Un montón de gente con la que hablé, conocidos o simplemente personas que me encontré por ahí (taxistas, por ejemplo) me dijeron que iban a votar contra Villarán porque era floja, vaga, incapaz de aplicarse al trabajo y que no había hecho absolutamente nada por Lima en sus dos primeros años de gobierno municipal.
Les respondí, siempre, que eso no era verdad, que la alcaldesa Villarán había hecho una serie de cosas, pero que antes de hacerlas había tenido que poner en orden la cueva de ladrones que era la Municipalidad de Lima a la salida de Luis Castañeda. También les dije que el argumento era estadísticamente falso y que ya varios habían probado que el volumen de obras públicas de Villarán en sus primeros dos años era perfectamente comparable con el de sus antecesores y en varios casos superior.
Entonces, invariablemente, vino la réplica, la misma réplica en todos los casos: "Bueno, eso puede ser cierto, pero no lo ha sabido comunicar".
El argumento coincide con la forma en que juzgan a Villarán muchos que han votado en favor de ella, desde la izquierda y en los niveles socioeconómicos altos. Se dice que ha hecho tantas cosas como cualquier otro alcalde pero "ha sido torpe en las formas", "mete la pata en los detalles", "no se ha sabido vender", "tiene pésimos asesores de imagen", "no les saca el jugo a sus obras".
Tal parece que hemos estado a punto de expulsar de su cargo como alcaldesa de Lima a Susana Villarán porque "no ha sabido decirnos" algo que ya la mayoría de nosotros sabemos. Como si las elecciones fueran un programa de concurso y nuestra función fuera expulsar del juego a los que no nos canten la canción como queremos escucharla.
Hemos llegado a un extremo de banalidad alucinante. No nos importan las obras de los servidores públicos sino su envoltorio. No nos interesan los discursos políticos sino los comerciales de televisión y los videos virales y los memes que han reemplazado a esos discursos. Nos importa un pepino saber quién es el ideólogo de un partido pero nos interesa mucho saber quién es su publicista. El elector peruano es como uno de esos reporteros de la alfombra roja en la entrega del Oscar, que no les preguntan a las actrices por su trabajo pero sí les preguntan qué diseñador les hizo el vestido.
Aunque no llegamos a sacar de su cargo a Villarán, sí la hemos convertido en una alcaldesa sin mayoría propia y quizás sin siquiera concejales que estén de su lado. Es el resultado nada trivial de un proceso electoral enteramente trivial.
19.3.13
12.3.13
El próximo papa
Unos dicen que el próximo papa será Scola,
otros dicen que Schonborn, otros que Bertone y otros dicen que Scherer.
Yo que nunca me equiveco he venido esta tarde a decirles quién será el
próximo papa. El próximo papa será un ancianito con delirios de grandeza
que ha aspirado toda su vida a declararse vocero personal de Dios ante
el universo, se vestirá como una drag queen renacentista, se pondrá en
la cabeza unos cucuruchos dorados que lo conecten con la divinidad,
recorrerá el planeta en una especie de ómnibus para un solo pasajero que
es lo más parecido que se ha visto a un ovni con su propio
extraterrestre adentro, hablará en lenguas diariamente, tendrá un
mayordomo con pinta de neonazi sadomasoco, dedicará el resto de su vida a
encubrir a otros viejitos que a su vez dedicarán el resto de sus vidas a
encubrir a miles de pederastas asolapados, un día se preguntará cuántos
millones de niños pobres podrían comer decentemente si la Iglesia les
donara sus tesoros pero de inmediato se despertará de ese mal sueño para
vestirse con una sotana de quince mil dólares, se pondrá sus zapatos de
terciopelo escarlata para ir a una plaza romana a insultar a los gays,
se preguntará por qué cualquier huevada que le pase por la mente en
materia de doctrina es ineluctablemente verdadera y cómo se reconcilia
eso con los cincuenta años que lleva como parte de una gran mafia
mundial, y nunca le pasará por la cabeza la ironía de que los antiguos
romanos hayan colgado a Cristo de una cruz y los romanos contemporáneos
lo cuelguen en la puerta de un banco dedicado al lavado de dólares del
narcotráfico, de la mafia italiana, del fascismo, etc. Les apuesto lo
que quieran a que ese patita va a ser el próximo papa.
11.3.13
No estamos obligados a ser cómplices
De muchas maneras los peruanos hemos permitido que el país caiga en manos de criminales. Más de una vez hemos puesto delincuentes en el poder, les hemos dado la presidencia de la república y asientos en el Congreso, en asambleas constituyentes, en ministerios, en el mando de institutos armados.
Hemos visto crecer la criminalidad y hemos permitido que se multipliquen los delincuentes entre los policías destinados a perseguir el delito, entre los jueces destinados a castigarlo, entre los periodistas que deberían denunciarlo. Hemos premiado la reincidencia en el crimen con más y más poder para los criminales, hemos pedido la liberación de homicidas y rateros y hemos mirado hacia otra parte cuando los han dejado salir.
Es cada vez más larga la lista de los politicos peruanos de quienes se sabe fehacientemente que son corruptos y a quienes, sin embargo, se considera exitosos: si alguna vez la corrupción pasó de ser un defecto a ser un minúsculo gaje del oficio, ahora los peruanos parecemos creer que ser corrupto es un deber de todo personaje público: nuestras nóminas de candidatos parecen bandas callejeras, sólo reelegimos en el cargo a los que robaron lo suficiente para montar su siguiente campaña.
Luego nos sorprendemos de tener una sociedad insegura, violenta, donde la delincuencia se multiplica ante la mirada de todos. Nos parece una injusticia del destino que no se pueda salir del banco sin temer un atraco, entrar en una notaría sin temer un asalto, mandar a un niño al colegio sin temer un secuestro. ¿Por qué nos pasa esto a nosotros, que nunca hemos transado con el delito y nunca hemos justificado un crimen?
No tenemos ni la menor idea. De hecho, estamos convencidos de que nuestras decisiones políticas nada tienen que ver con la profusión de nuestra delincuencia. Hemos creado una clase política cuyo circuito natural va del Congreso y la Plaza de Armas a Lurigancho y Barbadillo; creemos que esa clase política es la que debe vigilar la paz de la república y no somos capaces de darnos cuenta de la contradicción que hay entre esas dos ideas.
Y ahora estamos decididos a pervertir incluso más nuestra democracia: vamos a legitimar el truco, la trampa y el descaro de la criollada siguiéndole el juego a esa masa de vendedores de sebo de culebra que impulsa la revocación de la alcaldesa de Lima. Queremos creer que expulsamos a Villarán porque no trabajó lo suficiente o porque su gente no supo informar sobre sus obras o porque uno o dos proyectos fueron manejados menos que idealmente.
Eso es mentira. Los que quieren sacar a Villarán, los que activamente promueven la revocatoria, lo hacen porque Villarán es un elemento extraño en la esfera política peruana: una autoridad electa de quien no se conoce antecedente alguno de corrupción y que no parece dispuesta a acumular un prontuario policial, porque no se presta al pacto del otorongo que no come otorongo: quieren sacar a Villarán porque es un obstáculo entre ellos y el botín más veces repartido de nuestra historia, que es el tesoro público, mucho más ahora que el dinero es mucho, las licitaciones se multiplican y los ceros se acumulan.
¿Qué cosa están dispuestos a hacer para retomar su conexión con el botín que se les fue de las manos? Burlarse de la voluntad popular recurriendo a un mecanismo que nunca debió ponerse a su disposición. Más limeños quieren hoy que Susana Villarán sea alcaldesa de Lima que el día en que fue electa. Villarán está a punto de convertirse en la primera figura central de la política peruana que pierde su cargo antes de tiempo "democráticamente" tras ser electa para ese cargo democráticamente. Y nuestra democracia se va a quedar para siempre en el limbo de esas comillas: no será más que una "democracia".
Por supuesto, quienes voten por revocar a la alcaldesa pueden lavarse las manos y la conciencia diciendo que lo hacen en nombre de la eficacia administrativa. Pero no es verdad. Sabemos que Villarán ha hecho en dos años más de lo que el alcalde Castañeda hizo en ese mismo tiempo al inicio de su primer periodo. También sabemos cuál es la verdadera diferencia entre Castañeda y Villarán, y sabemos que no es una diferencia ejecutiva sino una diferencia moral. Sólo falta decir claramente si nos importan las diferencias morales o no.
Pero háganme un favor: si nos empeñamos en expulsar del poder a los que están del lado de la justicia, no nos sorprendamos el día en que quedemos completamente cercados por criminales. Nadie nos llevó a la fuerza hacia ese callejón: el callejón lo fuimos construyendo nosotros, piedra por piedra.
Hemos visto crecer la criminalidad y hemos permitido que se multipliquen los delincuentes entre los policías destinados a perseguir el delito, entre los jueces destinados a castigarlo, entre los periodistas que deberían denunciarlo. Hemos premiado la reincidencia en el crimen con más y más poder para los criminales, hemos pedido la liberación de homicidas y rateros y hemos mirado hacia otra parte cuando los han dejado salir.
Es cada vez más larga la lista de los politicos peruanos de quienes se sabe fehacientemente que son corruptos y a quienes, sin embargo, se considera exitosos: si alguna vez la corrupción pasó de ser un defecto a ser un minúsculo gaje del oficio, ahora los peruanos parecemos creer que ser corrupto es un deber de todo personaje público: nuestras nóminas de candidatos parecen bandas callejeras, sólo reelegimos en el cargo a los que robaron lo suficiente para montar su siguiente campaña.
Luego nos sorprendemos de tener una sociedad insegura, violenta, donde la delincuencia se multiplica ante la mirada de todos. Nos parece una injusticia del destino que no se pueda salir del banco sin temer un atraco, entrar en una notaría sin temer un asalto, mandar a un niño al colegio sin temer un secuestro. ¿Por qué nos pasa esto a nosotros, que nunca hemos transado con el delito y nunca hemos justificado un crimen?
No tenemos ni la menor idea. De hecho, estamos convencidos de que nuestras decisiones políticas nada tienen que ver con la profusión de nuestra delincuencia. Hemos creado una clase política cuyo circuito natural va del Congreso y la Plaza de Armas a Lurigancho y Barbadillo; creemos que esa clase política es la que debe vigilar la paz de la república y no somos capaces de darnos cuenta de la contradicción que hay entre esas dos ideas.
Y ahora estamos decididos a pervertir incluso más nuestra democracia: vamos a legitimar el truco, la trampa y el descaro de la criollada siguiéndole el juego a esa masa de vendedores de sebo de culebra que impulsa la revocación de la alcaldesa de Lima. Queremos creer que expulsamos a Villarán porque no trabajó lo suficiente o porque su gente no supo informar sobre sus obras o porque uno o dos proyectos fueron manejados menos que idealmente.
Eso es mentira. Los que quieren sacar a Villarán, los que activamente promueven la revocatoria, lo hacen porque Villarán es un elemento extraño en la esfera política peruana: una autoridad electa de quien no se conoce antecedente alguno de corrupción y que no parece dispuesta a acumular un prontuario policial, porque no se presta al pacto del otorongo que no come otorongo: quieren sacar a Villarán porque es un obstáculo entre ellos y el botín más veces repartido de nuestra historia, que es el tesoro público, mucho más ahora que el dinero es mucho, las licitaciones se multiplican y los ceros se acumulan.
¿Qué cosa están dispuestos a hacer para retomar su conexión con el botín que se les fue de las manos? Burlarse de la voluntad popular recurriendo a un mecanismo que nunca debió ponerse a su disposición. Más limeños quieren hoy que Susana Villarán sea alcaldesa de Lima que el día en que fue electa. Villarán está a punto de convertirse en la primera figura central de la política peruana que pierde su cargo antes de tiempo "democráticamente" tras ser electa para ese cargo democráticamente. Y nuestra democracia se va a quedar para siempre en el limbo de esas comillas: no será más que una "democracia".
Por supuesto, quienes voten por revocar a la alcaldesa pueden lavarse las manos y la conciencia diciendo que lo hacen en nombre de la eficacia administrativa. Pero no es verdad. Sabemos que Villarán ha hecho en dos años más de lo que el alcalde Castañeda hizo en ese mismo tiempo al inicio de su primer periodo. También sabemos cuál es la verdadera diferencia entre Castañeda y Villarán, y sabemos que no es una diferencia ejecutiva sino una diferencia moral. Sólo falta decir claramente si nos importan las diferencias morales o no.
Pero háganme un favor: si nos empeñamos en expulsar del poder a los que están del lado de la justicia, no nos sorprendamos el día en que quedemos completamente cercados por criminales. Nadie nos llevó a la fuerza hacia ese callejón: el callejón lo fuimos construyendo nosotros, piedra por piedra.
8.3.13
20% de descuento en el día de la mujer
Fue el día de la mujer y los administradores de la cadena de librerías Crisol descubrieron que la mejor manera de marcar la fecha en el calendario era poner en oferta, para todas sus clientes, con un 20% de descuento, las novelitas rosa y los libros de autoayuda.
Yo estuve, por supuesto, entre quienes criticaron la tontería simbólica del mensaje, el hecho de que Crisol ofertara para las mujeres los más banales de sus libros y no los mejores. La librería pudo hacer muchas otras cosas; entre ellas, como me comentó una amiga, hacer el descuento para todos sus libros a cualquier compradora mujer, y la cosa hubiera pasado sin problema.
Obviamente, hay una cantidad significativa de mujeres que se sintieron ofendidas por la celebración comercial de Crisol, por el hecho de que la librería conmemorara el día de la mujer pensando en la ella exclusivamente de dos maneras: la mujer como lectora trivial y la mujer como cliente potencial.
La mayor parte de las protestas se dirigieron al primer rasgo: el estereotipo de la mujer como lectora de banalidades. No sé si es muy seguro (para mi salud física y mental) decir lo que voy a decir, pero cabe hacer una precisión: Crisol no es una empresa a la deriva, sin instinto comercial, que se deje llevar por lugares comunes en desmedro del negocio. Todo lo contrario: Crisol vio la oportunidad de vender a un segmento de sus clientes un producto que ese segmento consume numerosamente.
Es decir, Crisol no ha inventado una engañosa realidad paralela en el que las novelas de amor y las novelas de erotismo blando y los romances burgueses y toda la llamada chick-lit son consumidos mayoritariamente por mujeres: Crisol quiso aprovecharse de ese dato, que es un dato real, manejado por editoriales, distribuidoras y librerías en todo el planeta.
La mayor parte de esa literatura es, desde su origen, escrita, publicada y promovida para lectoras mujeres, y eso no es una novedad de nuestro tiempo, sino la prolongación de un dato real en la historia de buena parte de la literatura desde hace siglos. Del mismo modo, un porcentaje gigantesco de los libros de autoayuda que se escriben y publican en el mundo es hecho específicamente para lectoras mujeres, así como otro porcentaje es hecho para hombres, o para adolescentes, o para padres y madres primerizos, etc.
El hecho problemático con una campaña como la de Crisol no es que quiera inventar un estereotipo ni que crea ciegamente en un estereotipo falso, sino que no tiene ningún empacho en promover entre las mujeres la lectura de cierto tipo de libro fatuo, mediante ofertas especiales lanzadas en una fecha crucial para la mujer, como si la afición de muchas mujeres por esos libros mereciera un premio que no merecen las mujeres que consumen otro tipo de literatura.
Y ese es un punto que vale la pena subrayar. No puedo hablar por campos fuera de la literatura, pero dentro del terreno de la literatura, por siglos, las mujeres con acceso a cierto tipo de educación han sido el público mayoritario: las lectoras de novelas de caballerías, las lectoras que hablaban lenguas romances pero no latín y cuya existencia propició innumerables traducciones al final de la Edad Media y principios del Renacimiento, las mismas que permitieron el florecimiento de las literaturas europeas en lenguas vernáculas, las lectoras de literatura cortesana, que se convirtieron luego en las lectoras del Quijote, las lectoras de novelas románticas, las lectoras de la poesía modernista en el mundo hispano, las lectoras de Victor Hugo, las lectoras de Madame Bovary, las lectoras de Oscar Wilde.
Un dato curioso: el libro de bolsillo tal como lo conocemos hoy, es popular sobre todo desde el siglo dieciséis en Europa, y su popularidad original se debió a que la masa de lectoras mujeres, que no leían en gabinetes ni en bibliotecas ni en salas de universidades, sino en casa o en el camino a la iglesia o en cualquier ambiente que les fuera ocasionalmente propicio, no podían manejar los grandes y pesados volúmenes que los hombres almacenaban en sus estanterías, porque las mujeres leían muchísimo, pero no tenían espacios reservados para la lectura.
Hace unos años, un estudio en Estados Unidos, Inglaterra y Canada determinó que sólo el 20% de los lectores de ficción eran hombres, y el 80% eran mujeres. Es muy posible que la proporción sea similar en el resto del mundo. Hace unos diez años, Ian McEwan, el novelista inglés, se paró en una calle a regalar ejemplares de novelas. Regaló treinta, a quienes se acercaron a recibirlos. Casi todas esas personas fueron mujeres. McEwan escribió en ese tiempo que el día que las mujeres dejaran de leer novelas el género desaparecería. Escritores y lectores hombres, como yo, haríamos bien en comprender que, en cuanto a la literatura respecta, somos apenas invitados minoritarios en un universo de consumo femenino.
La miopía de Crisol, y de gran parte de la industria del libro, a decir verdad, no es la de creer que las mujeres no son las lectoras mayoritarias de novelitas de amor y libros de autoayuda (lamentablemente sí lo son, así como los hombres son los consumidores mayoritarios de pornografía o del estúpido género de la literatura conspiracional). Su miopía es no darse cuenta de que la mujer, que ya fue un motor indispensable a lo largo de toda la historia de la industria librera, puede seguir siéndolo sin necesidad de condescendencias ni menosprecios: una cosa que las editoriales y las librerías deberían hacer para asegurarlo es, en vez de premiar la banalidad de unas, animar a todas a leer más aun, cruzando las fronteras genéricas en vez de encasillarlas en espacios confinados. De paso, así se evitarían el odio y la ira de sus clientes más lúcidas.
Yo estuve, por supuesto, entre quienes criticaron la tontería simbólica del mensaje, el hecho de que Crisol ofertara para las mujeres los más banales de sus libros y no los mejores. La librería pudo hacer muchas otras cosas; entre ellas, como me comentó una amiga, hacer el descuento para todos sus libros a cualquier compradora mujer, y la cosa hubiera pasado sin problema.
Obviamente, hay una cantidad significativa de mujeres que se sintieron ofendidas por la celebración comercial de Crisol, por el hecho de que la librería conmemorara el día de la mujer pensando en la ella exclusivamente de dos maneras: la mujer como lectora trivial y la mujer como cliente potencial.
La mayor parte de las protestas se dirigieron al primer rasgo: el estereotipo de la mujer como lectora de banalidades. No sé si es muy seguro (para mi salud física y mental) decir lo que voy a decir, pero cabe hacer una precisión: Crisol no es una empresa a la deriva, sin instinto comercial, que se deje llevar por lugares comunes en desmedro del negocio. Todo lo contrario: Crisol vio la oportunidad de vender a un segmento de sus clientes un producto que ese segmento consume numerosamente.
Es decir, Crisol no ha inventado una engañosa realidad paralela en el que las novelas de amor y las novelas de erotismo blando y los romances burgueses y toda la llamada chick-lit son consumidos mayoritariamente por mujeres: Crisol quiso aprovecharse de ese dato, que es un dato real, manejado por editoriales, distribuidoras y librerías en todo el planeta.
La mayor parte de esa literatura es, desde su origen, escrita, publicada y promovida para lectoras mujeres, y eso no es una novedad de nuestro tiempo, sino la prolongación de un dato real en la historia de buena parte de la literatura desde hace siglos. Del mismo modo, un porcentaje gigantesco de los libros de autoayuda que se escriben y publican en el mundo es hecho específicamente para lectoras mujeres, así como otro porcentaje es hecho para hombres, o para adolescentes, o para padres y madres primerizos, etc.
El hecho problemático con una campaña como la de Crisol no es que quiera inventar un estereotipo ni que crea ciegamente en un estereotipo falso, sino que no tiene ningún empacho en promover entre las mujeres la lectura de cierto tipo de libro fatuo, mediante ofertas especiales lanzadas en una fecha crucial para la mujer, como si la afición de muchas mujeres por esos libros mereciera un premio que no merecen las mujeres que consumen otro tipo de literatura.
Y ese es un punto que vale la pena subrayar. No puedo hablar por campos fuera de la literatura, pero dentro del terreno de la literatura, por siglos, las mujeres con acceso a cierto tipo de educación han sido el público mayoritario: las lectoras de novelas de caballerías, las lectoras que hablaban lenguas romances pero no latín y cuya existencia propició innumerables traducciones al final de la Edad Media y principios del Renacimiento, las mismas que permitieron el florecimiento de las literaturas europeas en lenguas vernáculas, las lectoras de literatura cortesana, que se convirtieron luego en las lectoras del Quijote, las lectoras de novelas románticas, las lectoras de la poesía modernista en el mundo hispano, las lectoras de Victor Hugo, las lectoras de Madame Bovary, las lectoras de Oscar Wilde.
Un dato curioso: el libro de bolsillo tal como lo conocemos hoy, es popular sobre todo desde el siglo dieciséis en Europa, y su popularidad original se debió a que la masa de lectoras mujeres, que no leían en gabinetes ni en bibliotecas ni en salas de universidades, sino en casa o en el camino a la iglesia o en cualquier ambiente que les fuera ocasionalmente propicio, no podían manejar los grandes y pesados volúmenes que los hombres almacenaban en sus estanterías, porque las mujeres leían muchísimo, pero no tenían espacios reservados para la lectura.
Hace unos años, un estudio en Estados Unidos, Inglaterra y Canada determinó que sólo el 20% de los lectores de ficción eran hombres, y el 80% eran mujeres. Es muy posible que la proporción sea similar en el resto del mundo. Hace unos diez años, Ian McEwan, el novelista inglés, se paró en una calle a regalar ejemplares de novelas. Regaló treinta, a quienes se acercaron a recibirlos. Casi todas esas personas fueron mujeres. McEwan escribió en ese tiempo que el día que las mujeres dejaran de leer novelas el género desaparecería. Escritores y lectores hombres, como yo, haríamos bien en comprender que, en cuanto a la literatura respecta, somos apenas invitados minoritarios en un universo de consumo femenino.
La miopía de Crisol, y de gran parte de la industria del libro, a decir verdad, no es la de creer que las mujeres no son las lectoras mayoritarias de novelitas de amor y libros de autoayuda (lamentablemente sí lo son, así como los hombres son los consumidores mayoritarios de pornografía o del estúpido género de la literatura conspiracional). Su miopía es no darse cuenta de que la mujer, que ya fue un motor indispensable a lo largo de toda la historia de la industria librera, puede seguir siéndolo sin necesidad de condescendencias ni menosprecios: una cosa que las editoriales y las librerías deberían hacer para asegurarlo es, en vez de premiar la banalidad de unas, animar a todas a leer más aun, cruzando las fronteras genéricas en vez de encasillarlas en espacios confinados. De paso, así se evitarían el odio y la ira de sus clientes más lúcidas.
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