30.6.13

"Liberal" cuando me conviene

En el Perú, desde el gobierno de Fujimori, sin que se corrigiera nada sustantivo en el de Toledo y ahondando la herida en el gobierno de Alan García, se ha permitido que el Estado renuncie a su responsabilidad con los escolares y universitarios y que la educación se convierta, básicamente, en un negocio manejado por la versión más selvática y matonesca de la ley de la oferta y la demanda.

Por un lado, universidades adefesieras, fundadas sobre ningún sustento intelectual, sin expectativas éticas ni interés alguno por educar ciudadanos y formar profesionales: universidades que son como kermesses de domingo en las que todo desprevenido cree encontrar su conveniencia pero la mayor parte sólo dejan su dinero y se van sin nada ganado, o se van con un título inútil, que es como irse sonriendo porque se ganó un osito de peluche en la tómbola, aunque en verdad uno no necesita el oso de peluche y no le sobra el dinero para gastarlo en una tómbola.

Por otro lado, colegios que no compiten por educar a nadie sino por llenar sus vacantes lo antes posible, lo más rápidamente posible, a los precios más altos que les sean posibles, y que, sin pensarlo dos veces, aceptan trucos alucinantes como el famoso Plan Lector, que obliga a sus hijos a leer las tonterías que un director corrupto o ignorante y un par de maestros sobornables decidan en colusión con los comerciantes de las editoriales, que les dan cualquier mamarracho para que lo presenten a sus alumnos y a los padres de familia como lecturas imprescindibles, que van a convertir a sus hijos en lectores sagaces por el resto de sus vidas.

Lo más triste es que hay escritores y editores que se reclaman de izquierda y que aceptan gustosos el juego comercial del Plan Lector, que consiste en vender mucho, vender como mercachifles, suplantar la educación con el producto de ese bajo comercio y de paso ganar un poquitín de fama artificial, convirtiéndose ellos mismos en fulgurantes figuras del canon, cuando sus lectores no son otra cosa que niños que no los eligieron y que, de haber estado mejor informados, hubieran elegido cualquier otra cosa.

Se justifican diciendo que ellos trabajan con editoriales nacionales, luchando contra las grandes transnacionales (y eso lo repiten para que sus propios oídos se alegren creyendo que todavía son progresistas, izqueirdistas, rebeldes, antisistema): la verdad es que ni las pequeñas editoriales ni las grandes editoriales transnacionales deberían tener NADA que ver con la decisión de qué cosa leen nuestros chicos en la escuela. NADA. No sé si está claro: NADA.

De pronto, esos escritores y esos editores "de izquierda" descubren que la versión más selvática y matonesca del libre mercado es su elemento: se complacen en ella, lucran con ella, la vuelven parte de su sistema de vida. "¿Cómo? ¿Tú no eras fidelista?", les pregunta uno: "¿Tú no creías que el Estado tiene el deber de guiar la educación del pueblo?", y se hacen los que no escuchan. De pronto, cuando les conviene, parecen descubrir que no hay problema que no pueda solucionar la iniciativa privada y la ley de la oferta y la demanda. En cualquier otro terreno les parecería terrible. Pero en el terreno donde sus bolsillos engordan y sus egos se alimentan (y los cerebros de los chicos se desinflan y pierden la oportunidad de aprender algo de valor), ahí, en ese terreno, ya no ven cuál es el problema.


29.6.13

El Plan Lector y el origen de la estupidez

Es un mercenario de la educación el tipo que dirige la editorial San Marcos (que hace años se enriqueció de la mano de Recreo, Javier Arévalo, Gustavo Rodríguez y su famoso Plan Lector). Distribuye en los colegios peruanos textos racistas donde se dice que los indios y los negros son así porque salieron de las aguas sucias donde se habían bañado antes los blancos.

Le preguntan cuándo va a sacar de circulación el librejo en cuestión y dice (sumando y multiplicando, sin duda alguna) que primero tiene que evaluarlo. Después dice que no va a sacarlo porque el texto se basa en "antiguas leyendas jíbaras" sobre el origen de las razas. Eso me hace pensar en que quizás sea buena idea echarle una mirada a los textos de historia universal de Editorial San Marcos. No sea que estén consignando "antiguas leyendas germánicas" sobre los judíos o "antiguas leyendas españolas" sobre los gitanos o "antiguas leyendas serbias" sobre los croatas.

El Plan Lector, lo digo por enésima vez, es un proyecto surgido de Javier Arévalo, armado por él, promovido por él, aprobado en el congreso por un lobby que él formó, aprovechado por él mismo para lucrar con una ONG hecha ad hoc, que además coloca en los colegios del Perú libros del mismo Arévalo y de su socio Gustavo Rodríguez, como si fueran escritores de algún valor, cuando en verdad son la última rueda del coche de la literatura peruana. El Plan Lector además sirve de sombrilla y padarrabos para todo un ejército de otros pícaros y aprovechados, como los de Editorial San Marcos, socios de Rodríguez y Arévalo en otra colección de libros, que están convirtiendo a nuestra actual generación de escolares en chicos que siguen estando entre los menos lectores del planeta pero que, además, ahora, cuando leen, lo poco que leen, es casi siempre una triste estupidez impuesta por el negociado entre inescrupulosos como los de la Editorial San Marcos (que incluye, oh maravilla, oh milagro, entre sus colecciones, una colección de libros de Recreo) e inescrupulosos en los colegios.

Por supuesto, los colegios también podrían protegerse de esos inescrupulosos. En la Inmaculada, por ejemplo, el encargado de disponer qué se hace con el Plan Lector es un escritor inteligente y valioso, uno de los poetas centrales de las últimas generaciones peruanas, José Carlos Yrigoyen, pero, sobre todo, es un maestro responsable y consciente de la responsabilidad que implica educar a niños y adolescentes, y esto es lo que él ha escrito sobre el tema:

"Soy Coordinador de Comunicación de un colegio de Lima. Y como me niego a idiotizar a mis alumnos, mi Plan Lector no es el de Recreo. Prefiero que mis alumnos lean a Hemingway y a Vallejo que a Gustavo Rodríguez y a Javier Arévalo. Tampoco he incluido libros de San Marcos, porque no acepto que mis alumnos crean que son de piel más oscura que otros porque sus antepasados se bañaron a destiempo en una laguna. Finalmente, he dispuesto que en cada grado del colegio donde trabajo los profesores armen una antología de textos narrativos y de poesía, porque ninguna de las editoriales que conozco se dignan a poner poemas y cuentos completos en los libros de texto para no pagar los respectivos derechos de autor, y me niego a educarlos con fragmentos incoherentes de cuentos y poemas mal escogidos en su mayoría. No creo hacer nada del otro mundo, en realidad: simplemente quiero darles a esos chicos una educación mínimamente decente, sin prejuicios estúpidos y con autores que valgan la pena, no con mercenarios que lo único que desean es lucrar con la ignorancia de los niños y adolescentes de mi país. Eso es todo, nada más".

24.6.13

La izquierda voluntariamente secuestrada por payasos

Yo soy de izquierda y a mí me resulta vergonzoso el apoyo de las izquierdas latinoamericanas a regímenes como los de Correa, Morales, los Kirshner o la pajaritocracia de Maduro. Dicen que no es un apoyo incondicional sino un apoyo estratégico. Bueno, todo apoyo es estratégico pero no toda estrategia es sabia, y, en cambio, no todo apoyo estratégico tiene por qué ser incondicional. Y el apoyo que la izquierda les da a estos payasos es claramente incondicional. Por lo menos yo nunca he visto que la izquierda le ponga condiciones a ese apoyo.

Yo no he visto que la izquierda de la región le diga a Cristina Fernández de Kirshner, ok, la apoyamos pero demuestre por favor que no son verdad las cada vez más numerosas acusaciones de robo ni sus abusos contra la libertad de prensa ni el ensañamiento particular con ciertos medios (incluyendo los medios de una izquierda crítica). No he visto qué condiciones le ha puesto la izquierda latinoamericana a la ornitoglosia feérica de Maduro cuando suscribe los discursos xenofóbicos de Chávez, su antisemitismo de otro siglo, su alianza con dictaduras homicidas como las de Irán y Cuba, su control de la información, su acoso contra la prensa de oposición. No sé qué condiciones le impone a Correa y su inaceptable ataque contra la libertad de prensa en Ecuador. No sé que condiciones le pone la izquierda latinoamericana a Evo Morales, su nauseabunda homofobia y sus ofensas contra la dignidad de la mujer boliviana, empezando por la humillación de sus propias ministras mujeres.

Sí, la alianza de la inmensa mayoría de la izquierda latinoamericana con esos señores es estratégica, como toda alianza, y eso es triste porque está claro que en la estrategia de la izquierda un punto repetido es abandonar la vergüenza, el pudor y los principios básicos que, se supone, deberían definir a una izquierda moderna contemporánea, para consagrar el capricho de dictadores abusivos, como si los ideales de la nueva izquierda tuvieran algo que ver con todas esas chapucerías, todas esas bajezas, toda esa oligofrenia, todo ese abuso y todo ese caudillismo chauvinista. ¿A cambio de qué? ¿Cuál es el resultado de esa estrategia? 

Por un lado, recibir un montón de dinero de ese circo de ventrílocuos chavistas que gobiernan hoy a Venezuela, ése es el plus. Por otro lado, estúpidamente, hacerles creer a dos generaciones enteras de latinoamericanos que para ser de izquierda hay que ser un baboso atrabiliario, hay que perseguir periodistas, hay que robar a manos llenas, hay que ser un vulgar, un grosero y un perpetuo ofensivo, hay que estar colmado de prejuicios contra todos los que son distintos de uno mismo, hay que asociarse con maleantes, hay que tomar partido en favor de genocidas (como hicieron Correa, Chávez y Castro en el caso de todos los genocidas del mundo árabe, a los que han defendido como si se tratara de sus hijos y sus hermanos).

Brillante estrategia de la izquierda: recibir dinero a cambio de perpetuar la imagen de que la izquierda es un huarique regido por el más pendejo, la imagen de que la izquierda no sirve a nadie con más lealtad que a la billetera de sus líderes y sus cuentas en bancos suizos, que ninguna ley le parece demasiado respetable, ningún honor demasiado respetable, ningún opositor demasiado respetable, ningún principio demasiado respetable. Brillante estrategia.

10.6.13

"Espejito, espejito, ¿quién es el más mentiroso de este reino?". "Oh, antes eras tú, pero ahora es tu hija Keiko".

(A) “Juro por Dios que no voy a indultar a Alberto Fujimori. No es mi intención, ni la intención de la familia indultar a Alberto Fujimori, lo ratifico como lo he dicho en varias oportunidades. Critico y condeno los errores que se cometieron durante el gobierno de mi padre". (Keiko Fujimori el 18 de abril del 2011, siendo candidata presidencial).

(B) “Recibimos la denegatoria a la solicitud de indulto con mucha tristeza y una lógica indignación. No podemos concebir que el presidente tenga un trato tan inhumano en el fondo como en la forma. Alberto Fujimori saldrá en libertad. Y no en la tumba, como Ollanta Humala y su señora desean". (Keiko Fujimori el 9 de junio del 2013).

Curioso. Cuando quiere ser presidenta jura "por Dios" que no dará el indulto y además explica por qué: a causa de los "errores" del gobierno de su padre (que es como ella se refiere a los crímenes de lesa humanidad, la multitud de robos y demás delitos del ilustre líder emérito de su mafia). Pero después, cuando el presidente que sí fue elegido niega el indulto, ella se indigna y lo llama "inhumano".

¿Estaba mintiendo cuando dijo (A)? Obvio que sí. ¿Ha olvidado que alguna vez dijo (A)? No lo creo: recuerda perfectamente su mentira pero es demasiado caradura como para que eso la moleste.

Sin embargo: ¿Hubiera sido capaz de cumplir lo ofrecido en (A), dado el caso, incluso a pesar de haberlo ofrecido sin creerlo? No me cabe la menor duda de que, si le hubiera convenido y hubiera estado en su poder, Keiko Rata habría dejado que su padre se pudriera en la cárcel (pero eso es una simple hipótesis).

No olvidemos que ésta es la mujer que, cuando adolescente, se hacía la loca y fingía ser la única persona en el Perú que no se había enterado de que su papá torturaba a su mamá, la encadenaba, la electrocutaba, la llevaba a perder la razón, la mantenía encerrada a llave y candado.

¿Es (B) otra mentira? Veamos: no dudo que Keiko Rata esté triste, porque su papá es su único capital político; ella no tiene nada más. Y porque, digamos verdades, debe de ser bien rochoso tener que llevar a tus hijos todos los domingos a la cárcel a ver al abuelito pintor senil que se cree Dios y dibuja tarjetitas navideñas con mensajes abochornantes y el nivel intelectual de una piedra pómez.

Pero, ¿cómo es posible que quien dijo que, de ser elegida, garantizaba que Alberto Fujimori estaría en prisión, sin ser indultado, al menos hasta el año 2016, diga ahora que no indultarlo (en el 2013) es una muestra de inhumanidad? Ah, ésa es la respuesta más sencilla de todas: para que eso sea posible basta con que la persona que dice (A) y después dice (B) sea una hipócrita que ha sido criada en la mentira y que se ha forjado en el cinismo, el descaro, el engaño, el truco y la jugarreta desde muy chiquita.

7.6.13

Un paso adelante

El presidente Humala rechazó el pedido de indulto de Alberto Fujmori. Era la única decisión que cabía. Lo contrario hubiera sido una burla contra sus miles de víctimas, contra la justicia y contra eso que todavía tenemos adentro los que creemos que la historia puede corregirse, redirigirse y mejorar. Tener a Fujimori en la cárcel nos debe dar una idea básica de orden. Las cárceles están hechas para gente como él; las leyes están hechas para proteger a las naciones de individuos como él. Hoy hemos ganado. Algunos pueden pensar que es duro alegrarse de la carcelería ajena. Tonterías: es un motivo de celebración saber que los mayores criminales de nuestra historia están encerrados (Guzmán, Montesinos, Fujimori). Faltan otros, claro, como Alan García. Ya llegarán. Cada vez que una puerta se cierra detrás de una de estas personas, el país da un paso adelante.

6.6.13

Keiko Fujimori o lo que se hereda no se hurta (salvo que lo que se herede sea el arte de hurtar)

Parece tan simple que hasta da vergüenza no haberlo entendido antes. No es que tantos peruanos voten por Keiko Fujimori simplemente por ser la hija de su padre; aunque tampoco es que voten por ella porque crean que es diferente de su padre. No votan por ella porque piensen que no es corrupta pero --algo es algo--, tampoco votan por ella necesariamente porque crean que sí lo es. En verdad, muchos votan por ella sólo porque es un ejemplo de cómo vivir sin hacer nada.

¿Enredado? La caricatura de Heduardo lo dice de manera más transparente. "Keiko estudió con nuestro dinero". "Keiko vive gratis en la casa de una tía procesada". "Keiko recibe un sueldo de los congresistas fujimoristas". "Bienvenida al club La Plata Llega Sola".

Keiko tiene una ONG cuyo financiamiento no es fiscalizado por nadie porque Keiko no ha inscrito su ONG en la entidad que se encarga de registrar y observar el funcionamiento de ese tipo de organizaciones. Ella dijo primero (cuando comenzaron a destaparle el entuerto) que recibía 7 mil soles de su partido cada mes y que con eso vive, modestamente.

Pero ahora resulta que no es exactamente el partido, sino que cada uno de los congresistas fujimoristas le da un porcentaje de su sueldo mensual, sumando 57 mil soles el 30 de cada mes. ¿Para qué se lo dan? Para que siga administrando la franquicia Fujimori, lo que a su vez les permite a ellos derecho a la franquicia, a llamarse "congresistas fujimoristas". Keiko vive de vender el apellido de papá.

¿Quieren verlo de otra manera? Mirémoslo de este modo: Keiko sabe que quienes postulen al parlamento con ella tienen enormes posibilidades de conseguir un lugar en el Congreso. Entonces les dice: ok, una vez que lo tengas, vas a tener sueldo fijo por cinco años, te lo juro por Dios y por la plata. Y entonces me vas a dar parte de tu sueldo. ¿Estamos? Porque de algo tiene que vivir una, ¿no es cierto? Ah, pues. Y así, la plata llega sola.

Y entonces resulta que Keiko Fujimori no sólo ha vivido de la plata de todos los peruanos cuando recibía su educación en Boston, y su educación Ivy League en New York, y no sólo ha vivido de la plata de todos los peruanos cuando estuvo en el Congreso, sino que ha seguido viviendo de la plata de todos los peruanos incluso cuando, como ahora, no ocupa ningún cargo público, pero el dinero de las cajas del Congreso va a parar donde ella (y además no paga renta porque para eso están las casas mal habidas por las tías perseguidas por la justicia).

Keiko es como una de esas personas que se levantan temprano por la mañana, se agarran un sitio en la cola de un ministerio y luego les venden el sitio a los que llegan después. No tiene un trabajo real, sólo se ha agarrado un eslabón en la cadena. Keiko nos madruga a todos: ésa es su ciencia, así la criaron, así actúa, así es y así será. Lo que se hereda no se hurta, dicen; ¿pero qué pasa cuando lo que se hereda ya fue hurtado o, peor aun, cuando lo que se hereda es el arte de hurtar?

3.6.13

Techo propio

"Ahora presten atención al siguiente slide: también tenemos a la venta estos prácticos condominios valorizados en 4 millones de dólares cada uno, pero si los compran a través de una empresa off-shore, o haciéndose un préstamo a ustedes mismos, o colocando a sus suegras de 120 años de edad como testaferras, o con una platita que les haya caído de una obra municipal y le suman quizá otra platita que les haya llegado sola, se lo podemos dejar al módico precio de 3 millones y medio, y lo mejor es que para cuando la gente se dé cuenta probablemente el delito ya habrá prescrito y ustedes puedan postular de nuevo... Vamos, anímense, compren de una vez, no vayan a terminar viviendo en una casa alquilada de propiedad de una tía que se haya dado a la fuga..."

2.6.13

Miseria

Cada vez que hay una gran desgracia en algún lugar del mundo, no falta un predicador cavernario o un santón local que le eche la culpa de la detrucción a los pecados cometidos por las víctimas. Hubo pastores que culparon a "la viciosa gente de New Orleans" por Katrina, y decrépitos mentales que responsabilizaron del tsunami en Tailandia a la inmoralidad de los tailandeses, justo como en las crónicas virreynales peruanas aparecen curas delirantes gritando que un cataclismo limeño es el castigo del señor porque la ciudad se ha vuelto una Sodoma (cosa que dicen también los personajes de Von Kleist en "El terremoto de Chile"). Culpar de una desgracia a su víctima y decirle que no sólo no es un acontecimiento azaroso y trágico sino que ha ocurrido porque ella ha hecho algo mal, porque ella no ha "dado la talla", es como decirle que se lo merecía y es la manera más efectiva de dejarla sola en el mundo. Hay una mujer cuyo esposo ha sufrido un derrame cerebral que lo ha puesto en estado de coma y hay un sujeto que se dice amigo de esa mujer y que le escribe: "¿Te has preguntado si en este revés no habrá algún mensaje oculto? Si Dios existe, ha de ser él quien está produciendo tremendo cataclismo en tu vida. Pregúntale entonces qué es lo que falla, qué es lo que tienes que cambiar, en qué desafío no has dado la talla". El sujeto, obviamente, es Beto Ortiz, y eso que escribe no lo ha puesto en un email privado enviado a aquella persona de quien dice ser amigo, sino en su columna de Perú 21. La razón más obvia es que nadie le paga por un email privado, mientras que sus columnas son negocio; la razón de fondo tiene más que ver con la definición de miserable.

Mario Vargas Llosa y Alfredo Bullard o en qué se diferencia un liberal de un brontosaurio

Es triste que en América Latina el nombre del liberalismo sea usurpado, en gran medida y repetidas veces, por una manga de brontosaurios cuyo único designio en la vida parece ser preguntarse cuál es la manera más rápida de hacer dinero.
¿Quieren saber la diferencia entre un liberal de verdad, como Mario Vargas Llosa, y un usurpador del nombre, como Alfredo Bullard? Basta con dos ejemplos de esta semana referidos al tema de la educación.

Bullard dice:

"La educación pública limita el espacio del crecimiento de la educación privada, porque finalmente como la educación está subsidiando la oferta en lugar de subsidiar la demanda, que es el que va a demandar y exigir una mejor educación, que es el padre, subsidias la oferta y colocas el colegio público. Por supuesto, es una competencia desleal. Es una competencia desleal".

Aplausos. Según Bullard, la existencia de colegios y universidades estatales es una competencia desleal para los colegios y las universidades privadas. San Marcos es una competencia desleal para Alas Peruanas (deslealtad que empezó medio milenio antes de que Alas Peruanas fuera fundada). El colegio Guadalupe es una competencia desleal para el Markham (porque seguramente si no existiera el Guadalupe, todos esos chicos irían al Markham a pagar decenas de miles de dólares de matrícula y otros cuantos miles cada mes).

No se sorprenda si Bullard dice uno de estos días que la existencia de la Policía Nacional implica una competencia desleal para las empresas de guachimanes.

Pasemos a Vargas Llosa.

En Chile, la derecha cavernaria ha defenestrado de su cargo como director del Centro de Estudios Públicos --una institución de larga historia, promotora de incontables debates sobre temas de cultura, sociedad y educación en el país de sur-- al escritor Arturo Fontaine. Vargas Llosa afirma que el despido de Fontaine es una reacción de la derecha radical (él la llama "la derecha iliberal") contra ciertas ideas de Fontaine acerca de la educación privada en Chile. Vargas Llosa lo explica así:

"(Fontaine) piensa que la Universidad es una institución que no sólo prepara profesionales sino forma ciudadanos y personas y que por lo tanto requiere un régimen especial, y que no debería ser materia de lucro, porque, cuando lo es —cita al respecto abundantes estadísticas de Estados Unidos y de Brasil, dos países donde las universidades privadas con ánimo de lucro son lícitas—, incumple su función y suele preparar profesionales deficientes. No está contra las universidades privadas, ni mucho menos, a condición de que no distribuyan beneficios entre sus accionistas sino que los reinviertan enteramente en la propia institución, como hacen Harvard o Princeton. Pero la crítica que hace Fontaine a la situación universitaria chilena es la siguiente: que, en un país donde las leyes prohíben explícitamente que haya universidades privadas con ánimo de lucro, muchas instituciones hayan encontrado la manera de burlar la ley haciendo pingües negocios en este dominio".

Mientras que Bullard celebra que en el Perú haya cada vez más instituciones educativas privadas (pese a la "competencia desleal" de las públicas) sin preocuparse en lo más mínimo acerca del tema más relevante, es decir, la calidad de la educación, Vargas Llosa, en cambio -liberal de verdad, y persona culta- asume la realidad como punto de partida: en gran parte del planeta la educación pública es central y de notable nivel y probablemente es bueno que la privada, como piensa Fontaine, sólo exista en la medida en que el lucro no se convierta en su objetivo y acabe por pervertir la naturaleza que toda institución educativa debería tener.

Es más, Vargas Llosa cierra su artículo diciendo que, en caso de que la ley chilena fuera cambiada para permitir las universidades con fines de lucro, "estas empresas deberán funcionar como las otras, sin las prerrogativas de que gozan ahora todas las universidades". Es decir: si quieres competir con la educación estatal pero tu objetivo no es elevar el nivel de la educación sino hacer mucho dinero, entonces no tienes por qué ser tratado como se trata a las universidades sin fines de lucro: tienes que ser tratado como se trata a cualquier otro negociante.

¿Vargas Llosa promoviendo la competencia desleal del Estado? No. Es simplemente Vargas Llosa siendo una persona razonable, en contraste con la caverna ultra derechista.

1.6.13

La utopía de Bullard y Ferrero

Nunca hay que dejarse engañar por los fanáticos que creen en el mercado como en un ser todopoderoso y juran que los dictámenes de la ley de la oferta y la demanda son no sólo infalibles sino además siempre benéficos. Pero, sobre todo, no hay que dejarse engañar por ese absurdo cuando tratan de aplicarlo al mundo del arte, la cultura y la educación, y mucho menos cuando se quiere relacionar el éxito comercial de un producto con su calidad.

Piensen en el libro. Me refiero al libro como objeto comercial. ¿Qué cosa hace que un libro sea más caro que otro? Hay, sin exagerar, decenas de respuestas posibles, y lo curioso es que cualquiera con la expectativa de que esas respuestas tengan alguna relación con el contenido del libro se va a llevar un fiasco: un libro en una librería es más caro que otro si es, por ejemplo, más grueso, si tiene más páginas, si tiene pasta dura, si tiene un papel más fino, si está impreso con mayor claridad, si está plastificado, si tiene portada de cuero, si es de un formato mayor, como un coffee table book, por ejemplo, etc.

¿Qué factores no tienen absolutamente nada que ver con el precio del libro? La calidad de su contenido, sus ideas, la información que transmite. Una novela buena cuesta lo mismo que una novela mala, un ejemplar de Harry Potter cuesta lo mismo que uno del Quijote, un libro de Beto Ortiz cuesta igual que un libro de Góngora, una guía de mapas cuesta igual que una Biblia y una Biblia cuesta igual que el Libro de Oro de Condorito. La última novela del último Premio Nobel cuesta igual que mi primera novela y mi primera novela (glup) cuesta igual (o menos) que una agenda con tapa de cuerina, lo cual quiere decir que el contenido es tan radicalmente secundario en lo que al precio del libro respecta, que, para establecer el precio de un libro, ni siquiera es necesario que ese contenido exista.

¿A qué viene todo esto y cómo es que recordarlo sirve para prevenirnos acerca de los males del mercado en el mundo de la cultura? Simple: el mercado no puede de ninguna manera ser por sí solo un elemento regulador positivo en el ámbito de la cultura, y ciertamente en el caso del libro, porque al mercado le interesa que los libros se vendan pero no le interesa qué libros se venden (y a la cultura sí, obvio). Y aquí me voy a permitir mi propia versión de la llamada reductio ad Hitlerum, que a muchos les parece siempre una falacia pero que a mí me parece muchas veces incontestable: si en un país X se venden doscientos mil ejemplares de Mein Kampf o se venden doscientos mil ejemplares de Las mil y una noches, eso, al mercado del país X, le es enteramente indiferente.

Si en el Perú del año 2020, por obra de algún extraño conjuro, la clase A multiplicara su compra de libros por 1000 y las clases C, D y E las redujeran hasta llegar al cero absoluto, la conclusión principal que el Ministerio de Economía obtendría de esa estadística es que el mercado del libro en el Perú se ha expandido y fortalecido, aunque, en la práctica, la enorme mayoría de los peruanos habría entrado en una especie de analfabetismo funcional. De la misma manera, si en el año 2020 todos los peruanos que hoy compran un libro de ciencias al año dejaran de comprar libros de ciencia pero empezaran a comprar diez ejemplares cada año de las memorias de Susy Díaz, el mercado, nuevamente, se habría expandido y estaría mejor que nunca.

¿Qué cosa no estaría mejor? Obviamente, la cultura peruana y la educación de los peruanos, es decir, lo que estaría peor es el Perú, pero el mercado sería absolutamente incapaz de decirnos eso, porque, repito, al mercado le interesa vender pero no le interesa qué es lo que vende, porque es ciego a los cotenidos.

Pero decir que es ciego, simplemente, no explica el problema por completo, porque el contenido de los libros, curiosamente, sí determina otra cosa que al mercado le interesa: el volumen de ventas que un determinado libro puede conseguir. En el mercado "ideal", mientras más best-sellers existan, mejor, porque eso acrecienta el volumen total del comercio, sobre todo si los best-sellers descubren nuevos públicos objetivos, como ocurre, por ejemplo, desde hace poco, con las novelas pornográficas para mujeres adolescentes, el mayor fenómeno del mercado librero mundial en el último par de años.

El mercado, entonces, no es completamente ciego a los contenidos: el mercado sabe, de hecho, que los libros de contenido pobre, los que no obligan a pensar, los que satisfacen una forma básica de morbo o un forma básica de aspiración (los libros de autoayuda) son especialmente vendedores. Si Flaubert vendiera más que Cincuenta sombras de Grey, el mercado fomentaría el descubrimiento de nuevos Flauberts; pero no es así: el mercado sabe que ciertos tipos de libro pésimo venden más que cualquier cosa, y eso es lo que ayuda a formentar.

Y ahí ya estamos en terreno Bullard-Ferrero. El primero dice que demasiada educación es mala para el mercado y el segundo dice que incluso el Estado debería fomentar la creación de productos culturales sólo si reproducen fórmulas comercialmente exitosas. Los bodrios que Ferrero propone serán siempre exitosos entre la gente que Bullard quiere, gente que no haya invertido demasiado tiempo en cosas banales como recibir una buena educación, gente abandonada por la sociedad y el Estado en su formación. Peor aun: gente a la cual la sociedad y el Estado hayan formado para ser devoradores de chatarra.


31.5.13

Y a ti quién te consume. Segunda parte.

Por supuesto, cuando uno critica la versión de los Alfredos y dice, como digo yo, que es una tontería proponer Asu mare como ejemplo del cine que debería ser producido en el Perú, la mayor parte de las respuestas buscan comparacines con el cine americano: ¿acaso Estados Unidos no produce una cantidad alucinante de malas películas? ¿Acaso The Hangover 1, 2 y 3 no son películas tan malas como Asu mare? (En verdad, no tanto). ¿Y por qué no ando yo criticando esas películas en vez de meterme con Asu mare? Obvio, se responden ellos mismos: porque el peor enemigo de un peruano es otro peruano, porque el éxito ajeno es insoportable, porque la envidia me consume (soy un consumista de la envidia: el único tipo de consumismo que los otros consumistas desprecian), etc.

Y además, preguntan, si Asu mare no se plantea a sí misma como el non plus ultra del séptimo arte, ¿por qué vengo yo a rasgarme las vestiduras en nombre del arte y la cultura? Ah, pues, se responden: porque soy un intelectual (esa cosa horrible) o porque soy alguien que desprecia el gusto de las mayorías, o porque soy una especie de peruano postizo, incapaz de comprender al pueblo, o sea, a los peruanos de verdad.

Vamos en orden. Sí, Estados Unidos, que fue el país de Ray Charles y The Doors, hoy es el país de los Jonas Brothers y Britney Spears. Sí, Estados Unidos, que fue el país de Orson Welles y Stanley Kubrick, hoy es el país de Todd Phillips y James Cameron. En efecto, Estados Unidos, habiendo sido el país de Herman Melville y William Faulkner, hoy es el país de Stephenie Meyer y Anne Rice, y aunque una vez fue el país de Hunter S. Thompson y Truman Capote, hoy es el país de Glenn Beck y Geraldo Rivera. Y todo eso parece hablar de una horrenda depresión en la cultura americana.

Pero sucede que el país de los Jonas Brothers y Britney Spears sigue siendo el país de Jack White, Bob Dylan y Wilco; el de Todd Phillips y James Cameron es todavía el de Jim Jarmusch, David Lynch y los hermanos Coen; el país de Stephenie Meyer y Anne Rice es el mismo donde escriben Jonathan Safran Foer, Philip Roth, Paul Auster y Cormac McCarthy, y el de Glenn Beck y Geraldo Rivera es el mismo de Joe Sacco y Joan Didion (y también el de Stephen Colbert y Jon Stewart).


La cultura americana tiene una amplitud tal que hace que su mercado pueda albergar sin problemas los productos más comerciales y los más intelectuales, los más populares y los más elitistas, los más simples y los más complejos, los más amarillistas y los más serios. Ese no es el caso en el Perú. Así de simple. En el Perú, los creadores y los vendedores de souvenirs se disputan los mismos espacios; los escritores más consagrados publican en las mismas colecciones que los escribidores más atrabiliarios (a un novelista peruano, una editorial le puede decir que no publicará su libro, aunque le parece muy bueno, porque ya tiene programada la próxima novela de la esposa de Jaime Bayly y ese es un negocio más seguro), los sociólogos y los antropólogos se pelean las columnas de opinión con cómicos y profesoras de buenos modales y los pintores y escultores más innovadores tienen que ofrecer su arte en los mismos eventos que los decoradores y los fabricantes de adornos.

De hecho, los escultores más celebrados y vendidos en el Perú de hoy son, literalmente, fabricantes de adornos, los pintores más atendidos por la prensa son dibujantes de afiches infantiles, los cantantes más exitosos han hecho una carrera escribiendo jingles para comerciales y el director más visto en la historia del cine peruano es un director de spots publicitarios. ¿Qué les dice eso sobre la situación actual de nuestra producción artística y cultural?

La precariedad de las artes en el Perú es tan notoria que bastaría con que desaparecieran cuatro o cinco individuos para que desaparecieran cuatro o cinco géneros artísticos. Hay artes que son especies en vías de extinción. Si ciertas tres bailarinas se luxaran un tobillo podrían desaparecer el ballet y la danza moderna en una semana; si Juan Diego Flórez decidiera no regresar cada cierto tiempo, la ópera dejaría de existir (la mantuvo viva con respirador, por décadas, la sola voluntad de Luis Alva); si el nombre de Mario Vargas Llosa fuera borrado de nuestras memorias por obra de algún ensalmo mágico, el 99% de los peruanos no tendría cómo mencionar a ningún novelista nacional. ¿Poetas vivos? Pídanle a un chico de colegio que les recite un verso y lo más probable es que les repita una estrofa de Gianmarco Zignago.


Por eso es absurdo y peligroso cuando uno escucha a un exministro como Alfredo Ferrero declarar, con esa alegría arrasadora que trae consigo la ignorancia, que el Estado debería promover el cine nacional copiando el ejemplo de Asu mare, es decir, produciendo bodrios populacheros y malhechos a partir de focus groups y estudios de mercado, manufactrando siempre sobre seguro, dándoles a los peruanos solamente, como querían Augusto Ferrando y Pocho Rospigliosi, "lo que le gusta a la gente", como si el rol del Estado fuera crear dinero hipnotizando al pueblo con la más notoria autocomplacencia y olvidar por completo su rol educativo y magisterial.

Porque el día que el Estado decida enseñarle a todos los peruanos que la mejor película es la que más vende, el mejor libro es el que más vende, el mejor cuadro es el que más vende, y que aquellos productos artísticos que no tienen éxito comercial no sirven para nada, ese día el Estado habrá terminado de condenar a los peruanos a ser para siempre el país culturalmente menesteroso en el que cada vez más nos estamos convirtiendo: un país donde nada vale si no se puede traducir en dinero y donde todo aquel artista o intelectual que quiere hacer un trabajo digno, creativo, innovador, original, al no alcanzar una audiencia de miles o millones, es un fracasado, un iluso o un inútil. Ya leímos esas columnas en los diarios donde se decía que Vallejo y Ribeyro eran lastres, ya vimos a alcaldes inaugurar ferias de libros declarando que ellos nunca leen libros, ya tenemos incluso escritores que afirman que leer un libro completo es tedioso. ¿Qué más queremos tener antes de declararnos en alerta roja?

En un país como Estados Unidos, con una gigantesca producción cultural, cuyas artes, en la práctica, son tan poderosas que gobiernan el circuito mundial de influencias estéticas casi sin disputa desde hace casi un siglo, y donde la economía es tan voluminosa que el mercado puede subdividirse infinitamente sin riesgo de desplazar a casi nadie, hay lugar para todo. Y en el Perú debería haber lugar para todo, también, pero, lamentablemente, la verdad es que en el Perú lo mal hecho y lo empobrecedor le está quitando espacio a lo bien hecho y enriquecedor, porque nuestro mercado es demasiado estrecho y es omnívoro y no hace diferencia alguna entre arte y entretenimiento, entre éxito comercial y éxito artístico, entre pasatiempo y cultura.

Esto que digo no implica, por supuesto, que no pueda haber arte entretenido, ni éxito comercial que no vaya de la mano del éxito artístico, ni cultura que no sea divertida: implica algo mucho más importante: que sólo a través de una educación sólida el arte puede ser consumido masivamente como algo satisfactorio y apasionante (porque el arte puede ser apasionante, y la gente es mejor cuando se apasiona por algo, y que alguien venga a decirme que Asu mare lo apasiona). Pero ya sabemos, porque Alfredo Bullard nos lo ha dicho, que quienes tienen la sartén por el mango consideran que demasiada educación es dañina.

Madeinusa y la Teta asustada y Días de Santiago y Dioses generaron polémicas sobre estética y sobre ideas porque despertaron pasiones en algunos sectores del país. Asu mare genera discusiones sobre márketing y negocios. El Perú no será un país exitoso cuando todo su cine se parezca a Asu mare, como quiere el señor Ferrero; lo será cuando películas como las de Llosa y Méndez y otros brillantes cineastas nacionales sean comprendidas y disfrutadas por más y más gente. No cuando se cierre esa posibilidad con propuestas intelectualmente derrotistas como las de Alfredo Ferrero y Alfredo Bullard (porque esos son los verdaderos derrotistas: los que creen que la batalla del pensamiento está perdida y que ahora sólo vale la batalla de las billeteras, no Ribeyro ni Vallejo que libraron la primera pelea a riesgo de condenarse en la segunda): seremos mejores cuando nos dé menos miedo pensar, cuando le perdamos el temor a los libros gordos, a las películas sin payasos y a las canciones sin estribillo.

Y, dicho sea de paso, cuando eso ocurra, tendremos mil veces más oportunidades de divertirnos con cosas que ni siquiera sospechábamos que pudieran ser divertidas, y no tendríamos que esperar la segunda parte de Asu mare para ser felices, y, oh maravilla, nuestro mercado editorial, nuestro mercado artístico, nuestro mercado cinematográfico se diversificarían y crecerían, cosa que, hasta donde entiendo, no le haría ningún mal al mercado y sí le haría mucho bien a los consumidores. La ley de la oferta y la demanda, que le dicen.



30.5.13

¿Y a ti quién te consume?

Un típico callejón peruano, como sabemos.
En su micro-columna de Perú 21, hecha de textos que parecen predigeridos para facilidad del lector haragán, Alfredo Ferrero (¿qué pasa con los Alfredos?) opina acerca del éxito de la película Asu mare y saca conclusiones que parecen implicar no sólo al cine sino a la vida humana en su conjunto, o al menos al mercado en su conjunto, que para Ferrero parecen ser la misma cosa.

Como muchos otros que de pronto han descubierto su afición al cine y ejercen subrepticiamente de comentaristas, Ferrero también elige hablar del éxito de la película, sin decir nada en absoluto sobre la película. Déjenme escapar de ese círculo haciendo constar mi opinión:  

Asu mare es un bodrio, un budín, que podría con todo derecho reclamar un espacio en la tele un sábado por la noche (y elevaría el nivel de cualquier canal peruano), pero que, en su sitial actual como la película que más peruanos han visto en una sala de cine, resulta poco menos que una vergüenza.

Pertenece al subgénero más rascuacho de la comedia cinematográfica: la comedia de chistes, que no llega nunca más lejos que sus propios chascarrillos, el espectro de cuyas ideas parte de lo ramplón para llegar a lo sonso y cuya solidez como unidad narrativa se sostiene únicamente en el hecho de que las pantallas de cine no tienen puerta de escape y nada se puede chorrear por sus costados.

Si nadie o casi nadie recuerda el nombre de su director eso se debe a que la película parece no tener un director, sino sólo un equipo de productores, uno que, además, podría haberse presentado en el set para filmar Asu mare de la misma manera en que podría haber filmado un comercial de zapatillas, un spot de Promperú o un espidosio de Yo soy. De hecho, la película fue hecha con el mismo tipo de criterio: después de focus groups y evaluaciones de qué cosa es lo que la gente quiere ver y de qué manera el material de Alcántara podía prestarse a los proyectos de sus publicistas.

La película es graciosa estrictamente cuando el último chiste ha sido gracioso pero se vuelve plana, torpe y aburrida en cualquier otro instante. Para ser una narración extremadamente simple, tiene un absurdo exceso de elementos: la yuxtaposición de los monólogos de Alcántara en su rutina de stand up comedy y los episodios representados --que son más ilustraciones de chistes que flashbacks de verdad-- ya es bastante agotadora y facilista, pero parece no haber sido suficiente: se le añade además esa melcocha insoportable, entre nostálgica y melancólica, que el espectador escucha como voz en off: Alcántara rindiéndole inagotables homenajes a su madre, enterneciéndose de sí mismo para que todos nos enternezcamos con él y dando lecciones morales de inconfundible buen corazón, que no hacen sino contar por segunda o tercera vez lo que la película ya dijo antes. Para que todo quede bien clarito.

Por supuesto, la película es biográfica porque la rutina cómica de Alcántara es autobiográfica, y por ello daría la impresión de que es injusto criticar la historia narrada: si así pasó, así pasó. Pero no es verdad, pues. La vida de Alcántara es una sola pero puede contarse de mil maneras, y la manera en que la película elige contarla es entre lamentable e indignante: es la historia del éxito de un muchacho destinado al fracaso, pero su éxito no consiste simplemente en haber escapado a la cultura del vicio y la costumbre del camino más fácil: de la manera en que la historia está estructurada, el éxito real consiste en que un chico de un barrio pobre se case con una chica de un colegio rico, que un mestizo con pinta de blanco se case con una rubia del San Silvestre a la que sólo ha visto una vez en toda su vida y que sólo le llamó la atención, inicialmente, por eso, por ser una rubia del San Silvestre.

Me pueden objetar que qué tiene de malo que una película narre un ejemplo de movilidad social, en un país como el Perú, que pide a gritos movilidad social. La respuesta es que eso no tendría nada de malo si Asu mare no insistiera profusamente en ser una película moralizante de la manera más predecible que es posible imaginar: una película hecha de constantes moralejas, que en cada escena pretende dejar un mensaje social, y cuya última gran moraleja parece ser: ¿sabes cuándo puedes estar seguro de que ya la hiciste? Cuando te casas con una niña bien y te transladas a su mundo, aunque, claro, no vayas a olvidar tus raíces (que en el caso de esta pelñicula son un callejón criollazo multirracial que parece diseñado para un spot de Marca Perú).

Entonces viene Alfredo Ferrero y dice:

"El éxito taquillero de Asu mare, que ha roto todos los récords de asistencia en la historia del Perú, demuestra que el cine local requiere afinar sus productos a gusto de los consumidores y no en base a cuotas de pantalla".

Para despejar el terreno, diré una vez más que yo estoy en contra de las cuotas de pantalla, así como estoy en contra del proyecto de ley que pretende obligar a las radios a que el 30% de la música que transmitan sea música peruana. Y mi objeción es la de cualquiera que esté genuinamente interesado más en la cultura que en el consumo (dos cosas que Ferrero sería incapaz de diferenciar): ninguna ley nos puede obligar a consumir algo que no queremos consumir y ninguna cultura está obligada a construirse como si el éxito comercial fuera su objetivo.

Los cineastas peruanos no "requieren" hacer películas afinadas al "gusto de los consumidores", así como Vallejo ne necesitó hacer un focus group para escribir Poemas humanos y Vargas Llosa no hizo un estudio de mercado para escribir Conversación en La Catedral, cuando Conversación en La Catedral era un libro insólito que no podía estar afinado al "gusto del consumidor" peruano por el simple hecho de que nadie había escrito un libro así jamás antes en el Perú ni en el mundo hispano en general. Y no sé si Alfredo Ferrero se siente en la capacidad de decirle a Vallejo cómo debió escribir, ni creo que Alfredo Ferrero tenga nada que enseñarle a Vargas Llosa, ni sobre cómo hacer literatura ni sobre cómo alcanzar el éxito.

Pero cientos de miles de peruanos han leído Conversación en La Catedral y probablemente millones de peruanos han leído y aprendido poemas de Vallejo, y no importa lo que el ejército de columnistas funestos de la prensa nacional diga, los peruanos están mejor porque esas personas escribieron esos textos sin preguntarse si serían éxitos comerciales y ahora esos textos son parte de nuestra cultura: la cultura no se expande mediante estudios de mercado; la expande la audacia de los creadores, no la minúscula visión de los "creativos" de agencia publicitaria. El "consumidor" ideal no sólo consume las cosas que le ponen en frente: hay además algo dentro de él que se va consumiendo cuando esas cosas son constantemente tonterías sin valor y sin fondo: los productos culturales que no nos ensanchan, indefectiblemente nos estrechan.

Dice Ferrero, pretendiendo explicar el fenómeno de Asu mare: "Cuando el producto tiene capacidad de convocatoria, se vende y la publicidad se acerca", olvidando el detalle de que el éxito de Asu mare no tiene tanto que ver con la publicidad que se haya acercado después, sino con la publicidad que se hizo antes. De hecho, la peculiaridad más evidente de Asu mare no es siquiera la de haber sido un producto comercial "bien manejado" desde el punto de vista publicitario sino el de ser un producto publicitario en sí mismo: hecho por creativos publicitarios, filmado con los códigos del spot y la estética del comercial telvisivo, escrito y dirigido a partir de estudios de mercado. Asu mare no tiene una campaña publicitaria: es una campaña publicitaria. Asu mare no cuenta una historia: vende la historia de Carlos Alcántara.

Más divertido es cuando Ferrero pontifica acerca de las razones del éxito de la película, porque lo que hace es un ejemplo perfecto de razonamiento circular: "Esta película ha roto el mito de que hay un complot contra los productos nacionales", dice primero, como el policía incompetente que muestra a un hombre libre y declara que su existencia prueba que nunca nadie ha sido secuestrado. De inmediato anota que, simplemente, los filmes nacionales "se difunden cuando son buenos", con lo cual no sólo afirma que Asu mare es una buena película, sin haber dado hasta ese momento otra razón que el éxito que ha obtenido, sino que hace una cosa inmensamente más asombrosa: afirma que básicamente todas las demás películas peruanas son malas, porque, si hubieran sido buenas, hubieran tenido el éxito de Asu mare.

En la escala de Ferrero, que es la escala del gusto comercial peruano, Condorito es mejor Kafka. No debemos olvidar eso, porque ese dato nos da la clave de cómo debemos tomar sus opiniones.

Luego, Ferrero recurre al truco de la sabiduría popular: "Además, el consumidor sabe lo que le gusta, aquí también funciona la oferta y la demanda". El círculo queda claro: según Ferrero, lo bueno tiene éxito, lo que tiene éxito lo tiene porque le gusta a la gente, por lo tanto, lo que le gusta a la gente es necesariamente bueno. Por supuesto, uno puede argumentar que a "la gente", en el Perú, también le gustan otras cosas, como hacer trampa, violar la ley, comprar productos piratas, no entregar factura, coimear policías, votar por expresidentes asesinos, pedir la libertar de delincuentes que han cometido delitos contra la humanidad, celebrar la pendejada de todos los pendejos, etc. ¿Cuál es exactamente el ensalmo misterioso que hace que esa misma gente sepa decidir con invariable acierto qué cosa es una buena película y qué cosa no?

Quiero hacer una pregunta (la pregunta que ningún falso liberal quiere jamás responder y que a los publicistas se les atora en el tímpano cuando la escuchan): si la gente siempre sabe y nunca se equivoca, si cada triunfo comercial es un plebiscito inapelable sobre la calidad del producto que se vende: ¿entonces para qué sirve la publicidad? ¿No será que los publicistas piensan que pueden engañar a los consumidores y hacerles comprar un producto cuando el mejor es otro o, quizás, cuando lo mejor es simplemente no comprar? Por supuesto que así es: la publicidad es la forma en que el mercado ha institucionalizado el arte de engañar. Y el último gran engaño de la publicidad peruana es hacerle creer al público de Asu mare que Asu mare es una película y no un largo e innecesario comercial televisivo en pantalla gigante. Pensar que antes la gente calculaba llegar al cine cuando hubieran terminado los comerciales.

"Incluso en su estreno, Asu mare tuvo más espectadores que la saga Crepúsculo, la cual era líder en todo el país", dice Ferrero, que en sólo un párrafo se las arregla para proponer dos o tres ideas y regalarnos los mejores contraejemplos, porque, como es evidente, si Asu mare tuvo el éxito que tuvo "incluso en su estreno", eso no podía de ninguna manera deberse a que la pelícual fuera buena, sino a que la campaña era efectiva.

Como hace notar Iván Thays, lo más atroz del artículo de Ferrero viene al final, cuando, quizá tratando de demostrar que él no es un neo-con a rajatabla ni uno de esos seres que la izquierda llama "neoliberales salvajes", propone: "esto no impide que el Estado tenga una política de promoción de la cultura, del artista nacional y de lo nuestro".

Gracias, pero no gracias, señor Ferrero. Por supuesto que el Estado debe tener políticas de promoción cultural, pero si el Estado parte de la estúpida idea de que sólo lo que el público demanda es bueno y que cualquier cosa que tenga éxito es positiva, entonces corremos el riesgo de que el Estado comience a promover basura, exterminando lo poco que queda de las artes y las letras y la intelectualidad en el Perú.

¿Qué músicos debería promover el Estado? Obviamente la Orquesta Sinfónica Nacional no pega tanto como Susy Díaz. ¿Y en danza? Cualquier imitador de los Wachiturros será preferible al Ballet Nacional. ¿Qué cursos habrá que dictar en los colegios? Matemáticas ya fue, creo yo. ¿Qué libros adquirir para la Biblioteca Nacional? Con 50 sombras de Grey basta y sobra. Ah perdón, eso no es peruano: entonces nada, pues. Porque, en el Perú, un país con niveles de lectoría y comprensión de lectura comparables con los del África subsahariana, la voz del pueblo ya habló: leer no es bueno. ¡Si al menos eso nos salvara de leer a Alfredo Ferrero!


25.5.13

País de ventrílocuos: sobre la ley de la comida chatarra

¿Qué pienso sobre la ley de la comida chatarra? Mientras que todas las agencias de publicidad del mundo depuran el arte de manipular la mente, los gustos y los deseos de los niños, una masa alucinada de padres de familia dice que ponerle límites a esa manipulación es violar sus libertades. Y los medios de comunicación (que pierden dinero con la ley) corren donde los publicistas (que pierden dinero con la ley) para preguntarles a ellos si la ley es buena o mala y si la comida chatarra es o no perniciosa para la salud de los niños. Así es: los periodistas les preguntan eso a los publicistas en vez de preguntárselo a los médicos y a los nutricionistas. ¿Por qué creen que pasa eso? ¿Y en qué momento de estupidez la gente empezó a creer que nuestra libertad de información consiste en escuchar publicidad pagada por corporaciones y mercachifles? ¿Cuándo fue la última vez que vieron un comercial de hamburguesas donde les dieran alguna información valiosa y veraz acerca de qué comen cuando comen una hamburguesa? Permítanme decir, con mi experiencia de muchos años como profesor de publicidad: la publicidad no es información, es desinformación; la libertad de desinformación no es algo que valga la pena defender y nuestra libertad de elegir no existe cuando se basa en desinformación. Les voy a decir qué cosa es lo que me molesta a mí de todo este lío: la ley dice, al pie de la letra, que quienes quieran vender comida chatarra no pueden publicitarla mediante datos falsos; dice que tienen que ser transparentes acerca de qué productos contiene esa comida y las consecuencias que la ingesta repetida de esos productos tiene sobre el organismo. Es decir, la ley dice que no nos deben mentir. Y entonces la gente se indigna con la ley porque vulnera su libertad de información. Porque creen que mentir e informar es lo mismo. No sé, probablemente se les ha congestionado de colesterol el cerebro o de pronto todos hablan por el estómago en este país de ventrilocuos y marionetas.

5.5.13

El escritor que no lee

Pedro Suárez Vértiz está pasando por un episodio lamentable en su vida. A mí, que nunca me ha gustado ni me ha llamado la atención su música, él siempre me ha parecido, sin embargo, una buena persona y creo, además, que tiene tanto derecho como cualquier otro artista a buscar todos los vehículos de expresión que desee, incluyendo, por supuesto, los libros.

Y Suárez Vértiz, en efecto, anuncia para la próxima Feria del Libro de Lima el lanzamiento de su primera obra. Sobra decir que no he leído el libro y que por tanto nada puedo opinar sobre él. Si tiene algún parecido con las columnas que publica en la revista Somos, sospecho que tampoco después de que sea publicado tendré cómo opinar, porque probablemente no lo lea.

Lo que sí he leído, un poco a destiempo, son las cosas que ha escrito en su cuenta de Facebook a propósito de su ingreso en el mundo de la escritura:

"Ojalá tengan la paciencia que yo no tengo para leer. Siempre he picoteado los libros porque no puedo mantener la concentración por más de 4 páginas, quizás así lo haga, como un libro para distraídos como yo. No me ha ido mal obteniendo lo esencial de los libros pellizcándolos por partes sin el tedio de leerlos de cabo a rabo. Voy a pensar mucho en la gente como yo para poder brindar un libro cómodo, aportador y sobretodo espontáneo, que creo es lo que todos esperan".

Pedro Suárez Vértiz sin duda va a ser un personaje original en el mundo de los escritores. Porque en ese mundo hay unos que viven de leerse fanáticamente a sí mismos y a sus amigos más próximos, otros que leen sólo a escritores contemporáneos, otros que leen únicamente a los clásicos, otros más que releen mil veces a un puñado de autores queridos y no buscan nunca nada nuevo, otros que leen lo que no les gusta (para destruirlo), otros tantos que leen por mera diversión, unos que leen para sufrir, otros que leen nada más lo que alguien les recomienda, muchos que leen tan sólo lo que anda de moda, pocos que leen exclusivamente libros que hayan pasado de moda, otros que agotan todos los libros de un autor antes de pasar a uno más, algunos que leen diez libros a la vez, omnímodamente, vorazmente, otros que leen lo que se parece a lo que ellos escriben, unos que leen sólo lo que no se parece a ellos en lo más mínimo, varios que leen para copiar y otros que leen para decir que leyeron.

Pero Pedro Suárez Vértiz va a ser el primero que no lee. O que no lee nunca más de cuatro páginas, y que sin embargo cree que, en virtud de no se sabe qué poder mágico, entiende lo esencial de los libros con solo pasar sus manos por encima de ellos y fijar la vista en dos o tres párrafos. Va a ser el primer escritor en decir, como ha dicho, que, en general, leer es tedioso.

Hace poco tuvimos a un alcalde de Trujillo, rector universitario, inaugurando una Feria del Libro con un anuncio semejante: "yo nunca leo libros". Ahora, nos espera una nueva feria en la que el autor estrella parece defender el arte de la no-lectura. Quienes deberían promover la lectura parecen menospreciarla o ser incapaces de entender su importancia. Las instituciones que organizan estos eventos, por su parte, cada cierto tiempo opinan acerca de la muerte del libro en su lucha contra el libro electrónico o contra las tablets o contra los blogs o contra la costumbre de los posts de las redes sociales.

Pero la verdad es que ninguna de esas cosas está matando al libro, y sobre todo, ninguna de esas cosas está matando la lectura (que es un fenómeno mayor y más relevante). La lectura no muere cuando se encuentran nuevos soportes para hacerla llegar al lector: la lectura muere cuando los libros (y sus sucedáneos) no se abren, cuando se dice específicamente que no hace falta leer para triunfar en la vida. Y sobre todo cuando se dice que no hace falta leer ni siquiera para escribir.

JAVIER DIEZ CANSECO, EL DEMONIO Y SU MÉTODO

In memoriam

Una vez, sería por el año 1998, fui a comer con unos amigos al Agua Viva, ese restaurant de monjitas que hay en el Centro de Lima y que ahora Cipriani quiere desaparecer. Íbamos siempre porque estaba cerca de El Comercio, donde trabajábamos, porque se comía bien y porque las monjitas, vestidas con trajes tradicionales de sus países de origen (eran africanas, la mayoría, algunas asiáticas), resultaban realmente encantadoras.

Todo era siempre muy pacífico, un poquito monacal, y por eso fue doblemente insólito el momento, esa tarde, en que una mujer, en una mesa cercana, comenzó a dar de gritos, gritos ahogados, pero gritos, rasguñando el mantel y poniéndose de pie con dificultad. Luego vimos que, detrás de la mujer, estaba Javier Diez Canseco, dándole unos golpes brutales por la espalda.

Alguien se paró para detener al agresor (en la imaginación de buena parte de los limeños, Javier Diez Canseco era el demonio y siempre era el agresor). Antes de que el valeroso voluntario pudiera poner sus manos sobre Diez Canseco, una esquirla de hueso de pollo salió volando por entre los labios de la mujer en dirección a la mesa. Ella se volteó hacia Diez Canseco y, apenas pudo hablar de nuevo, le dio las gracias con efusividad. Al parecer, él no era ningún experto en la maniobra Heimlich, pero se las arregló para salvarle la vida a su compañera de mesa.

Cuando yo era chico, los adultos de mi mundo detestaban a Javier Diez Canseco. Los asustaba, les daba un poco de miedo, a veces bastante. En las últimas dos o tres elecciones legislativas, varias de esas personas votaron por él. No es sólo que ellos crecieron con el tiempo y sus horizontes se abrieron; es que la imagen de él creció dentro de esas personas, más aun cuando lo compararon con esos políticos atrabiliarios e impresentables que se multiplicaron en los últimos veinte años. No era tampoco que de pronto ellos se hubieran vuelto comunistas o radicales: es que se dieron cuenta de que, aunque no les cuadraran mucho los métodos de Diez Canseco, sus intenciones eran las mejores, y eso no era poco.

Yo nunca llegué a votar por Javier Diez Canseco, pero siempre me pareció bien que estuviera en el Congreso y en la esfera pública, incluso en esos tiempos cuando era el demonio encarnado: al lado de los demonios de verdad, que vinieron después, y que resultaron, además, ser unos demonios viles de opereta, quedó claro que Diez Canseco no era más que un simple ser humano, consciente, solidario, coherente, que sentía amor por los más pobres, una de esas personas que faltan en nuestra política y que a partir de hoy faltarán mucho, mucho más.

23.4.13

Llámenme comunista

El primer gobierno que recuerdo, aunque lo recuerdo a pedacitos, imágenes vistas en la tele, filas de generales que parecían porteros de hotel rodeando a otro general que parecía periodista deportivo y frases dichas en quechua al principio y al final de cada noticiario, es el gobierno de Velasco.

Como solía ocurrir con las familias de ese tiempo, con las familias que yo conocía, por lo menos, la mía estaba sobresaltada por algo que tenía que ver con que el gobierno iba a robarnos no sé que tierras (que no teníamos) para dárselas a otras personas que sólo tenían en común con nosotros el hecho de que tampoco tenían tierras, pero que, a difrencia de nosotros, vivían y trabajaban en esas tierras que no tenían, a cambio de lo que todo el mundo (en mi mundo) llamaba "un trato humano", algo que, por algún motivo, parecía no ser suficiente para esas personas. Por cierto, teníamos un par de tíos a los que sí les habían quitado tierras pero ellos, curiosamente, hablaban más de fútbol que de ese otro tema y después montaron una industria y parece que todo bien.

A Velasco le decían comunista y, por supuesto, yo le decía comunista a él y, en general, a toda la gente que me caía mal, que era medio mundo. Algo así como lo que hace Aldo Mariátegui sólo que yo tenía seis o siete años y tengo la excusa, por lo tanto de haber sido un niño y no un adulto infantil (toma, mientras). El asunto cambió con el gobierno siguiente, que fue una cosa menos abstracta para mí, más entendible, primero que todo porque ya no era tan chico (tenía ocho años cuando comenzó), y también porque tenía un vecino de mi edad que me llevaba a ver jugar tenis a su abuelito y resulta que el abuelito era el general Morales Bermúdez, presidente de la República, contra quien jugué una vez una partida de dobles. (Gané: fue el único partido de tenis de mi vida: 1-0).

Cuando pasé a secundaria, vinieron las elecciones para la Asamblea Constituyente (Morales Bermúdez resultó ser un general golpista del sector de los golpistas demócratas) y durante esa campaña apareció un elenco interminable de individuos de los que yo jamás había escuchado hablar, excepto por Luis Alberto Sánchez, Luis Bedoya Reyes y Víctor Raúl Haya de la Torre (¡miércoles, acabo de recordar que mi abuelita era aprista!), pero que todos los adultos parecían conocer de toda la vida. Entre ellos, una vez más, estaban los malditos comunistas.

En secundaria la cosa no cambió mucho: jugábamos a la guerra (colegio de hombres) y los malos eran los comunistas, como en las películas de la Guerra Fría, pero los buenos eran los alemanes, lo que implica no sólo un anacronismo, sino también la comprobación de que los niños tienen en general un sistema de valores bien hasta las patas. Cuando jugábamos fútbol, los malos eran la Unión Soviética, obviamente, y los buenos, otra vez, los alemanes, pero ahí sí la cosa tenía más sentido.

El gran cambio (no es ironía) vino en la universidad, un mundo extraño donde a los comunistas uno los llamaba comunistas en sus caras peladas y no se ofendían los desgraciados. Para hacer las cosas todavía peores, me hice amigo de varios. Para hacer las cosas peores, conservo la amistad de todos. Cuando entré a la Católica todavía era pepecista (el Tucán era divertido, ésa era la razón más consistente) pero ya para cuando salí alguna bacteria extraña me había intoxicado y noté, como quien se encuentra un bulto en la nuca, que me estaba volviendo de izquierda.

Por supuesto, nunca he sido comunista, excepto en mi sentido libre personal de la palabra comunista, que yo hago derivar no de comuna sino de sentido común. Imagino que eso es lo que Aldo Mariátegui, cuando está creativo y no quiere usar el término comunista, llama ser un caviar: alguien que se descubre de pronto a la izquierda por tres razones: (1) por sentido común; (2) porque la mayor parte de los demás se han corrido en masa hacia la derecha; y (3) porque, maldita sea, parece que ahora hay que ser de izquierda para tener un mínimo de solidaridad y cariño por el prójimo.


Porque -díganme si no es verdad- es puro sentido común pensar que un país construido sobre la base de un imperio despótico, belicoso, usurpador y esclavista, como fue el imperio incaico, y después sobre la base de otro imperio despótico, belicoso, usurpador y esclavista, como lo fue el imperio español, y construido además sobre la base de un periodo colonial inhumano y criminal y sobre la herencia que ese periodo dejó en la república, un país en que, todavía en el siglo veinte, se sujetaba a los indígenas en la selva, con gruesas cadenas enmarañadas al cuello y al pecho, para que trabajaran en la explotación de los recursos naturales que otros encontraban en los lugares donde ellos vivían, un país donde, hoy, en el siglo veintiuno, se sigue considerando que los habitantes de un lugar no tienen derecho a opinar acerca de cómo el gobierno vende, regala, da en concesión o reparte caprichosamente las tierras que han sido de ellos durante siglos, díganme, repito, si no es puro sentido común pensar que ya hace rato ha llegado la hora de que seamos solidarios con esa gente, los tratemos en verdad como iguales a los demás, invirtamos el dinero del Estado en garantizar que tengan en la realidad las cosas que la Constitución les garantiza sobre el papel, en fin, que todos los peruanos seamos peruanos de la misma manera.

Y si para ser considerado caviar o ser considerado, incluso, un comunista, basta, en el Perú de hoy, con pensar que todos deben tener los mismos accesos y las mismas posibilidades que yo, los mismos derechos, las mismas libertades, las mismas obligaciones, entonces no hay problema, llámenme así o llámenme como quieran. Porque yo sé que mi posición es la correcta: es moralmente correcta, que es algo más importante que ser correcta como posición política: de hecho, ni siquiera hay que asumir una misma posición política para creer que es lo correcto, moralmente. Sólo hay dos requisitos para asumir esa verdad: hay que tener sentido común y hay que tener el corazón en el lado correcto del pecho. Es fácil: hay que dejarse de vivir como una mónada y hay que dejarse de ser hipócritas y egoístas.

15.4.13

¡Asu mare!

En diciembre, Jonathan Franzen estuvo en la FIL de Guadalajara. J.M. Coetzee está en Colombia para un seminario de tres días y allí permanecerá para la FIL Bogotá, adonde también acudirá Cees Nooteboom, quien inmediatamente después aparecerá en la FIL de Buenos Aires. Alberto Manguel y Tzvetan Todorov estuvieron en la útima FIL de Santiago. Ian McEwan y J.M.G. Le Clézio fueron dos de los muchos invitados al último Festival Literario de Paraty, en Brasil.

En el Perú, la Cámara Peruana del Libro, presidida por el dueño de la misma librería que hace poco ofreció descuentos en libros de autoayuda y novelas de amor por el día de la mujer, anuncia quién será la estrella de la FIL Lima 2013. Se trata de Pedrito Suárez Vértiz. Pero no desesperen: estoy seguro de que tienen alguna otra estrella guardada bajo la manga. Probablemente un cocinero. Hoy que el decano de la prensa nacional saluda en su editorial el resurgimiento del cine peruano gracias al éxito de ¡Asu mare!, la cultura peruana tiene, obviamente, muchas razones para celebrar.

11.4.13

Sobre la posible candidatura de Nadine Heredia

Durante la dictadura de Fujimori se aprobó la ley que prohibe al cónyuge de un presidente ser, a su vez, candidato presidencial. Fujimori no hizo esa ley guiado por un afán principista, para luchar contra el nepotismo, ni nada semejante. La hizo para impedir que su esposa fuera candidata presidencial, en un momento en que Susana Higuchi, ya conocidas las torturas de las que había sido víctima, parecía una amenaza política contra el fujimorismo. Fue una ley hecha para perennizar a alguien en el poder, no para impedir que un grupo se perennizara en él. Es además una ley estúpida y prepotente, que sin motivo alguno le quita a una persona en particular un derecho que, al menos sobre el papel, tienen todos los peruanos que cumplan un par de simples requisitos. Ahora resulta que los fujimoristas y los apristas, es decir, los miembros de las dos mafias políticas más criminales del país, afirman que una posible candidatura de Nadine Heredia sería inmoral, poco ética, etc. Dejemos de lado lo obvio: inmoral y poco ético es dedicarse al narcotráfico desde el poder, asesinar en masa y robar sistemáticamente, cosas todas ellas en las que apristas y fujimoristas son expertos. El hecho es que la candidatura de Nadine no sería ni inmoral ni poco ética: sería, sí, tal como están las cosas, ilegal, pero sólo en la medida en que esa ley idiota siga en vigencia. Se me ocurre una cosa que sí es inmoral, poco ética y además escandalosamente vergonzosa: exigir la persistencia de una ley que no hace sino robarle a un individuo un derecho que todos debemos tener, y hacerlo precisamente porque ese individuo es más popular, más querido y más esperanzador que los líderes del APRA y de la jungla fujimorista: la momia de Alan García y ese par de vampiros familiares que son Kenji y Keiko Fujimori. Yo no sé si votaría por Nadine Heredia, pero me resulta inaceptable que, por puro oportunismo, se forme una especie de consenso acerca de la ilegitimidad de su actuación política. Recuerden quiénes son hasta ahora los posibles candidatos y de inmediato se darán cuenta de que la inmensa mayoría son como recuerdos de pesadillas pasadas. Prefiero cambiar una ley que volver por enésima vez al pasado. Es verdad que debería haber sido cambiada antes, antes de que adquiriera un nuevo nombre propio, antes de que pasara de ser la ley anti-Higuchi a ser la ley anti-Nadine, pero igual es mejor derogarla ahora que no derogarla nunca. [Y, hablando de eso, ¿ya se olvidaron de que la ley de revocatoria debería desaparecer? ¿Vamos a esperar a estar otra vez contra las cuerdas para recordarlo?].