
La lógica: si para ser electo necesitas la aprobación de la mitad más uno, entonces no deberías permanecer cuando, digamos, la mitad más uno, o el 60% o el 75% de los ciudadanos cree que debes irte.
Nuestra ley de revocatoria fue aprobada en 1993 por el llamado Congreso Constituyente Democrático, es decir la asamblea constituyente golpista convocada por Fujimori. La ley tenía una intención muy clara: restar poder y restar estabilidad a los gobiernos regionales y municipales (el gobierno central no está sujeto a la posibilidad de una revocatoria).
En el Perú, un alcalde puede ser elegido con la oposición del 80% de los electores, pues la ley electoral dice que únicamente necesita del 20% de los votos si los rivales han obtenido menos. Pero para revocarlo sólo se necesita que el 50% más uno de los electores vote en favor de su salida. Es decir, se necesitan más votos para sobrevivir a la revocatoria (50% más uno) que para ser electo (20%). Un absurdo total. Si esa misma ley rigiera para el gobierno central, es probable que ningún presidente hubiera terminado su periodo, o que hubiera necesitado invertir uno o dos años de su gobierno en hacer campaña contra su propia revocatoria.
Pero la ley de Fujimori no sólo atentaba en general contra los gobiernos municipales y regionales: atentaba sobre todo contra la estabilidad del alcalde de Lima. ¿Cómo?
Muy simple: para que el proceso de revocatoria se inicie, dice la ley, hace falta reunir las firmas del 25% de los electores de la circunscripción donde se plantea la revocatoria, pero no se puede exigir más de 400 mil firmas en total. Lima Metropolitana tiene 6 millones de votantes. Si se exigieran las firmas del 25% de los votantes, como se exige para revocar al alcalde de Magdalena o al alcalde de Tumbes, digamos, los revocadores tendrían que juntar un millón y medio de firmas sólo para que el pedido procediera. Pero como el tope es 400 mil firmas, entonces para pedir la revocatoria del alcalde de Lima sólo hacen falta las firmas de más o menos el 6.6% de los votantes.
¿Qué estabilidad puede tener un alcalde si basta con que el 6.6% de los votantes firme un planillón para que se eche a andar la maquinaria de la revocatoria, con todo lo que la sombra de una revocatoria implica en la marcha normal de una administración municipal?
¿Por qué para iniciar el procesor de revocatoria de cualquier alcalde del Perú se necesita las firmas del 25% de los votantes pero para la revocatoria del alcalde de Lima sólo se necesitan las del 6.6%? Evidentemente, la ley tiene la intención de debilitar a los alcaldes de Lima porque ese puesto suelen ocuparlo personas que se convierten en rivales electorales para la presidencia (1).
El pedido de revocatoria de Susana Villarán tiene muchas más sombras que ésas, como sabemos: una es el financiamiento de un congresista del mismo partido del ex-alcalde, el corrupto Luis Castañeda Lossio; otra es el hecho de que el promotor mismo de la revocatoria, Marco Tulio Gutiérrez, haya dicho que sus dos expectativas son ganar publicidad para su negocio privado y convertirse nuevamente en asesor municipal, con más de setenta mil soles de sueldo mensual, cuando Castañeda o su gente regresen a la alcaldía.
Otra más es el hecho de que la revocatoria de Villarán haya comenzado a vocearse desde antes de que se iniciara su gestión y que incluso haya intentado tramitarse antes del tiempo legal (la ley prohíbe que el pedido se promueva antes del primer año de gestión). Otra --de hecho una de las más vergonzosas-- es que entre los encargados de aprobar el inicio del proceso de revocatoria estén sujetos como Hugo Sivina (en la foto con su amigo Vladimiro Montesinos), quien no se hizo problema alguno con adelantar el fallo en favor de ese proceso cuando aún se venían contando las firmas y que, el mismo día en que fue impugnado por los regidores de Lima, le dio luz verde al proceso.
Como decía un amigo, para saber cuál es el objetivo y la naturaleza de la revocatoria sólo hay que tener en cuenta los nombres de quienes la promueven u opinan en favor de ella: Luis Castañeda Lossio, Aldo Mariátegui, Martha Chávez, Marco Tulio Gutiérrez, Álex Kouri. También, por supuesto, se manifestaron en favor de la revocatoria, esta semana, el comité de Movadef de La Parada y la dirigente fujimorista de los comerciantes del ex-mercado mayorista, acusada de haber dirigido la contratación de los criminales que se enfrentaron con la policía entre el jueves y el sábado últimos.
Muchos hemos insistido durante años en que el legado más grave del fujimorismo es haber vuelto moral de todos la moral de ellos. Quienes no se sienten fujimoristas e incluso abominan de las bajezas que Fujimori perpetró contra el alcalde Alberto Andrade Carmona, deberían considerar este dato: ni siquiera Fujimori se atrevió a utilizar el mecanismo de la revocatoria contra Andrade. No creo que haya sido por escrúpulos ni por vergüenza ni por vergüenza ajena: Fujimori está lejos de tener la capacidad de sentir cualquiera de esas cosas.
Muchos querrán decir que no lo hizo porque Andrade era un alcalde popular y Villarán no lo es. Hay parte de verdad en ello: Villarán no tiene la popularidad de Andrade. Pero esa no es la razón.
Fujimori no se atrevió a mover una revocatoria contra Andrade porque hubiera sido una humillación obtener un resultado contrario. Una revocatoria frustrada habría dado a Andrade más poder y más legitimidad de la que ya tenía y lo hubiera fortalecido como alternativa electoral contra el fujimorismo en las elecciones generales.
Ahora, es probable que no se obtengan los votos necesarios para revocar a Susana Villarán, pero la diferencia es que nadie quedará humillado con esa derrota, porque se ha hallado el mecanismo perfecto: Marco Tulio Gutiérrez es lo suficientemente ridículo y no hay para él ningún futuro político más que el de servir de peón para componendas y buscar un sueldo ilícito como recompensa.
Mientras él hace el trabajo sucio, fujimoristas, apristas y fachos en general, como Mariátegui, pueden colocarse como simples observadores, narrar el partido desde la tribuna, como si ninguno de ellos fuera el espónsor oficial de quienes quieren sacar a Villarán de la alcaldía. Si Villarán sobrevive, no le habrá ganado a ninguno de ellos, ante los ojos del electorado (por eso, apristas y fujimoristas, oficialmente, siguen "considerando" si apoyan o no el pedido de revocatoria, cuando todo el mundo sabe que se adhieren a él de todo corazón).
Y un montón de tontos útiles y criollitos con máscara de demócratas aplauden y esperan como buitres a ver cómo vuelve a triunfar la moral fujimorista, que es la moral de la destrucción de las instituciones por mero cálculo político, y la moral del cálculo político como instrumento para el robo.
(1) Una primera versión de este post decía que el fujimorismo nunca había estado cerca de ganar las elecciones municipales. Obviamente, olvidé el caso de Jaime Yoshiyama en 1995, que quedó segundo a cinco puntos porcentuales de Andrade (la observación me la hace Jose Carlos Yrigoyen).
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