8.11.12

Lennon, Kenzaburo Oe, el arte como conversación

Página 8 de la carta de Lennon a Clapton.
Poco después de la separación oficial de los Beatles, en 1971, John Lennon le envió a Eric Clapton una carta en la que lo invitaba a formar juntos una nueva banda:

"Ambos hemos atravesado el mismo tipo de dificultades... y sé que nos podríamos ayudar mutuamente, pero, sobre todo, Eric, sé que puedo hacer que surja algo muy grande; de hecho, algo en ti que sea incluso más grande de lo que ya ha sido evidente en tu música, y espero hacer que surja la misma clase de grandeza en todos nosotoros, cosa que sé que ocurrirá cuando nos juntemos, si llegamos a hacerlo".

("Both of us have been thru the same kind of [difficulties] that I know you’ve had,” Lennon wrote, “and I know we could help each other in that area — but mainly Eric — I know I can bring out something great — in fact greater in you that had been so far evident in your music, I hope to bring out the same kind of greatness in all of us — which I know will happen if/when we get together.")

Como escritor, cada vez que me encuentro con ese tipo de testimonio, siento envidia de los músicos. En la literatura, claro, hay algunos ejemplos de escritores entusiasmados por la colaboración. Joseph Conrad escribía ficción en pareja con Ford Maddox Fox; Eliot aceptó las colosales modificaciones que Pound sugirió en su poesía; muchos dadaístas y surrealistas creaban en equipo; el caso de Borges y Bioy es célebre; hay varios más. Pero la literatura suele ser, por lo común, un ejercicio solitario.

Lennon y Clapton en la grabación de un programa televisivo.

Y no hay nada de malo en eso. La música llama a la colaboración, naturalmente, debido a una serie de condiciones formales y estéticas que no están presentes en la literatura, excepto si se cuenta dentro del campo de la literatura la labor de cierto tipo de colectivo teatral o ciertas ramas de la novela gráfica, pero esos son, claramente, ejercicios que se construyen en la intersección con otras artes. En la historia de la literatura no existe nada comparable con esa artista bicéfalo que conocemos como Lennon & McCartney, por ejemplo.

Pero incluso considerando todo eso, resulta todavía llamativo lo otro. Es casi imposible imaginar a un gran escritor diciéndole a otro algo como "creo que puedo hacer algo para que tú produzcas obras de arte extraordinarias y estoy dispuesto a hacerlo y además creo que tú también puedes mejorar los estándares de mi propio trabajo y quiero pedirte que lo hagas".

Personalmente, sin embargo, no me puedo quejar: tengo tantos amigos a los que molesto para pedirles que lean las cosas que escribo, mientras las estoy escribiendo, y tantos de ellos aceptan y me dan consejos y me hacen observaciones, que en cierta manera es justo decir que mi propio trabajo es, en cierta forma, trabajo en colaboración. No entiendo exactamente por qué, pero algo en mí me hace sentir que las cosas que escribo --puede ser una novela o un libro de ensayos-- no pueden esperar hasta estar terminadas para convertirse en parte de un diálogo: necesito que empiecen a comunicarse con gente de carne y hueso aún antes de su conclusión.

Hace años que sueño con una novela epistolar escrita en colaboración con alguien más, contada a través de las cartas de dos personajes, en la que yo escriba los textos de un personaje y mi coautor las del otro. De hecho, dos veces he comenzado el proceso, con dos amigos escritores, y ambas veces la cosa quedó interrumpida por la irrupción de un rasgo real en la escritura de cartas (más precisamente, correos electrónicos): de pronto pasa que uno deja de escribirle a un amigo, o el amigo deja de escribirle a uno, no porque pase nada malo, sino porque así son las amistades a la distancia, y cuando ocurrió eso con mis amigos y conmigo, la novela quedó ahí.

La más reciente edición.
La novela más reciente de Kenzaburo Oe, que yo he leído en su traducción al inglés --The Changeling-- la protagonizan dos amigos, uno de ellos un escritor, el otro, un cineasta. El cineasta ha muerto, pero poco tiempo antes de morir ha grabado una serie de cintas que son como largos monólogos dirigidos al amigo, quien los escucha, uno cada noche, y los va interrumpiendo para responder o comentar lo dicho por el otro, de modo que el asunto va cobrando la forma de una conversación, un diálogo en el que uno interlocutor está en el mundo de los vivos y el otro en el mundo de los muertos.

Hay, por supuesto, muchas otras dimensiones en la novela, pero yo me quedo con esa: la necesidad de diálogo de los dos artistas --son amigos de muchos años, el escritor está casado con la hermana del cineasta--: el extraño y antiguo tocacintas que les permite comunicarse parece un emblema del poder del arte, capaz de poner a conversar a dos seres no solo separados por una distancia física y dislocados uno del otro por un desfase temporal, sino además alejados por su pertenencia a dos órdenes distintos del universo: el mundo sublunar y el más allá.

Al final, el arte sólo puede existir como acto comunicativo y en verdad no hay artista que no elabore su obra en colaboración. Algunos tienen que hacer la colaboración patente, tangible e inmediata, como Lennon; otros tienen la paciencia de esperar que los ciclos se cierren solos; otros, como Oe, pueden incluso hacer de ese círculo (siempre a punto de cerrarse) el objeto de su representación.

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno, recuperar el acto comunicativo que está presente en el arte. Me quedo pensando en esto que tiene la escritura, la tensión entre el trabajo solitario y la colaboración. Bellísima tu entrada. Y ahora me dieron ganas de leer ese libro.

zeta dijo...

Me ha dejado conmovido: absolutamente todo. La novela de Oe debe ser grandiosa, y deploro que no haya podido seguir la suya con sus compañeros. Me encantaría un proyecto así. Después, quizá pueda pensarse en toda la literatura como una conversación, aunque sea entre difundos y vivos. Muchas gracias y buena suerte.