El
problema con Oswaldo Reynoso no es que sea un buen o un mal escritor:
es un escritor mediano que parece grande porque se ha convertido en
talismán de mediocres (hasta Beto Ortiz es su admirador). Se ha rodeado
de un aura de notable que no proviene de
su talento sino de esa triste finta de intelectualidad radical que es
su coqueteo perenne con Sendero Luminoso. En los últimos tiempos ya no
le basta con posar ambiguamente como fan de Abimael Guzmán; ahora se
describe como una especie de padre o abuelo o hermano mayor o profeta de
Sendero Luminoso. En esta mesa de la Feria del Libro de Lima, pueden
verlo construir esa imagen: primero menciona al "joven profesor de
filosofía Abimael Guzmán Reynoso" entre los notables intelectuales que
convirtieron a la Universidad de Huamanga, en los años sesenta, en un
"verdadero centro de cultura". Después, obviamente, se coloca a sí mismo
en la lista de esos intelectuales. Después habla de cuando dejó esa
universidad y de lo que él dice haber declarado en la ceremonia de
despedida: "Y yo dije el año 64 o 65, aquí en esta universidad los
profesores prácticamente hemos preparado una bomba molotov. A través de
la cultura, a través de la poesía, hemos abierto la mente de estos
jóvenes. No faltará alguien que prenda la mecha". O sea, Abimael Guzmán y
Sendero Luminoso son continuadores de la obra de Oswaldo Reynoso.
Claro, lo bueno es que en esa figura Reynoso ya no puede ser acusado de
hacer apología del terrorismo. A lo sumo se le puede acusar por la
patética banalidad de sus fantasías: un tipo que se vanagloria de haber
engendrado a una generación de asesinos masivos.
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