15.4.12

La ceguera patrótica

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Cuando estudiaba el doctorado tomé un curso sobre las nociones de memoria, historia y trauma en relación con la literatura (ficcional o no) escrita acerca del holocausto. Más de una vez, sin embargo, leímos cosas relacionadas con otros hechos traumáticos y su representación en las artes o las letras. Hiroshima, por ejemplo.

El profesor, Dominick LaCapra, una eminencia en el área, incidía en la idea de que los grandes hechos traumáticos, incluso los experimentados colectivamente, son irrepresentables mientras el trauma dure: precisamente, la conversión del hecho traumático en narración es la seña de que el trauma empieza a ser superado, porque la narración implica un intento de racionalización, mientras que el trauma es más bien un espiral, o un círculo perpetuo.

En una clase en la que, de quince estudiantes, sólo dos éramos extranjeros, una chica francesa y yo, mientras que todos los demás eran norteamericanos, me resultó particularmente llamativo que sólo mi compañera y yo habláramos del silencio habitual que Hiroshima ha merecido en la literatura americana. El profesor y los demás estudiantes se referían al bombardeo atómico como un evento cuyos únicos actores hubieran sido los habitantes de una ciudad (o dos ciudades) y una bomba que les hubiera caído del cielo, ex machina.

En Estados Unidos hay que estar radicalmente a la izquierda, tan a la izquierda como para estar ya muy a la izquierda del ala más liberal del Partido Demócrata, para pensar, o al menos para decir, que Hiroshima fue un crimen contra la humanidad, cosa que a mí, en cambio, me parece transparente e indudable.

No creo, sin embargo, que la incapacidad de los americanos para hablar sobre Hiroshima asumiendo la responsabilidad de una masacre indiscriminada tenga nada que ver con la imposibilidad de salir del trauma. No creo que haya trauma alguno (lo que es muy triste, claro). Pienso que lo que hay es negación de la culpa, autorrepresión; pero una negación de un tipo que no es nada infrecuente y que todos hemos sufrido alguna vez: la que proviene de la ceguera patriótica.

El nacionalismo funciona de esa manera, como inhibiendo la capacidad crítica de las personas cuando se trata de juzgar los actos de su nación que implican una relación hostil con otras naciones. En esas circunstancias, estamos dispuestos a creer las teorías más absurdas y a comprar sin retaceos ni suspicacias cualquier cosa que nuestros gobiernos nos digan, no importa si se trata de gobiernos a los cuales odiamos y a los que no les creemos nada en materia de política interna.

A los americanos, incluso a los que tienen muy presentes los principios de los derechos humanos e incluso a los que se definen a sí mismos en función de su pacifismo, su respeto a la vida ajena, etc., no les cuesta mucho, aparentemente, creer que Hiroshima y Nagasaki fueron necesidades históricas.

Los mismos argentinos que se enfurecían de rabia ante la criminal opresión de las juntas militares de los setentas y ochentas, asumieron como verdad indiscutida la causa de las Malvinas, que esos mismos gobernantes criminales les pusieron en frente como aliciente para la unidad nacionalista.

Eso que se percibe como irreconciliable en el conflicto palestino-israelí tiene su origen en el hecho de que, en ambos pueblos, incluso aquellos individuos que creen que la solución es la convivencia de los dos estados, estén inclinados a considerar la existencia de su estado como más justa que la otra. Y no es sólo por un deseo de supervivencia o un instinto de conservación: es también por una aceptación casi cerval de la verdad de sus gobernantes como verdad última.

Pero no tengo que poner sólo ejemplos ajenos. Yo a Fujimori nunca le creí nada, pero no tuve ningún problema en emocionarme patrióticamente con sus embustes cuando esos embustes tenían que ver con Ecuador en tiempos de guerra, y, por el otro lado, hubo al menos media decena de presidentes ecuatorianos que supieron que, si las cosas se ponían mal en el frente interno, una escaramuza o una batalla o una guerra con el Perú les devolverían el cariño popular.

Nuestra inclinación a creer en las verdades de la tribu como verdades absolutas, aunque a la persona que nos dicta esas verdades la consideremos, en otras circunstancias, poco menos que el demonio mismo, se impone fácilmente a nuestra razón individual. Acaso sea que los conflictos internos de una sociedad son ya suficientes para copar y rebalsar nuestra capacidad de razonamiento justo, y preferimos que, transpuesta la frontera nacional, el mundo tenga la simplicidad de las consignas y los lemas estentóreos.

Pero entonces descubrimos que, en muchas circunstancias, cuando la verdad oficial nos ofrece un cómodo margen de simplificación y desprobematización de la realidad, incluso para el caso de conflictos internos, elegimos creer en la sencillez de esas verdades y esos maniqueísmos.

Entonces es cuando trazamos, dentro del mapa del país, fronteras aun más arbitrarias que las que nos dividen de los otros países: pensamos, por ejemplo, en un Perú progresista y otro retardatario, en un Perú emprendedor y otro estacionario y pesado como un lastre, en un Perú orientado al futuro y otro empantanado en el pasado, y queremos creer que en verdad esos dos países existen y que por culpa de un hado maligno están obligados a convivir y que la solución para salvar al primero es destruir al segundo.

Y sencillamente asociamos al segundo Perú con cualquier cosa que encontremos en la realidad que nos resulte alarmante, negativa o repulsiva. Un ejemplo: la fastidiosa y ridícula repetición de que Sendero Luminoso era algo así como un movimiento indigenista, que reivindicaba al Perú andino y quería destruir al Perú costeño y "occidental", una tonta cantaleta que todos hemos escuchado alguna vez y que no deja de repetirse ni siquiera cuando los estudios y las cifras demuestran que Sendero Luminoso ha sido la única entidad política en el Perú republicano que específicamente emprendió una lucha violenta para aniquilar la cultura andina, asesinando a decenas de miles de peruanos indígenas en el camino (y que arrasó, por ejemplo, con un escalofriante 10% de la población asháninka del país).

Y esa frontera es la que permite a muchos peruanos creer que la violencia de estado se justifica, porque en su visión del Perú existe un otro sobredeterminado al que, a veces inconscientemente, se asocia con todas las culpas, incluso cuando ese otro es la primera y más prominente de las víctimas. La guerra aniquiladora se vuelve "un mal necesario". Como Hiroshima o Nagasaki, donde también murieron como culpables los inocentes. Incluso peor: donde la inocencia de los inocentes se volvió irrelevante, porque se aceptó ciegamente un discurso que silenciosamente lo declaraba.
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13 comentarios:

zeta dijo...

Qué buen texto. Es como para pensarlo muchísimo... Pienso que no sólo la bombas: las guerras, las minas, lo que hay entre el camino... Mucho califica...

zeta dijo...

Muy buen texto. Me parece que si se ve con esa lógica, mucho entra a considerarse como mal necesario. Hay quien justifica la historia con mucho de eso...

Anónimo dijo...

Que sugieres? que no debieron haber usado la bomba y enfrentar a los japoneses isla por isla en una guerra mas igualitaria?

Honestamente que crees que hubieran hechos los japoneses si ellos hubieran tenido la bomba primero?
Como crees que se hubiera comportado japon como fuerza de ocupacion en territorio americano?

El punto es que no todos los patriotismos son iguales.

El patriotismo japones fue claramente racista y genocida. Los americanos reconstruyeron japon y hoy japon florece. Japon se dedico a destruir todo territorio que tomaba.

Cuando Chile nos vencio no ayudo a reconstruirnos?

Suerte y gracias por dejarnos compartir algunos puntos de vista.

Anónimo 2 dijo...

"Que sugieres? que no debieron haber usado la bomba y enfrentar a los japoneses isla por isla en una guerra mas igualitaria?"

Japón estaba derrotado. De hecho, los bombardeos incendiarios habían destruido el 50% de las ciudades más grandes. La única justificación para bombardear una ciudad es que es imposible no hacerlo si uno quiere destruir objetivos militares; pero Hiroshima no los tenía; es más: durante toda la guerra, Hiroshima no había sido tocada por bombardeo alguno CON EL OBJETIVO DE VER LOS EFECTOS REALES DE LA BOMBA ATÓMICA SOBRE UNA CIUDAD. Es decir, FUE UN EXPERIMENTO.

"Honestamente que crees que hubieran hechos los japoneses si ellos hubieran tenido la bomba primero? Como crees que se hubiera comportado japon como fuerza de ocupacion en territorio americano?"

EL salvajismo no tiene justificación, sea de quien sea.

"El patriotismo japones fue claramente racista y genocida. Los americanos reconstruyeron japon y hoy japon florece. Japon se dedico a destruir todo territorio que tomaba."

Y ni así puedes justificar el asesinato de civiles.

Gabriela Toro dijo...

Dejé abierto por tres o dos días este artículo, hasta detenerme y pensar sus reflexiones. Yo nací en El Oro -provincia fronteriza con Perú- y vivo en Quito, tengo casi de todo en el sentido de las mezclas culturales que se pueden dar acá -menos la afro, por desgracia-, me gusta y en mi adolescencia me angustiaba. Cuando conocí el norte de Perú no me extrañé ver cómo nos parecemos en muchas cosas -inevitable, pero con las anteojeras patrióticas hasta parece que habría de admirarse-, me agradó bastante, y cuando escuchaba de un lado u otro los insultos y epítetos de ecuatorianos y peruanos -hasta ahora cuando lo converso con mi abuela- me callaba para no terminar en peleas que no llevan a ningún sitio. Cuántas veces acá en Ecuador se han ocasionado rencillas contra Colombia, Perú o Estados Unidos (esto sólo en cuestiones discursivas, y si se hacen prácticas y reales sólo duran semanas) para distraer de asuntos trascendentales como firmas de tratado de libre comercio sea con Estados Unidos o la Unión Europea, cuando subían todos los precios y privatizaban servicios para contentar al FMI y a la OMC.

Efectivamente la apelación sentimental y romántica a la patria mueve vísceras y levanta fronteras, muros y ciudades. También las derriba, por supuesto. Para mí es peligrosa esa demagogia que siempre invoca ídolos, figuras u objetos imaginarios que la práctica política (entendida como práctica del poder) convierte en monumentos sagrados: el territorio, el mar, las fronteras, las identidades. Pues quien invoca (gobernantes, ministros, etc.) lo hace racionalmente, sabe lo que dice, sabe qué conceptos usar -aunque nos parezcan títeres o faltos de capacidad mental-, sabe qué provocar, mientras que quienes se disponen a escuchar muchas veces lo escuchan desde ese patriotismo sentimental y emotivo que vinculamos con el padre, con la madre.

Mientras había dejado abierta la pestaña del artículo también tenía otras, entre una de esas estaba un texto de David Foster Wallace (http://descontexto.blogspot.com/2012/04/la-vista-desde-la-casa-de-la-senora_12.html). Al final de la lectura me quedé fría, me había puesto ansiosa casi desde el segundo párrafo -tomando en cuenta que había visto dos películas que no son de mi agrado total, una sobre el conflicto humanitario en Colombia y otra sobre un hombre haitiano en República Dominicana-, a cada línea no sabía a dónde más ver que sólo seguir y seguir. Hasta empecé a sudar frío, y no es tan de a gratis, sino que yo había pensado muchas veces -y a ratos lo vuelvo a hacer- en ir a estudiar cine en algún lugar de ese país. Luego tuve que ir a tomar agua porque no entendí como FW podía escribir eso en medio del trauma del 11S y después cerrar ese capítulo así, son SU América como dice. Para mí, este artículo me da un respiro después de leer el otro, porque el de FW muy emotivo, una escritura muy reciente, cuando la herida que no cierra y no cerrará estaba sangrando -una herida que sea quien sea el que haya abierto ese abismo al país del norte ha ahondado procesos en las producciones de sentido y de subjetividad muy fuertes, muy delicadas para sólo verlo desde el patriotismo o desde las prácticas del poder-. Muchas gracias por compartir esas reflexiones.

Anónimo dijo...

Anónimo, no puedes recurrir al "what if" para justificar la barbarie. Lo concreto es que Estados Unidos tuvo la bomba en su poder y la empleó de una manera que ni la mente más perversa podía imaginar. Pareces sugerir que Estados Unidos no solamente hizo lo correcto, sino que además tuvo la generosidad de ayudar al rival vencido; y tejes un paralelo absurdo con la Guerra del Pacífico. Qué buenos los americanos y qué malos los chilenos... ¿verdad?

Si te quedas allí, el tema pierde peso, no hay lugar para la reflexión moral, no es necesario pensar en temas clave que hasta ahora acosan a la humanidad: la responsabilidad de los hombres de ciencia, el uso del armamento nuclear, el sentido o sinsentido de la guerra, etc.

Anónimo dijo...

"Que sugieres? que no debieron haber usado la bomba y enfrentar a los japoneses isla por isla en una guerra mas igualitaria?

Honestamente que crees que hubieran hechos los japoneses si ellos hubieran tenido la bomba primero?
Como crees que se hubiera comportado japon como fuerza de ocupacion en territorio americano?

El punto es que no todos los patriotismos son iguales.

El patriotismo japones fue claramente racista y genocida. Los americanos reconstruyeron japon y hoy japon florece. Japon se dedico a destruir todo territorio que tomaba."

¿Quién habrá sido el animal que escribió las parrafadas anteriores?

¿Bombardear dos ciudades con la bomba atómica es un acto patriótico? Los bombardeos a Hiroshima y Nagasaki causaron la muerte de 120 mil japoneses, casi todos civiles, así como 360 mil heridos, con la secuela de mutaciones genéticas por la radiación y cuyos percances persisten hasta hoy en la población japonesa. Cuál es el patriotismo de masacrar a población civil e indefensa.
Todo lo contrario, esos bombardeos se hallan entre los más espantosos genocidios del siglo veinte.

Anónimo dijo...

¿Hay ceguera patriotica también cuando se expropia? Es una forma de ganarse aplausos y que la población acoge sin más. Ejemplo: La reforma Agraria.

¿Lo mismo que Hiroshima estará pasando ahora en EEUU con la crisis financiera, que se gestó en Wall Street y que repercutió desastrozamente en todo el mundo? Todavia lo toman de lo más natural, como si fuese una versión corporativa de la selección de las especies de Darwin.

Anónimo dijo...

anonimo 2:
La guerra es salvaje sea con cuchillos o con nukes. Pero mira como se comporta el vencedor: es ahi donde veras quien es el salvaje.

Japon masacraba civiles, y con eso puso a sus civiles como blanco valido. Japon entraba a una guerra de trincheras que iba a ser mas costosa para japon y para los norteamicanos.

En una pelea de box, es mejor recibir un rotundo knockout, que
quedarse tambalendo recibiendo una paliza. Preguntale a Mancini.

Anónimo dijo...

y como Japon reconoce mucho y pide perdon a China...

Manuel Aguirre dijo...

Señor Faverón, necesito ponerme en contacto con usted. Deseo hacerle una consulta sobre literatura. Una novela que he terminado y necesita una opinión ilustrada (250 Páginas). Le anticipo que hace un par de años tuvimos un intercambio desagradable acerca de una novela de Carlos Calderón, con final feliz para usted y para mí, y espero que ese desagradable momento no malogre la posibilidad de tener su opinión de mi libro. Escribo esta nota, porque no tengo otro medio de comunicarme con usted.
Un abrazo,
Manuel Aguirre
manuelaguirre51@gmail.com

Anonimo 2 dijo...

¿Mancini golpeaba a los que estaban en la tribuna? ¡¡POR QUÉ NADIE ME DIJO ESO!!

Germán Hernández dijo...

Claro y preciso.

Ese patriotismo y nacionalismo chafa, es el que estamos experimentando hoy día tristemente entre Costa Rica y Nicaragua disque por disputas fronterizas...

¿Mal de muchos, consuelo de tontos?

Tristemente ni eso.

Saludos!