7.4.12

Twitter y el fin del mundo

...
Entre los escritores que aprecio, acaso ninguno parece tan rutinariamente opuesto a toda una gama de cambios culturales como el español Javier Marías. Curiosa pero no inusualmente, Marías no parece muy inclinado al conservadurismo en otros aspectos (en algunos sí) pero muestra una especie de horror cerval ante las transformaciones vinculadas con el ejercicio de su profesión: Marías parece aterrorizado ante la existencia del libro electrónico, de las redes sociales, de los mensajes de texto, de la literatura hecha en y para internet, etc.

Hace poco, Marías mostraba su horror ante una cosa tan natural e inevitable como el hecho de que la aparición de ciertos medios de comunicación electrónica acostumbren a sus usuarios a una sintaxis y un léxico diferentes: los text messages y Twitter parecen haberse convertido en sus nuevas bestias negras: ¿cómo es posible que las nuevas generaciones opten por ese lenguaje críptico, hecho de signos y siglas y abreviaturas, y se acostumbren a componer mensajes brevísimos sin cuidar el estilo en vez de extenderse en epístolas de largos párrafos para comunicar lo que tengan que comunicar?

No sé si la aparición del telégrafo habrá causado una perturbación semejante entre algunos de los escritores a quienes tocó presenciarla. Puedo imaginar que sí, que no habrá faltado un asustado. Ignoro si la estrechez del estilo telegráfico habrá influido de alguna manera en la literatura de su época, pero, teniendo en cuenta que el telégrafo fue una forma habitual de comunicación durante la segunda mitad del siglo diecinueve y la primera del siglo veinte, es decir, durante los dos periodos más brillantes en la historia de la novela realista y modernista, es posible especular que esa influencia no ha de haber sido muy negativa.

¿Habrá llorado algún escritor, precozmente, el fin de la novela cuando fueron inventados el teléfono, la radio, el cine, la television? No lo dudo. Y luego vinieron Sebald, Coetzee, Vargas Llosa, Mulisch, Murakami... y Javier Marías. Y pensar que el mismo Vargas Llosa está a punto de lanzarnos un libro en el que, a juzgar por los avances y por algunas de sus columnas recientes, no quedará muy lejos de Marías en cuanto a sus temores frente a la trivialización de la literatura en la edad contemporánea y en el futuro cercano.

Hace unos años, Gabriel García Márquez poco menos que lloró un responso por la muerte del español porque alguien quiso atentar contra la majestad de la letra eñe. Fíjense en el grupo: Vargas Llosa, Marías, García Márquez, tres autores que comparten muy poco políticamente pero que han sido todos ellos audaces experimentadores del idioma en algún momento. Es curioso: es como si se sintieran seguros del experimento sólo en la medida en que nadie más cambie las reglas del elemento sobre el cual están experimentando.

(Es una tarea tan laberíntica como inconducente la de correlacionar el espíritu políticamente revolucionario con las formas artísticas revolucionarias y el espíritu conservador con el conservadurismo estético. No fue menos transformador en poesía el aristocrático conservador T.S. Eliot que el fascista Ezra Pound o que el comunista Vallejo; no hay música más empozada en el pasado que la trova socialista latinoamericana, literalmente detenida en los años sesenta, ni hay especie de novela menos revolucionaria que la que trató de imponer el comunismo internacional; los experimentos de la vanguardia se debieron a trostkistas de París tanto como a fascistas de Roma, anarquistas de Europa oriental y señoritos burgueses de Suiza).

Mientras tanto, los libros electrónicos ya empezaron a hacer lo que todas las grandes transformaciones tecnológicas del soporte literario han hecho en el pasado: demandar nuevos formatos textuales, propiciar reinvenciones. Tenemos ahora, por ejemplo, la serie de los Kindle Singles, un género entre la crónica y el reportaje de espíritu literario que permite textos más breves que los de un libro habitual de trabajo periodístico pero más amplios de lo que una revista impresa y muchas revistas virtuales pueden permitirse publicar, un género que ya ha encontrado pequeños clásicos tempranos en autores como Krakauer, Mahler y Hooper.

Pero volviendo al punto inicial: ¿qué es lo que pueden temer quienes temen que el lenguaje escrito se esté dinamitando a sí mismo con las nuevas tecnologías? ¿Que la literatura se acabe de pronto? ¿Que la novela llegue a su fin? Yo creo que ambas cosas son variables concebibles, pero supongo que en esas defunciones tendrá que ver más el mercado que la obligatoria pequeñez del Twitter. Y, por otro lado, la literatura vivió muchos siglos antes de que la novela moderna se formara como tal, de modo que no es impensable que siga viviendo aun después de que la novela desaparezca.

También la muerte de la tragedia debió de ser una tragedia para muchos y hoy hay novelistas que por nada del mundo le echarían una ojeada a ninguna página de Sófocles, así como hay muchos otros que mantienen la tragedia viva, transformada en otra cosa. ¿Llegará un momento en que la novela moderna deje de existir? Probablemente. Pero dudo que su epitafio sea escrito en internet en menos de ciento cuarenta caracteres.
...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

TULIO MORA “Si Hora Zero hubiese sido más que sendero luminoso, nosotros tomábamos el poder”.

"nosotros", es decir, Queirolo Luminoso

Germán Hernández dijo...

Un texto encantador, que me recuerda que siempre debemos estar atentos para amordazar al conservador que llevamos dentro.

Saludos!