En su
micro-columna de Perú 21, hecha de textos que parecen predigeridos para facilidad del lector haragán, Alfredo Ferrero (¿qué pasa con los Alfredos?) opina acerca del éxito de la película
Asu mare y saca conclusiones que parecen implicar no sólo al cine sino a la vida humana en su conjunto, o al menos al mercado en su conjunto, que para Ferrero parecen ser la misma cosa.
Como muchos otros que de pronto han descubierto su afición al cine y ejercen subrepticiamente de comentaristas, Ferrero también elige hablar del éxito de la película, sin decir nada en absoluto sobre la película. Déjenme escapar de ese círculo haciendo constar mi opinión:
Asu mare es un bodrio, un budín, que podría con todo derecho reclamar un espacio en la tele un sábado por la noche (y elevaría el nivel de cualquier canal peruano), pero que, en su sitial actual como la película que más peruanos han visto en una sala de cine, resulta poco menos que una vergüenza.
Pertenece al subgénero más rascuacho de la comedia cinematográfica: la comedia de chistes, que no llega nunca más lejos que sus propios chascarrillos, el espectro de cuyas ideas parte de lo ramplón para llegar a lo sonso y cuya solidez como unidad narrativa se sostiene únicamente en el hecho de que las pantallas de cine no tienen puerta de escape y nada se puede chorrear por sus costados.
Si nadie o casi nadie recuerda el nombre de su director eso se debe a que la película parece no tener un director, sino sólo un equipo de productores, uno que, además, podría haberse presentado en el set para filmar
Asu mare de la misma manera en que podría haber filmado un comercial de zapatillas, un spot de Promperú o un espidosio de
Yo soy. De hecho, la película fue hecha con el mismo tipo de criterio: después de focus groups y evaluaciones de qué cosa es lo que la gente quiere ver y de qué manera el material de Alcántara podía prestarse a los proyectos de sus publicistas.
La película es graciosa estrictamente cuando el último chiste ha sido gracioso pero se vuelve plana, torpe y aburrida en cualquier otro instante. Para ser una narración extremadamente simple, tiene un absurdo exceso de elementos: la yuxtaposición de los monólogos de Alcántara en su rutina de stand up comedy y los episodios representados --que son más ilustraciones de chistes que flashbacks de verdad-- ya es bastante agotadora y facilista, pero parece no haber sido suficiente: se le añade además esa melcocha insoportable, entre nostálgica y melancólica, que el espectador escucha como voz en off: Alcántara rindiéndole inagotables homenajes a su madre, enterneciéndose de sí mismo para que todos nos enternezcamos con él y dando lecciones morales de inconfundible buen corazón, que no hacen sino contar por segunda o tercera vez lo que la película ya dijo antes. Para que todo quede bien clarito.
Por supuesto, la película es biográfica porque la rutina cómica de Alcántara es autobiográfica, y por ello daría la impresión de que es injusto criticar la historia narrada: si así pasó, así pasó. Pero no es verdad, pues. La vida de Alcántara es una sola pero puede contarse de mil maneras, y la manera en que la película elige contarla es entre lamentable e indignante: es la historia del éxito de un muchacho destinado al fracaso, pero su éxito no consiste simplemente en haber escapado a la cultura del vicio y la costumbre del camino más fácil: de la manera en que la historia está estructurada, el éxito real consiste en que un chico de un barrio pobre se case con una chica de un colegio rico, que un mestizo con pinta de blanco se case con una rubia del San Silvestre a la que sólo ha visto una vez en toda su vida y que sólo le llamó la atención, inicialmente, por eso, por ser una rubia del San Silvestre.
Me pueden objetar que qué tiene de malo que una película narre un ejemplo de movilidad social, en un país como el Perú, que pide a gritos movilidad social. La respuesta es que eso no tendría nada de malo si
Asu mare no insistiera profusamente en ser una película moralizante de la manera más predecible que es posible imaginar: una película hecha de constantes moralejas, que en cada escena pretende dejar un mensaje social, y cuya última gran moraleja parece ser: ¿sabes cuándo puedes estar seguro de que ya la hiciste? Cuando te casas con una niña bien y te transladas a su mundo, aunque, claro, no vayas a olvidar tus raíces (que en el caso de esta pelñicula son un callejón criollazo multirracial que parece diseñado para un spot de Marca Perú).
Entonces viene Alfredo Ferrero y dice:
"El éxito taquillero de
Asu mare, que ha roto
todos los récords de asistencia en la historia del Perú, demuestra que
el cine local requiere afinar sus productos a gusto de los consumidores y
no en base a cuotas de pantalla".
Para despejar el terreno, diré una vez más que yo estoy en contra de las cuotas de pantalla, así como estoy en contra del proyecto de ley que pretende obligar a las radios a que el 30% de la música que transmitan sea música peruana. Y mi objeción es la de cualquiera que esté genuinamente interesado más en la cultura que en el consumo (dos cosas que Ferrero sería incapaz de diferenciar): ninguna ley nos puede obligar a consumir algo que no queremos consumir y ninguna cultura está obligada a construirse como si el éxito comercial fuera su objetivo.
Los cineastas peruanos no "requieren" hacer películas afinadas al "gusto de los consumidores", así como Vallejo ne necesitó hacer un focus group para escribir
Poemas humanos y Vargas Llosa no hizo un estudio de mercado para escribir
Conversación en La Catedral, cuando
Conversación en La Catedral era un libro insólito que no podía estar afinado al "gusto del consumidor" peruano por el simple hecho de que nadie había escrito un libro así jamás antes en el Perú ni en el mundo hispano en general. Y no sé si Alfredo Ferrero se siente en la capacidad de decirle a Vallejo cómo debió escribir, ni creo que Alfredo Ferrero tenga nada que enseñarle a Vargas Llosa, ni sobre cómo hacer literatura ni sobre cómo alcanzar el éxito.
Pero cientos de miles de peruanos han leído
Conversación en La Catedral y probablemente millones de peruanos han leído y aprendido poemas de Vallejo, y no importa lo que el ejército de columnistas funestos de la prensa nacional diga, los peruanos están mejor porque esas personas escribieron esos textos sin preguntarse si serían éxitos comerciales y ahora esos textos son parte de nuestra cultura: la cultura no se expande mediante estudios de mercado; la expande la audacia de los creadores, no la minúscula visión de los "creativos" de agencia publicitaria. El "consumidor" ideal no sólo consume las cosas que le ponen en frente: hay además algo dentro de él que se va consumiendo cuando esas cosas son constantemente tonterías sin valor y sin fondo: los productos culturales que no nos ensanchan, indefectiblemente nos estrechan.
Dice Ferrero, pretendiendo explicar el fenómeno de
Asu mare: "Cuando el producto tiene capacidad de
convocatoria, se vende y la publicidad se acerca", olvidando el detalle de que el éxito de
Asu mare no tiene tanto que ver con la publicidad que se haya acercado
después, sino con la publicidad que se hizo antes. De hecho, la peculiaridad más evidente de
Asu mare no es siquiera la de haber sido un producto comercial "bien manejado" desde el punto de vista publicitario sino el de ser un producto publicitario en sí mismo: hecho por creativos publicitarios, filmado con los códigos del spot y la estética del comercial telvisivo, escrito y dirigido a partir de estudios de mercado.
Asu mare no
tiene una campaña publicitaria:
es una campaña publicitaria.
Asu mare no cuenta una historia:
vende la historia de Carlos Alcántara.
Más divertido es cuando Ferrero pontifica acerca de las razones del éxito de la película, porque lo que hace es un ejemplo perfecto de razonamiento circular: "Esta película ha roto el mito de que hay un complot contra los productos nacionales", dice primero, como el policía incompetente que muestra a un hombre libre y declara que su existencia prueba que nunca nadie ha sido secuestrado. De inmediato anota que, simplemente, los filmes nacionales "se difunden cuando son buenos", con lo cual no sólo afirma que
Asu mare es una buena película, sin haber dado hasta ese momento otra razón que el éxito que ha obtenido, sino que hace una cosa inmensamente más asombrosa: afirma que básicamente todas las demás películas peruanas son malas, porque, si hubieran sido buenas, hubieran tenido el éxito de
Asu mare.
En la escala de Ferrero, que es la escala del gusto comercial peruano,
Condorito es mejor Kafka. No debemos olvidar eso, porque ese dato nos da la clave de cómo debemos tomar sus opiniones.
Luego, Ferrero recurre al truco de la sabiduría popular: "Además, el consumidor sabe lo que le gusta, aquí también funciona la oferta y la demanda". El círculo queda claro: según Ferrero, lo bueno tiene éxito, lo que tiene éxito lo tiene porque le gusta a la gente, por lo tanto, lo que le gusta a la gente es necesariamente bueno. Por supuesto, uno puede argumentar que a "la gente", en el Perú, también le gustan otras cosas, como hacer trampa, violar la ley, comprar productos piratas, no entregar factura, coimear policías, votar por expresidentes asesinos, pedir la libertar de delincuentes que han cometido delitos contra la humanidad, celebrar la pendejada de todos los pendejos, etc. ¿Cuál es exactamente el ensalmo misterioso que hace que esa misma gente sepa decidir con invariable acierto qué cosa es una buena película y qué cosa no?
Quiero hacer una pregunta (la pregunta que ningún falso liberal quiere jamás responder y que a los publicistas se les atora en el tímpano cuando la escuchan): si la gente siempre sabe y nunca se equivoca, si cada triunfo comercial es un plebiscito inapelable sobre la calidad del producto que se vende: ¿entonces para qué sirve la publicidad? ¿No será que los publicistas piensan que pueden engañar a los consumidores y hacerles comprar un producto cuando el mejor es otro o, quizás, cuando lo mejor es simplemente no comprar? Por supuesto que así es: la publicidad es la forma en que el mercado ha institucionalizado el arte de engañar. Y el último gran engaño de la publicidad peruana es hacerle creer al público de
Asu mare que
Asu mare es una película y no un largo e innecesario comercial televisivo en pantalla gigante. Pensar que antes la gente calculaba llegar al cine cuando hubieran terminado los comerciales.
"Incluso en su estreno,
Asu mare tuvo más espectadores que la saga
Crepúsculo, la cual era líder en todo el país", dice Ferrero, que en sólo un párrafo se las arregla para proponer dos o tres ideas y regalarnos los mejores contraejemplos, porque, como es evidente, si
Asu mare tuvo el éxito que tuvo "incluso en su estreno", eso no podía de ninguna manera deberse a que la pelícual fuera buena, sino a que la campaña era efectiva.
Como hace notar Iván Thays, lo más atroz del artículo de Ferrero viene al final, cuando, quizá tratando de demostrar que él no es un neo-con a rajatabla ni uno de esos seres que la izquierda llama "neoliberales salvajes", propone: "esto no impide que el Estado tenga una política de promoción de la cultura, del artista nacional y de lo nuestro".
Gracias, pero no gracias, señor Ferrero. Por supuesto que el Estado debe tener políticas de promoción cultural, pero si el Estado parte de la estúpida idea de que sólo lo que el público demanda es bueno y que cualquier cosa que tenga éxito es positiva, entonces corremos el riesgo de que el Estado comience a promover basura, exterminando lo poco que queda de las artes y las letras y la intelectualidad en el Perú.
¿Qué músicos debería promover el Estado? Obviamente la Orquesta Sinfónica Nacional no pega tanto como Susy Díaz. ¿Y en danza? Cualquier imitador de los Wachiturros será preferible al Ballet Nacional. ¿Qué cursos habrá que dictar en los colegios? Matemáticas ya fue, creo yo. ¿Qué libros adquirir para la Biblioteca Nacional? Con
50 sombras de Grey basta y sobra. Ah perdón, eso no es peruano: entonces nada, pues. Porque, en el Perú, un país con niveles de lectoría y comprensión de lectura comparables con los del África subsahariana, la voz del pueblo ya habló: leer no es bueno. ¡Si al menos eso nos salvara de leer a Alfredo Ferrero!