1.4.12

La caja y los bobos

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En Perú 21 le hacen una pregunta a la bailarina y coreógrafa Morella Petrozzi acerca de las últimas producciones televisivas de Gisela Valcárcel. Su respuesta: "Gisela quiere mejorar, está haciendo bien las cosas, pero la televisión no puede ser tan sesuda ni profunda. De lo contrario nadie la encendería". Ok. Hablemos de la tele.

David Lynch creó originalmente Mulholland Drive como el piloto de una serie para la televisión. Un número de cadenas consideraron que no sería una serie rentable y Lynch tuvo que conformarse con extender la primera hora en una segunda parte y convertir el resultado en la película que la mayoría de quienes leen este post han visto, probablemente más de una vez.

Contra la primera impresión que puedan llevarse, sin embargo, no digo esto para darle la razón a Petrozzi, como si en esa anécdota hubiera una demostración de que cierto tipo de proyecto es demasiado inteligente para la tele. Al contrario: cuento esto para hacer ver que, por ejemplo, David Lynch es alguien que está dispuesto a apostar por una televisión sofisticada y dispuesto también a invertir su tiempo y su dinero en ella.

Lynch, claro, no lo hace porque está loco; lo hace porque ya antes apostó por lo mismo y el resultado fue la serie Twin Peaks, una producción legendaria, uno de los picos más altos de la historia de la televisión, reverenciada y convertida en objeto de culto por dos generaciones. Si hoy no existe la serie Mulholland Drive eso se debe a discursos como el de Petrozzi pero puestos en boca de gente con poder de decisión: la creencia de que la tele no debe ofrecer productos demasiado "sesudos ni profundos". (Y sin embargo Twin Peaks, vale aclarar, es sólo uno entre cinco o seis proyectos televisivos de Lynch que sí llegaron a concretarse).

Jonathan Demme, Michael Apted, Arturo Ripstein, Emir Kusturica, Mike Leigh, John Frankenheimer, Sidney Lumet, Liv Ullmann, Gus Van Sant, Michael Mann, Neil Jordan, Kathryn Bigelow: todos han dirigido proyectos en la televisión, algunos como excepciones en sus carreras, otros con gran frecuencia. Y la lista es mucho más larga y los nombres en ella pueden ser aun más impresionantes:

Michael Haneke dirigió Die Rebellion para la televisión austriaca. Las diez películas que forman el Decálogo de Krzysztof Kieslowski fueron hechas como una miniserie para la televisión polaca y el mismo director hizo otra media docena de películas para la tele. Orson Welles dirigió para la televisión su adaptación de El mercader de Venecia, además de un par de miniseries y varios documentales.

Martin Scorsese hizo para la televisión sus célebres documentales sobre George Harrison y Bob Dylan (y varias otras cosas, incluyendo episodios de una serie que es un hit ahora mismo, Boardwalk Empire, de la cual es además creador). Robert Altman dirigió excelentes series televisivas desde la década de los sesenta (¡Combate!) hasta la década pasada. Mi película favorita de Steven Spielberg, Duel, filmada en 1971, fue hecha directamente para la televisión.

¿Tengo que hacer una rápida lista de programas televisivos de calidad superlativa? ¿Los de arriba y los de abajo; El prisionero; Lost; Yo, Claudio; Community; Raíces; Holocausto? ¿Tengo que mencionar que un programa de comentarios sobre libros se ha mantenido por décadas entre los más vistos de la televisión francesa? ¿Que los 894 minutos de  Berlin Alexanderplatz, de R.W. Fassbinder fueron originalmente un éxito televisivo? ¿Que, de las últimas quince películas dirigidas por Ingmar Bergman --un hito inapelable de la historia del cine--, catorce fueron hechas para la televisión sueca?

Antes les he dicho esto mismo a otras personas que también creen que la televisión tiene que ser necesariamente la caja boba del dicho, que la inteligencia, la sutileza y sobre todo la complejidad no pueden ser parte de ella. Me han respondido que una cosa es la televisión europea o norteamericana y que otra muy distinta es la televisión de países como el Perú. Eso es obvio. Pero es completamente falaz como argumento: la televisión sueca y la británica también podrían ser casi permanentemente idiotas, como la nuestra; pero han elegido que no sea así.

Entonces, cuando digo que nuestra televisión debería aspirar a elevar su nivel intelectual, estético y cultural, siguiendo esos ejemplos y siendo creativa, me cae encima la etiqueta de siempre: soy un elitista. Ojo con eso (y sigamos con el mismo ejemplo): Morella Petrozzi se dedica a la danza contemporánea. Nadie le pide que, en su campo, "baje el nivel" de sofisticación de lo que quiere hacer o decir. Cabe suponer que ella piensa que puede ser compleja e inteligente en su arte, un arte que, lamentablemente, es disfrutado por un número reducidísimo de peruanos, y además se precia de haber escrito alguna vez una novela que ella llama "polémica". Al mismo tiempo, piensa que un medio masivo debe resignarse a no ser "ni sesudo ni profundo".

A mí, esa manera de ver las cosas, una manera jerárquica en la que se propone mantener un nivel de sofisticación en productos para unos pocos y se echa por los suelos el nivel de los productos para las mayorías, me parece un resumen perfecto del espíritu elitista. Y del más vano de los elitismos: el que empieza por condescender con el otro (en verdad, subestimarlo) y termina reforzando e incentivando la exclusión. O sea, elitismo disfrazado de color popular.

En cambio, quien aspira, como yo, a que los medios masivos abandonen su tontería endémica y se vuelvan intelectual y culturalmente estimulantes, lo que propone es que se rompa la jerarquía elitista para que más personas tengan acceso a productos más inteligentes. Entonces en cuando uno se encuentra con la segunda parte del argumento de "no estamos en Europa": la idea de que nuestra cultura no está hecha para que un medio masivo aspire a la inteligencia, que nosotros no somos suecos ni franceses ni islandeses, sino peruanos, que lo que nos gusta es otra cosa y que esa otra cosa es la que debemos recibir.

Por supuesto, si eso fuera cierto entonces sí deberíamos pedir que la danza moderna se vuelva fácil y chata, que toda la literatura sea light, que todo el cine sea medido en bolsitas de pop corn y, de paso, de una vez, que el estudio de las ciencias y las humanidades sea abolido, si es posible por decreto. Porque, finalmente, todas esas cosas también necesitan un público, y también pueden aspirar a que ese público sea masivo, y en todas esas cosas influye el mercado.

Detrás de todo esto lo que hay es una serie de prejuicios. El primero es la idea estrambótica de que si la televisión elevara su nivel se tornaría aburrida, poco atractiva y que, finalmente, la gente decidiría apagar sus teles para siempre. (La pregunta sería qué cosa harían después de apagar la tele: ¿leer una novela? Ok, entonces apaguen nomás, sin problemas).

Eso es simplemente absurdo: no hay nada que vuelva una necesidad estructural de la televisión la mediocridad y la simpleza mental: la gente ve lo que más le interesa y pensar que lo que más le interesa es siempre lo menos inteligente es pensar implícitamente que la gente misma es poco inteligente.

Cuando yo estaba en la universidad empezaron a producirse series policiales peruanas, con episodios escritos por autores como Alonso Cueto y Mario Vargas Llosa; hasta donde yo recuerdo fueron éxitos, como lo fue La torre de Babel, el magazín cultural del mismo Vargas Llosa, y tres o cuatro programas de preguntas y respuestas: ¿en qué momento se jodió la tele?

Según me parece, la tele peruana no se jodió porque la gente protestara contra la insólita arrogancia de quienes produjeron esos programas inteligentemente propuestos; la gente no salió a las calles a pedir basura; los peruanos no echaron sus televisores por la ventana, hastiados de que las cadenas se empeñaran en darles algo de cultura; los canales no bordearon la quiebra por su terca insistencia en mantener un cierto nivel de decoro en su programación.

La televisión peruana, oh casualidad, se fue al diablo en el mismo periodo en que los dueños de los canales empezaron a venderse como boletos de tómbola a la mafia de Fujimori y Montesinos: en la época en que desde los conductores de talk shows como Laura Bozzo hasta los animadores de concursos como Raúl Romero, los periodistas de investigación como Nicolás Lúcar o Álamo Pérez Luna y hasta el hombre del tiempo, Abraham Levy, empezaron a hacer cola en las oficinas de Vladimiro Montesinos.

En otras palabras, la idea de que la televisión en el Perú está natural y esencialmente obligada a la idiotez, la superficialidad, la chabacanería, la banalidad y la irreflexión no fue nunca una exigencia de los peruanos: fue una de las necesidades elementales en el proyecto de estupidización pública del fujimorismo, parte del mismo proyecto que dejó en el marasmo a nuestra educación escolar y en la semirruina a la universidad peruana y que convirtió a nuestra prensa escrita en una deplorable inmundicia.

Y en algún momento los peruanos tendremos que decidir si vamos a permitir que sujetos como Fujimori y Montesinos y el resto de su mafia determinen el curso de nuestra vida cultural en el futuro, con las oscuras decisiones que tomaron años atrás. Por lo pronto les digo algo: que gente involucrada en nuestra esfera cultural, como Morella Petrozzi, caiga en la tentación de sugerir que la estupidización es inevitable, que la banalidad es el irremediable formato de nuestro futuro, es un síntoma atroz, un signo de que cada vez estamos más y más hundidos, más alegremente hundidos en nuestra propia mediocridad.
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23 comentarios:

Oskar G. Herrera dijo...

Mientras el peruano común no sepa entender lo que lee, en la televisión 'Al Fondo (NO) Hay Sitio' para lo sesudo y/o profundo. Si apagan la televisión, los que tienen, se pondrán a leer la 'novela' de Ariel Bracamonte. El problema raíz es la educación.

Melissa Vizcarra dijo...

Yo amaba los especiales de Panamericana con Pablo de Madalengoitia. Se puede decir que gracias a él conocí el ballet, comencé a bailar y llegué a bailar con el Ballet del Teatro Municipal (y también terminé conociendo en algún momento a Morella Petrozzi). La tele no tiene porque estupidizar a la gente, mi caso es un ejemplo perfecto de que de la manera adecuada, la tele puede tener una buena influencia sobre nuestros intereses y nuestro nivel intelectual.
Tengo que decir que ya no veo nada de tele. Me da asco (sorry es la verdad). Cuando veo, veo cable.

Gonzalo B dijo...

Gustavo,

Creo que comparas equivocadamente a distintos países como si las realidades de sus industrias televisivas fueran homologables. Twin Peaks fue un éxito en un comienzo y luego se desinfló, tanto por bajos ratings como por el hecho que la segunda temporada no iba a ninguna parte y así lo hicieron notar los críticos. Recuerda que la serie fue cancelada. Ciertamente puede haber televisión de calidad (pese a que no creo que Lost ni Community deban figurar en una lista de destacados) y la ha habido desde sus comienzos (por ejemplo, los teleteatros como Playhouse 90 con guiones de Paddy Chayefsky y Rod Serling, el programa de entrevistas que tenía William Buckley o bien The Twilight Zone), pero me da la sensación que en países latinoamericanos es difícil que abunde. Los canales son pocos, los subsidios son menos y el público, creo, más tolerante con la entretención simplona. Latinoamérica debe ser la última región del mundo en que sobreviven esos programas de "humor" con comediantes viejos y gordos diciéndoles estupideces de doble sentido a vedettes con silicona. Es como si en las últimas tres décadas no se hubiera inventado otro formato para un programa de humor que el del sketch con chistes sexistas. Creo que su popularidad es inversamente proporcional a la posibilidad de producir televisión de calidad que más encima sea viable comercialmente. Ciertamente hay excepciones y mi argumento no es una apología de la parálisis, pero creo que el margen de maniobra es escaso en un esquema de pocos canales, propiedad concentrada y TV cuyos contenidos los determinan el avisaje y la necesidad de generar utilidades cada trimestre.

Anónimo dijo...

Sigue mencionando series, mañana me pongo a buscar Twin Peaks.

Anónimo dijo...

Gustavo,

El comentario de Gonzalo B precisamente describe la situación de la televisión latinoamericana. Además de la lucidez del comentario, no es posible someter el criterio de elección de contenidos en medios masivos de comunicación a la exigencia del público en la medida en que estas decisiones no relevan la capacidad intelectual del público objetivo, sino la utilidad crematística como producto de consumo masivo. Ante esta evaluación el costo de un contenido televisivo precario, redundante, facilista es más atractivo comercialmente.

Por otro lado, ejemplificas indebidamente la idea de que la profundidad y sesudez de los programas sea inviable por el hecho de que subestiman la inteligencia de la grey, cuando, en realidad, la profundidad y sesudez es inviable porque el producto de negocio inverso -aquel que estimule el intelecto y la cultura- demuestra un riesgo comercial que los dueños de la industria televisiva no están dispuestos a afrontar. Y su voluntad de elegir, restringir o publicar es casi proverbial. Es apenas el derecho de ser dueño de un negocio.

Las excepciones que aduces ciertamente son porcentualmente irrisorias. Hecho que contradice la vinculación del desmontaje elitista de la cultura con la difusión de programas de calidad, habida cuenta de que la programación de calidad existente es justamente minúscula en comparación con la proyección de la que apela sencillamente al divertimento gregario. Es la justificación de una élite y la indicación de una realidad, ignorarla o atribuirsela a un período "fujimorista" es, o bien la impropiedad de un exceso, o bien una muestra de ingenuidad y aversión. La difusión de la estupidez finalmente tiene características que omites extrañamente durante tu pretensión reivindicadora de la inteligencia, erradicadora de la élite y igualizante culturalmente. La estupidez es pues, fácil de consumir, posee un efecto inmediato ante quienes no estén premunidos de un carácter crítico sobre un contenido y es sorprendentemente adictiva. ¿Cómo combates esa pandemia apenas con la buena voluntad de la demagogia?

Paco Pum dijo...

Concuerdo con los sesudos comentaristas... ¿Qué cosa harían los televidentes después de apagar la tele?... ¡No apagarían la tele, por dios, jamás! Buscarían pronto otro programa estupidizante hasta que aparezca y entonces este programa estupidizante tendría un alto raiting, por lo tanto muchos auspicios y por lo tanto otros canales copiarían su modelo estupidizante.

Porque de lo que se trata es de hacer plata, no patria.

Eso debería ser más o menos obvio. Fujimori nos hundió en muchos sentidos, pero ya ha pasado el tiempo suficiente como para salir a flote en ese sentido y nada.

Estamos, pues, mal educados y los medios nos dan en el clavo. Esto que vivimos es una mezcla de angurria, facilismo y displicencia rematados por la consabida fórmula de "la televisión no tiene por qué educar a la ciudadanía".

Anónimo dijo...

Don Gus:

Correcto, pero siempre hay que evitar los riesgos del elitismo. La televisión debería ser para todo tipo de público, desde los programas "cómicos" nacionales, hasta series y documentales como los que has mencionado.
Una vez Lobo Antunes contó haber leído una novelita de Jackie Collins, decía que el libro le pareció "una mierda"(sic), pero que había una descripción "magnífica" del acto sexual. ¿La moraleja? No hay que ser elitista, siempre se puede aprender (o encontrar) algo valioso en los libros (incluso en los autores de best-sellers). Y creo que lo mismo se aplica a la tele. ¿Qué pasaría si sólo se pasaran noticieros, documentales de arte, historia y ciencias, y películas de Godard o del "genial"(?) Ingmar Bergman? ¿O que pasaría si todos los escritores fuesen del tipo de Borges, Joyce, o Lezama? En ese caso, el mundo cultural se iría al diablo, porque no le interesaría a casi nadie. Y tal como están las cosas, supongo que el antídoto es tratar de popularizar o democratizar la cultura.

Gonzalo Silva Infante dijo...

No creo que sea argumento válido comparar la (triste) realidad de la televisión peruana el 2012 con los grandes éxitos televisivos de genios hace 20, 30 o 40 años atrás.

Hay varias razones que invalidan este razonamiento: los niveles económicos para la producción, que va desde una buena idea, pasando por un equipo técnico eficiente y todo el arte que debe haber detrás de una gran producción. Un claro ejemplo, más allá de los gustos y de cómo vino el dinero (estamos hablando de televisión, exclusivamente, me parece) América Televisión realizó una gran producción como Luz María (novela de 1997) que contaba con un importante reparto, una gran producción en el sentido generoso de la palabra.

Por otro lado, hay que destacar que en la época que parece ser para el señor Faverón la época dorada de la caja (no) boba, la televisión competía con la radio y los otros pocos canales que la televisión abierta ofrecía. En estas épocas la competencia es terrible, al punto que los canales de cable se han especializado y los de señal abierta no cuentan con grandes cantidades de dinero para producir programas como los ejemplos mencionados por el autor.

El internet, por su parte, juega un papel importante, no solo para encontrar nuevos programas que no llegan a nuestro país, sino como la personalización del consumo, con lo que queda muy complicada la situación para los canales, que no van a arriesgar.

Un argumento que el señor Faverón menciona es que la tele sueca (o cualquier país con buen nivel televisivo) es distinta de la peruana. Y lo es. ¿Cuál es la novedad? De acuerdo, pero no podemos hablar del mismo público, con las mismas exigencias ni las mismas costumbres. Tenemos un déficit enorme en educación y, si bien es cierto, existe un porcentaje mínimo de gente preparada, que puede exigir televisión de calidad, son los menos, son los que "no ven tele", en consecuencia, esos programas no son para ellos.

¿Verían la tele estas personas si se hicieran programas sesudos? No lo sabemos, esperemos que sí, sino todo no sería más que una terrible hipocresía, pero hay que tomar en cuenta que no todos tienen ese nivel cultural para exigir esa televisión que, para personas como Petrozzi, es imposible de realizar.

Creo que sí se puede hacer televisión de calidad, pero para eso necesitamos cambiar muchas cosas, empezando por la educación. Ahí está la raíz que solucionaría muchos problemas de los cuales nos seguiremos quejando.

Saludos,

Gonzalo Silva Infante.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

El error es pensar que "tenemos un déficit de educación" sólo porque tenemos malos currículos escolares o universitarios. También lo tenemos gracias a cosas como el nivel de nuestra televisión. Quien crea que la tele está al final de la cadena educativa y no al principio, está viendo el problema al revés.

José Vásquez Alejos dijo...

Gustavo, faltó, al final, un saludo a Patricia Del Rio, una de las egresadas de la escuela del facilismo más grande que tiene el Perú: La Universidad Católica, esa gran institución que forma profesionales del complejo, grandes catedráticos de la paporreta, y está demás decirlo los grandes sabios del facilismo de los años pasados, al menos en su gran mayoría. Ver y escuchar o leer, como digo en su gran mayoría; a estos "profesionales" es para meterse un tiro de bala.

chato dijo...

en algo se ha mejorado y es que desaparecieron esos grotescos anuncios de cigarrillos

Oni dijo...

¿Cómo sabes que la televisión no es un epifenómeno?

Anónimo dijo...

Diego de la Torre, en un reunión sobre políticas culturales, pidiendo una película nacional a lo "Braveheart", es la explicación de por qué las cosas están como están.

Simplicio dijo...

Patricia del Río no representa a la PUCP: es solo una persona con buena voluntad y evidentes, amplísimas limitaciones.

De todas maneras, vale la mención para señalar con el dedo acusador a las facultades de comunicaciones del Perú: ¿de dónde sale tanto infame a la televisión?

Me gustaría manjear esas cifras, saber que las universidades reorientan sus esfuerzos para revertir esa realidad.

Karin Elmore dijo...

Tienes toda la razón Gustavo, es una lástima, realmente lamentable que algunas personas que se consideran como "líderes de opinión" tengan opiniones así.
Lo peor que puede pasarle a un país es la subestima del público, o de los públicos, pues tampoco se puede poner a todos en un mismo saco. Pero esa es una cuestión política, la pregunta es, ¿quien manda? la economía, o el ideal de los medios de comunicación como servicio público? En un país como el nuestro, lo que manda es la economía, y por eso, detrás de la televisión peruana el único motor es el de tener más rating, aunque esto suponga echar por los suelos la calidad, porque supuestamente, esa calidad implica según ellos un esfuerzo mayor, de cabeza y de dinero y no tendría los mismos resultados. Es la ley del mínimo esfuerzo. Qué patético.
Volviendo al tema de lo "elitista", definitivamente asumir que el público es bruto y que por ende hay que darle una televisión mediocre, es lo más elitista que puede haber. Definitivamente, el concepto de "un teatro elitista para todos" de Antoine Vitez, no ha llegado al Perú.

Anónimo dijo...

TULIO MORA “Si Hora Zero hubiese sido más que sendero luminoso, nosotros tomábamos el poder”.

http://www.limagris.com/?p=7550

Anónimo dijo...

Lima Gris
TULIO MORA “Si Hora Zero hubiese sido más que sendero luminoso, nosotros tomábamos el poder”.

FIP: Hora Zero en el bar Queirolo | Limagris
www.limagris.com
Luego de una introducción de Sánchez Hernani, Tulio Mora habló de su poesía y de Hora Zero, señalando “Si Hora Zero hubiese sido más que sendero luminoso, nosotros tomábamos el poder”.
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A Soledad Piqueras Villarán le gusta esto.
Victor Orlando Coral Cordero ‎?
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Tulio Mora Gago Para evitar confusiones de los siempre malintencionados: lo que afirmo es porque HZ tuvo tal mística que nuestros primeros enemigos ideológicos fueron los senderistas. Es conocida una broncaza que tuvimos el 78 en nuestra casa de Torres Paz.... Y lo sostengo además porque HZ quería a través de la poesía construir la vida, algo que por supuesto nos enfrentaba radicalmente a los amantes de la muerte. El amor y la vida son la intimidad de la poesía. Si hubiéramos ganado más militantes con esos sentimientos, fácil tomábamos el poder del mundo.
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Anónimo dijo...

Solo hay que comparar la television estatal con la de Mexico y Brazil, para darse cuenta del nivel infimo del producto peruano. Lo terrible es como dice Faveron que no hay ni la intencion de cambiar, la gente de la TV deberia tener al menos un minimo de compromiso de ofrecer una programacion de calidad y entretenida que a la vez eduque y distraiga, es mucho pedir? . Aunque programas como Costumbres y Reportaje al Peru empezaron bien pero se notaba una falta de produccion.

Anónimo dijo...

Y si mi abuela tuviera ruedas, sería bicicleta.

Anónimo dijo...

ME SACO EL SOMBRERO , COMO SABE TANTO MAESTRO??

Anónimo dijo...

ME SACO EL SOMBRERO , COMO SABE TANTO MAESTRO??

Cesar dijo...

Completamente de acuerdo. Es justo lo que yo pienso.

Anónimo dijo...

"El error es pensar que "tenemos un déficit de educación" sólo porque tenemos malos currículos escolares o universitarios. También lo tenemos gracias a cosas como el nivel de nuestra televisión. Quien crea que la tele está al final de la cadena educativa y no al principio, está viendo el problema al revés."

yo disfruto desde hace 10 años de "sucedio en el Peru" ¿Por que en todos ese periodo de tiempo
ese programa no ha elevado niveles de audencia ?