9.11.12

Como crece pelo de cadáver

Hamlet y la calavera de Yorick,
su memento mori.
Un lugar común en la literatura de horror (lugar común también afuera de la literatura de horror, y también fuera de la literatura por completo) es la idea de que, tras la muerte, ciertas partes de un cadáver siguen creciendo: el pelo y las uñas.

Hay miles de testimonios y miles de testigos oculares y hubo incluso alguno que otro maniático medieval o renacentista que se dio el trabajo de comprobarlo midiendo el cabello y las uñas de alguien en el momento de la muerte y midiéndolos de nuevo días o semanas después. Uno puede suponer que quien hace tal cosa da suficientes señales de locura como para no hacerle mucho caso, pero, ojo: de ese tipo de locura están empedrados los caminos de la ciencia.

Médicos y biólogos contemporáneos han seguido el mismo procedimiento para demostrar lo contrario. El punto de partida es ciencia elemental: el crecimiento del pelo y de las uñas implica tal cantidad de operaciones hormonales complejas en el cuerpo, que es simplemente imposible imaginar que sigan ocurriendo tras la muerte. ¿Qué cosa es, entonces, eso que tantas personas dicen haber visto con sus propios ojos, medido con sus propios instrumentos?

Algo más simple y sin embargo no menos aterrador: todos los tejidos blandos del cuerpo, debido a la deshidratación inmediata de la muerte, disminuyen de tamaño: se encogen y se retraen, pero las uñas y los cabellos siguen para siempre del tamaño exacto que tenían al morir la persona, de modo que, en efecto, armado de huinchas y centímetros, yo puedo confirmar que sobresalen más que antes sobre los dedos o la piel, pero es porque los dedos y la piel han retrocedido.

"Como se va vida o como crece pelo de cadáver", escribió Martín Adán, en La piedra absoluta, para contar el horror del cuerpo que sigue aborreciblemente prosperando tras el cese de la existencia, como si una forma indescifrable de vida fuera posible dentro de la muerte, como si la muerte tuviera, también, para pánico nuestro, un tiempo y un devenir: como si no fuera lo último y el cadáver quedara para siempre enredado en un eterno laberinto lineal.

Varios años antes, en el famoso inicio del poema LV de Trilce, Vallejo escribió:
"Samain diría el aire es quieto y de una contenida tristeza.
Vallejo dice hoy la Muerte está soldando cada lindero a cada hebra de cabello perdido, desde la cubeta de un frontal..."
Ahí estaba ya la imagen del cabello que sigue prolongándose en la muerte, desde el hueso, esta vez contrastada con la idea de la muerte como la cesación absoluta del tiempo, que Vallejo establece en la paráfrasis del poeta francés Albert Samain. Para Samain, en la muerte, "el aire es quieto". Para Vallejo, el tiempo sigue corriendo y la muerte es acción: "está soldando cada lindero a cada hebra de cabello perdido". Pero es acción finalizadora: es una clausura.

En el arte europeo medieval y más aun en el Renacimiento, en el barroco español, en la literatura isabelina, se multiplicaron los ejemplos del tópico del memento mori, el anuncio de la muerte venidera que nos rodea en cada instante de la vida (el memento mori es la calavera de Yorick en las manos de Hamlet, para citar su encarnación más popular). En los dos poetas peruanos, el tópico está trastrocado: el cadáver o la calavera no son, como lo es todo objeto en deterioro en cierto soneto de Quevedo ("Miré los muros de la patria mía"), un "recuerdo de la muerte". Por el contrario: la muerte es recuerdo de la vida.

Que el referente de Adán y Vallejo sea un error común no inhabilita la imagen: la literatura trabaja sobre saberes y creencias, no sobre en la inequívoca confirmación de verdades absolutas.

Que la imagen de Vallejo, reconfigurada sobre el tópico antiguo (y establecida en contraste con la poesía de Samain), rebrote a su vez en el poema de Adán, en cambio, es un curioso recuerdo de la manera en que se reproduce la literatura: en el trabajo de recolección de cadáveres ajenos, en el ejercicio sabio y penoso de regresar sobre los viejos referentes, asumirlos, modificarlos, apropiarse de ellos. La poesía de Vallejo vive en la poesía de Adán, y crece en ella, "como crece pelo de cadáver": entra en otro tiempo, que es eterno. Una idea falsa se vuelve un símbolo verdadero: ese es el espacio de la literatura.

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2 comentarios:

Enrique Prochazka dijo...

Muy buena la última afirmación. Se me ocurre algo similar a escala más modesta, como cuando el inglés dice "the four corners of the Earth", frase construida, se ve, a espaldas de Eratóstenes y antes de Colón. Quizá en los refraneros se halle el escalón intermedio entre esas verdades populares y la quintaescencia (para seguir en onda) de la materia literaria. Saludos,
E

zeta dijo...

Una vez me puse a buscar información acerca de eso, y no encontré nada que me indicara que era una falsa creencia; incluso me parece que remitían a libros y no sé qué cosa. Pensé en las razones que dice para que no se pueda dar, y me imaginé que todo se daba de un modo mucho más extraño e indefinible. Ahora que lo leo, me quedo asombrado. Buena suerte y excelente artículo.