El afán de censurar la palabra y las ideas ajenas es sin duda uno de los males mayores de la sociedad peruana. Negar la posibilidad de los demás de reflexionar públicamente sobre el mundo, sobre nuestro mundo, es un acto tan violento como abolir a la persona misma.
Negarle a alguien la posibilidad de intervenir en la vida pública del país a través de opiniones, ideas, elaboraciones, productos artísticos o culturales o la toma de posiciones políticas legítimas es negar a las víctimas de esa censura su posición más elemental en la sociedad: su lugar como ciudadanos.
No hay ningún tema público sobre el cual una persona no pueda opinar ni hay tema alguno sobre el cual un artista, un escritor, un intelectual o un ciudadano común y corriente no pueda elaborar su propia mirada, construir su propia explicación o formular sus propias preguntas.
En sólo un par de días, en Lima, ha habido dos casos bochornosos, arbitrarios y autoritarios de censura. Por un lado, un crítico respetable y prestigioso que lleva décadas promoviendo la producción artística peruana, Luis Lama, ha sido echado de su cargo en la secretaría cultural de la Municipalidad de Miraflores porque unos centenares de vecinos del distrito, tras enterarse de que en la galería municipal había una muestra de la escultora Cristina Planas y que en esa muestra confluían elementos religiosos del imaginario cristiano con una reflexión sobre la violencia política peruana, suscribieron una carta irresponsable, altanera e ignorante en la que se acusaba a la artista, falsamente, de burlarse de su fe.
Al día siguiente, el Ministerio de Justicia atacó y destruyó una muestra montada en Villa El Salvador bajo la curaduría de Karen Bernedo, en la que se exhibían obras de diversos artistas nacionales relativas, también, a la violencia política. Entre los censurados se encuentran varios artistas gráficos que están entre quienes más duros e incluso demoledores han sido en sus críticas a Sendero Luminoso y también a la violencia criminal ejercida desde el Estado en aquellos años: Juan Acevedo, Jesús Cossío, Álvaro Portales, por ejemplo.
Villa El Salvador y Miraflores, escenarios de algunos de los episodios más traumáticos de aquellos años, no merecen seguir siendo objeto de atentados que ya no destruyen sus edificios ni asesinan a sus vecinos pero que sí intentan aniquilar el derecho ciudadano a la reflexión y a la memoria.
Hace unas semanas, Cristina Planas me contactó para saber si podía colaborar con algunos textos para el catálogo de su exhibición. Cristina, como se sabe, es una de las más destacadas y originales artistas plásticas de las últimas generaciones en el Perú, y se toma una cosa de estas con enorme seriedad. No pude aceptar su invitación, pero me entero ahora de que los autores de los textos fueron personas seguramente más adecuadas que yo: Gonzalo Portocarrero, uno de los académicos peruanos que más lúcidamente ha estudiado el fenómeno senderista, y el padre Joaquín García, teólogo y sacerdote católico.
Se preguntarán por qué personas como Portocarrero y el padre García aceptan participar en una muestra que, según mil vecinos de Miraflores, es una afrenta contra la fe católica. La respuesta es muy sencilla: porque no es ninguna afrenta contra la fe católica y porque sí es una de esas cosas raras que en el Perú son tan escasas que cuando aparecen muchos no saben reconocerlas: una reflexión real, desde dentro del crisitanismo, sobre la relación entre la fe y la devastación, entre el misticismo, la desaparición del sujeto en la sociedad y la desaparición real de seres humanos de carne y hueso en nuestra sociedad.
Daniel Salas lo ha escrito con mucha claridad:
"Fui a la exposición Así sea, de Cristina Planas. No hay nada que objetar. No es ni sacrílego, ni blasfemo ni grotesco. El sentido de las esculturas no pasa por ninguna burla ni al cristianismo ni a los santos. Se trata de una reflexión mística sobre la muerte bastante relacionada con San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Los cuerpos de los santos son los cuerpos extraviados de los muertos por la violencia. La misma artista aparece en bustos desnudos que representan reflejos de los cuatro jinetes del apocalipsis. Es una visión de la historia peruana reciente a la luz del examen del sufrimiento físico y la destrucción del cuerpo. Quien entiende la mística sabe que tiene que ver todo con el cuerpo y la experiencia física del dolor y de la plenitud. Como explicaba Michel de Certeau, la pregunta del místico es dónde está el cuerpo de Cristo, la misma pregunta de las mujeres que no hallaron su cadáver al tercer día".
Y la misma pregunta de tantos peruanos que no hallaron a los suyos nunca más. Cristina Planas le da forma a esa desesperación ante las tinieblas. Pero hay, lamentablemente, pésimos "católicos" que prefieren las tinieblas, como hay pésimos gobernantes que prefieren la amnesia.
Si quieren protestar contra estos dos actos de censura, PUEDEN FIRMAR AQUÍ. (Ya hay 620 firmantes y 950 recomendaciones en Facebook, apenas cinco horas después de que empezamos a pedir firmas).
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6 comentarios:
Umberto Eco describe fabulosamente a estos tipos con el personaje de Jorge de Burgos. Muchos no han cambiado nada desde el Medioevo...
De acuerdo a la Convención Americana de Derechos Humanos, la libertad de expresión, al igual que cualquier derecho, TIENE LÍMITES, los cuales están establecidos en función de que no colisiones con los derechos de otros. En este caso, que se respete la fe y creencias de otros.
Ahora tú señalas que lo que hace la artista es reflexionar sobre la violencia, ¿pero, mostrando los genitales de Cristo?, ¿qué relación tienen con la violencia? Creo que la artista tiene la responsabilidad que su mensaje sea entendido claramente y que no sea confundido como una ofensa, pese a las buenas intenciones que haya podido tener.
Es como si yo te dijera, "oye Gustavo, eres un rosquete", ¿quizá te molestarías, verdad?, pero yo podría apelar a que no es mi intención de ofenderte, sino que es mi manera de reflexionar y expresar con las mejores intenciones qué es lo que pienso de ti. En pocas palabras, en las expresiones, la forma es tan importante como el mensaje de fondo. El comunicador, y sobretodo en el arte, no puede suponer que la audiencia va a interpretarlo como él quiere.
Por otra parte, según tu razonamiento, tampoco deberían censurarse obras de arte que fomenten el odio hacia los negros, los indígenas, los homosexuales, los provincianos, etc. Ya que censurarlos sería pisotear el derecho a la libertad de expresión.
Ahora, tú dices que los que reclaman son unos intolerantes, pero ¿qué hubiera pasado si en vez de Cristo se hubieran usado figuras que ofienden a los judíos o a los musulmanes? Seguramente la reacción hubiera sido más fuerte, en el caso de los judíos la artista hubiera sido considerada una nazi, y en el caso de los musulmanes, bueno, las noticias ya muestran cómo son los musulmanes cuando ofienden a su profeta. Entonces, date cuenta, nosotros los católicos creo que somos los más civilizados y respetuosos de la libertad de expresión, pero creo que tenemos el derecho de hacer respetar lo que es sagrado para nosotros.
Finalmente, una anécdota,hace poco en la Plaza de San Pedro, en una audiencia con el Papa, un hombre se subió una columna y quemó una Biblia, una clara ofensa a nuestra fe, ¿sabes qué pasó desúés?, la gente lo ignoró y continuó con la audiencia.
Saludos.
La censura es siempre mala onda pero la, verdad, la muestra no esta para alabarse artisticamente tampoco.
Al señor Anónimo de las 18:54.-
Claro que el arte tiene un mensaje moral, siempre (nos guste la moral del artista o no). Y es por ello que no se debe censurar.
Porqué se debe prohibir criticar a las religiones y sus íconos??? la verdad es que no encuentro argumentos racionales para ello.
La censura nunca soluciona nada, porque la censura no impide el pensamiento y la idea. Es mejor dejar que la gente se exprese (aún cuando sus ideas sean dañinas para la sociedad), porque al hacerlo se puede desenmascarar aquello que es nócivo o bajo.
Ninguna religión (sea judia, musulmana, cristiana o lo que sea) debe fomentar que una entidad estatal censure una muestra artística. Si no quieren ver algo que les parece ofensivo, pues critiquenlo o no lo vean, pero no fomenten que se prohiba su exposición.
Nadie se atrevería a pedir que se obliguen a los curas a casarse o que las mujeres den misa, esos son temas privados de la religión catolica, los católicos tampoco deben meterse en los temas que tienen que ver con el manejo del Estado, que involucra tanto a los que que creemos en algo o no.
Miguel Torres.
A nosotros los ateos, también nos ofende profundamente el mensaje católico que los curas difunden en colegios e iglesias, según el cual los no creyentes vamos a arder en ese lugar fantasioso llamado infierno. Y nuestros hijos, no creyentes por voluntad de sus padres, están permanentemente sometidos al terror de estas historias miserables y malévolas. Pregunto. ¿acaso esa ofensa nos ha llevado a nosotros los ateos a pedir la prohibición y censura del mensaje y rituales católicos?
El asunto es muy simple: si no te gusta una expresión artística, no la vayas a ver, no la recomiendes, advierte a tus amigos católicos para que no la vean. Pero lo que no puedes exigir es que NADIE la vea. Con ese criterio, todas las personas tendríamos el derecho a censurar aquellas imágenes o ideas que no nos gustan o que nos ofenden.
Sospecho que este debate arte-religión-censura va a ser alentador. He aquí mi contribución:
“Cada vez que me hablan de dios acaban pidiéndome dinero.”
Woody Allen.
Vean ustedes lo que sucede cuando en lugar de dios se coloca la patria: en lugar de dinero aparecen los votos. Esto también sucede cuando el arte se vuelve moral: acaba en propaganda y con banderas. El hombre sensible y culto debe tomar siempre esto a la ligera.
Círculos religiosos y banderas no serian un problema social si la exclusión y la superioridad ejercida desde el parlante de la pertenencia tuviera al menos la mínima idea de lo otro, lo ajeno y lo que precisamente la pertenencia, o blindaje dogmatico, impide comprenderlo.
El arte, cuando pretende ser autentico, en lo posible, debe despojarse de toda sección subjetiva propia (remanentes de moral) ajena a la comprensión social para, no tanto confiar en la inteligencia social –función vulnerable a la moral-, sino en su sensibilidad – instinto mucho más susceptible y alejado de la moral- y de esta forma evocar emociones que nos permitan reflexionar sobre cierta realidad problemática.
Este es el tesoro del arte y debe ser protegido.
Provocar es usar anti-códigos morales, lo cual lo convierte un tipo de moral. Y es aquí donde el arte parece perderse en una impuesta vocación social, es decir moral y externa, porque antes de lo social, el arte es humanamente personal.
Teniendo como asunción la incompatibilidad entre intelección y moral, puesto que un absolutismo moral es absolutamente estúpido y un absolutismo intelectual carece de moral, toda preocupación moral en un sentido artístico difícilmente encajará con los designios inteligibles que el artista utiliza para su expresión. Estas coerciones morales son en el arte nociones vergonzosas por cuanto exige una distracción social (moral) en el proceso creativo. La intelección es menoscabada por esta preocupación.
Lo moral o inmoral son juicios de inteligencias creyentes y dogmaticas. Y cuanta más fanática peor la reacción. Lo sensible es evocar posiciones superiores a cualquier moral, puesto que, de no haberse distraído moralmente, la obra, pasará a sensibilizar o a ser ignorada elegantemente.
En el tópico de la censura, fue, es y será social, es decir externo; y la verdad es que para el artista superior esto no debe ser más que paisaje.
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