comunicación (que pierden dinero con la ley) corren donde los publicistas (que pierden dinero con la ley) para preguntarles a ellos si la ley es buena o mala y si la comida chatarra es o no perniciosa para la salud de los niños. Así es: los periodistas les preguntan eso a los publicistas en vez de preguntárselo a los médicos y a los nutricionistas. ¿Por qué creen que pasa eso? ¿Y en qué momento de estupidez la gente empezó a creer que nuestra libertad de información consiste en escuchar publicidad pagada por corporaciones y mercachifles? ¿Cuándo fue la última vez que vieron un comercial de hamburguesas donde les dieran alguna información valiosa y veraz acerca de qué comen cuando comen una hamburguesa? Permítanme decir, con mi experiencia de muchos años como profesor de publicidad: la publicidad no es información, es desinformación; la libertad de desinformación no es algo que valga la pena defender y nuestra libertad de elegir no existe cuando se basa en desinformación. Les voy a decir qué cosa es lo que me molesta a mí de todo este lío: la ley dice, al pie de la letra, que quienes quieran vender comida chatarra no pueden publicitarla mediante datos falsos; dice que tienen que ser transparentes acerca de qué productos contiene esa comida y las consecuencias que la ingesta repetida de esos productos tiene sobre el organismo. Es decir, la ley dice que no nos deben mentir. Y entonces la gente se indigna con la ley porque vulnera su libertad de información. Porque creen que mentir e informar es lo mismo. No sé, probablemente se les ha congestionado de colesterol el cerebro o de pronto todos hablan por el estómago en este país de ventrilocuos y marionetas.

5.5.13

El escritor que no lee

Pedro Suárez Vértiz está pasando por un episodio lamentable en su vida. A mí, que nunca me ha gustado ni me ha llamado la atención su música, él siempre me ha parecido, sin embargo, una buena persona y creo, además, que tiene tanto derecho como cualquier otro artista a buscar todos los vehículos de expresión que desee, incluyendo, por supuesto, los libros.

Y Suárez Vértiz, en efecto, anuncia para la próxima Feria del Libro de Lima el lanzamiento de su primera obra. Sobra decir que no he leído el libro y que por tanto nada puedo opinar sobre él. Si tiene algún parecido con las columnas que publica en la revista Somos, sospecho que tampoco después de que sea publicado tendré cómo opinar, porque probablemente no lo lea.

Lo que sí he leído, un poco a destiempo, son las cosas que ha escrito en su cuenta de Facebook a propósito de su ingreso en el mundo de la escritura:

"Ojalá tengan la paciencia que yo no tengo para leer. Siempre he picoteado los libros porque no puedo mantener la concentración por más de 4 páginas, quizás así lo haga, como un libro para distraídos como yo. No me ha ido mal obteniendo lo esencial de los libros pellizcándolos por partes sin el tedio de leerlos de cabo a rabo. Voy a pensar mucho en la gente como yo para poder brindar un libro cómodo, aportador y sobretodo espontáneo, que creo es lo que todos esperan".

Pedro Suárez Vértiz sin duda va a ser un personaje original en el mundo de los escritores. Porque en ese mundo hay unos que viven de leerse fanáticamente a sí mismos y a sus amigos más próximos, otros que leen sólo a escritores contemporáneos, otros que leen únicamente a los clásicos, otros más que releen mil veces a un puñado de autores queridos y no buscan nunca nada nuevo, otros que leen lo que no les gusta (para destruirlo), otros tantos que leen por mera diversión, unos que leen para sufrir, otros que leen nada más lo que alguien les recomienda, muchos que leen tan sólo lo que anda de moda, pocos que leen exclusivamente libros que hayan pasado de moda, otros que agotan todos los libros de un autor antes de pasar a uno más, algunos que leen diez libros a la vez, omnímodamente, vorazmente, otros que leen lo que se parece a lo que ellos escriben, unos que leen sólo lo que no se parece a ellos en lo más mínimo, varios que leen para copiar y otros que leen para decir que leyeron.

Pero Pedro Suárez Vértiz va a ser el primero que no lee. O que no lee nunca más de cuatro páginas, y que sin embargo cree que, en virtud de no se sabe qué poder mágico, entiende lo esencial de los libros con solo pasar sus manos por encima de ellos y fijar la vista en dos o tres párrafos. Va a ser el primer escritor en decir, como ha dicho, que, en general, leer es tedioso.

Hace poco tuvimos a un alcalde de Trujillo, rector universitario, inaugurando una Feria del Libro con un anuncio semejante: "yo nunca leo libros". Ahora, nos espera una nueva feria en la que el autor estrella parece defender el arte de la no-lectura. Quienes deberían promover la lectura parecen menospreciarla o ser incapaces de entender su importancia. Las instituciones que organizan estos eventos, por su parte, cada cierto tiempo opinan acerca de la muerte del libro en su lucha contra el libro electrónico o contra las tablets o contra los blogs o contra la costumbre de los posts de las redes sociales.

Pero la verdad es que ninguna de esas cosas está matando al libro, y sobre todo, ninguna de esas cosas está matando la lectura (que es un fenómeno mayor y más relevante). La lectura no muere cuando se encuentran nuevos soportes para hacerla llegar al lector: la lectura muere cuando los libros (y sus sucedáneos) no se abren, cuando se dice específicamente que no hace falta leer para triunfar en la vida. Y sobre todo cuando se dice que no hace falta leer ni siquiera para escribir.

JAVIER DIEZ CANSECO, EL DEMONIO Y SU MÉTODO

In memoriam

Una vez, sería por el año 1998, fui a comer con unos amigos al Agua Viva, ese restaurant de monjitas que hay en el Centro de Lima y que ahora Cipriani quiere desaparecer. Íbamos siempre porque estaba cerca de El Comercio, donde trabajábamos, porque se comía bien y porque las monjitas, vestidas con trajes tradicionales de sus países de origen (eran africanas, la mayoría, algunas asiáticas), resultaban realmente encantadoras.

Todo era siempre muy pacífico, un poquito monacal, y por eso fue doblemente insólito el momento, esa tarde, en que una mujer, en una mesa cercana, comenzó a dar de gritos, gritos ahogados, pero gritos, rasguñando el mantel y poniéndose de pie con dificultad. Luego vimos que, detrás de la mujer, estaba Javier Diez Canseco, dándole unos golpes brutales por la espalda.

Alguien se paró para detener al agresor (en la imaginación de buena parte de los limeños, Javier Diez Canseco era el demonio y siempre era el agresor). Antes de que el valeroso voluntario pudiera poner sus manos sobre Diez Canseco, una esquirla de hueso de pollo salió volando por entre los labios de la mujer en dirección a la mesa. Ella se volteó hacia Diez Canseco y, apenas pudo hablar de nuevo, le dio las gracias con efusividad. Al parecer, él no era ningún experto en la maniobra Heimlich, pero se las arregló para salvarle la vida a su compañera de mesa.

Cuando yo era chico, los adultos de mi mundo detestaban a Javier Diez Canseco. Los asustaba, les daba un poco de miedo, a veces bastante. En las últimas dos o tres elecciones legislativas, varias de esas personas votaron por él. No es sólo que ellos crecieron con el tiempo y sus horizontes se abrieron; es que la imagen de él creció dentro de esas personas, más aun cuando lo compararon con esos políticos atrabiliarios e impresentables que se multiplicaron en los últimos veinte años. No era tampoco que de pronto ellos se hubieran vuelto comunistas o radicales: es que se dieron cuenta de que, aunque no les cuadraran mucho los métodos de Diez Canseco, sus intenciones eran las mejores, y eso no era poco.

Yo nunca llegué a votar por Javier Diez Canseco, pero siempre me pareció bien que estuviera en el Congreso y en la esfera pública, incluso en esos tiempos cuando era el demonio encarnado: al lado de los demonios de verdad, que vinieron después, y que resultaron, además, ser unos demonios viles de opereta, quedó claro que Diez Canseco no era más que un simple ser humano, consciente, solidario, coherente, que sentía amor por los más pobres, una de esas personas que faltan en nuestra política y que a partir de hoy faltarán mucho, mucho más.