28.12.13

MIS FICCIONES DEL AÑO

Estos son mis libros de ficción favoritos entre los que he leído este año, sin orden de preferencia. Qué suerte que pedí recomendaciones hace un par de semanas porque dos de estos libros los leí a última hora por consejo de mis amigos en FB.

1. EL CAMINO DE IDA, de Ricardo Piglia. La última novela de Piglia es notable. Vuelve al nivel estupendo de La ciudad ausente y Respiración artificial. La forma es inmensamente más accesible pero las ideas no pierden ninguna complejidad. Un policial sobre el amor, el engaño, la locura, la paranoia y el delirio terrorista. Un testimonio oblicuo sobre la guerra sucia en Argentina. Un libro muy personal y emotivo que además ilumina las oscuridades del exilio y el desarraigo. Los lectores de Piglia celebrarán la reaparición de Renzi y los cameos de Junior, pero sobre todo el retorno de uno de los tres o cuatro escritores más importantes de América Latina en la generación post-boom, allá arriba con Bolaño, una generación que aún no ha sido igualada por las posteriores.

2. TENTH OF DECEMBER, de George Saunders. Entre mis favoritos de este año hay tres libros de cuentos y este es probablemente el más original de todos. Mientras otros escritores siguen empeñados en cruzar genéricamene la frontera entre ensayo y narración o crónica y novela, Saunders hace de manera fluida un cruce mucho más difícil de ensayar, y lo hace infinitas veces en cada cuento: ir de la comedia a la tragedia, de la felicidad a la vileza, de la despreocupación al pánico y de la alegría infantil a la más turbia perversión sin que el paso resquebraje la unidad de la narración. Cuentos completamente inolvidables y, por cierto, entre los más divertidos que esté escribiendo autor alguno en el mundo hoy. El que le da título al libro podría estar en cualquier antología del cuento americano del siglo.

3. NOSTALGIA, de Mircea Cărtărescu. Este libro es de hace veinte años pero también podría ser de dentro de veinte o cincuenta. Lo coloco en la lista porque este año apareció por primera vez en español, en Impedimenta, con prólogo de Edmundo Paz Soldán. Cărtărescu es un borgeano imposible: uno que regresa sobre los temas del argentino y les da una vuelta adicional, o regresa con las armas de Borges pero para arrojarse en la dirección opuesta. Sus cuentos tienen esa gravedad que asusta al mercado y a los lectores de verano, pero también tienen la imperturbable inteligencia de los cuentos que entran al canon para no salir nunca más. "REM" y "El ruletista" entrarán también en la cabeza del lector y ahí se instalarán eternamente. Buenas noticias: varios otros libros de Cărtărescu están apareciendo en español y están en Lima.

4. THE CHILDHOOD OF JESUS, de J.M. Coetzee. A la mitad de la novela quería tirar el libro por la ventana; cien páginas después quería tirarme yo por la ventana; al final todos nos quedamos adentro, o todos nos quedamos afuera, mejor dicho, lo cual es, además, la sensación que uno tiene con los personajes del libro: que están siempre siendo arrojados de alguna parte, siempre limitados al exterior. Coetzee ha hecho una cosa curiosa: su libro más simple en cuanto a lo formal es uno de los más misteriosos como anécdota e incluso oscuro en sus múltiples pero distorsionadas referencias literarias, con frecuencia bíblicas. El hombre y el niño que llegan exiliados a un desconocido país hispanohablante parecen el reverso cotidiano de la pareja heroica de The Road, de McCarthy, pero su destino es, si cabe, todavía más incierto.

5. (BONUS TRACK) LOS BOSQUES TIENEN SUS PROPIAS PUERTAS, de Carlos Yushimito. Hace sólo media década Yushimito era una promesa y ahora es uno de los cuentistas más solventes de la última generación en América Latina, creador de un universo hecho de pequeñas y agudas observaciones sobre lo extraño que habita dentro de los paisajes más cotidianos: historias desconcertantes en una lengua lúcida y tan asombrada como asombrosa, una lengua plástica que se adapta y se remodela para cada historia y para cada anécdota.

Sobra decir que algunos de los libros favoritos de ustedes yo no los he leído, o los he leído y no han entrado en mi lista. Sobra decir, también, que muchos de los mejores libros que he leído este año son libros de hace mucho tiempo (no me siento especialmente presionado a leer novedades, prefiero los libros que ya vencieron todas las fechas de expiración y siguen indemnes). Por último, muchas de mis lecturas favoritas este año han sido libros de ensayo, de poesía, cómics, etc., que no están en esta lista en la que he querido limitarme a los cuentos y las novelas. Algunas otras ficciones peruanas podrían haber entrado aquí y quiero mencionarlas: El náufrago de la Santa de Peter Elmore y la colección de los cuentos completos de Fernando Ampuero. Si hubiera considerado la poesía, sin duda el libro infaltable habría sido Lejos de mí decirles, de Mario Montalbetti. Si la lista hubiera incluido los libros de memorias y ensayo habría sumado Levels of Life, de Julian Barnes, un conjunto de narraciones encantadoras que en cierta forma parecen enganchar con su última extraordinaria novela, The Sense of an Ending (2011).

20.12.13

Mandela: memoria vs. leyenda

(Mi artículo del último Velaverde)

Cuando muere alguien como Nelson Mandela y cientos de líderes políticos de todo el planeta, enemigos enconados unos de otros, coinciden en homenajear su memoria y en cantar las alabanzas de su historia personal, uno tiene la sensación —inocente— de que la grandeza de Mandela es tal que en verdad está por encima de las pequeñas o grandes diferencias de la política cotidiana. Lo que ocurre en verdad es algo distinto: para que todos esos políticos coincidan en el elogio, primero tienen que reinventar a Mandela, censurar su historia, aceptarla fragmentariamente y a veces reconstruirla al gusto de cada uno.

Barack Obama va a los funerales de Mandela y le da la mano a Raúl Castro, el dictador cubano. A nadie sorprende que, de inmediato, en Estados Unidos, las cabezas visibles del Partido Republicano critiquen ferozmente ese gesto. ¿Cómo puede Obama estrechar la mano de un dictador? Marco Rubio, senador republicano de Florida, declara: “Si el presidente iba a darle la mano a Castro, debió preguntarle acerca de esas libertades básicas con las que asociamos el nombre de Mandela, libertadas que son negadas en Cuba”. Ese es el problema de santificar la fantasía que uno tiene o quiere tener de otra persona, en este caso, la fantasía que Rubio se ha formado (calculadoramente, sin duda, de los labios para afuera) acerca de Mandela. Rubio parece admirar a un Nelson Mandela que fue enemigo de la Revolución Cubana y que jamás habría hecho algo tan ignominioso como estrecharle la mano al hermano-heredero de Fidel Castro.

La historia, sin embargo, dice que Mandela tuvo una constante admiración por el régimen de Fidel Castro. Fue un lector encandilado de los discursos del dictador y de los ensayos de Ernesto “Che” Guevara, y esos textos contribuyeron a formar su discurso en las primeras décadas de su actividad política. Mandela consideraba a Fidel Castro una inspiración y un amigo y al régimen castrista un aliado en su lucha contra el apartheid. Eso, a su vez, tenía una razón histórica objetiva: Castro apoyó la lucha de Mandela y al movimiento político que encabezaba. Mientras tanto, en cambio, durante décadas, el gobierno norteamericano tuvo a Mandela fichado como terrorista, situación que no cambió hasta el año 2008, con el inminente ascenso de Barack Obama, quien siempre ha declarado que Mandela fue uno de los inspiradores de su propia carrera política.

Un líder histórico republicano como el presidente Ronald Reagan, a quien, a su vez, Rubio invariablemente coloca a la cabeza de sus propios íconos y modelos políticos, opinó siempre en contra de los proyectos de legislación anti-apartheid. Lo quiera uno aceptar o no, en la tribuna de ese estadio sudafricano, en las ceremonias funerarias de Mandela, tiene mucho más sentido la presencia de los líderes de la Revolución Cubana que la presencia de, por ejemplo, el presidente Bush, quien también estuvo allí pero durante cuyo gobierno Mandela siguió listado como terrorista por las agencias americanas de inteligencia. De hecho, el año 2003, cuando Estados Unidos, bajo la presidencia de Bush, lanzó la invasión a Irak, Mandela declaró: “Si hay un país en el mundo que ha cometido inenarrables atrocidades, ése país es Estados Unidos. A ellos, simplemente, no les preocupa nada”.

Convertir en íconos a los personajes políticos es mucho más fácil que tratar de comprenderlos. Uno no corre el riesgo de tener que dialogar con ellos, con las cosas que pensaron e hicieron de verdad, con las posiciones de hecho que tomaron y con las alianzas, los pactos y las afinidades que tuvieron; tampoco corre el peligro de tener que aceptar que, colocado en una cierta circunstancia real, enfrentado a ellos, las discrepancias se hubieran hecho visibles. Para mí, por ejemplo, sería mucho más fácil no pensar en las posibles cercanías y semejanzas entre Mandela, una figura histórica que admiro, y el “Che” Guevara, un personaje que me resulta abominable. Hay una dificultad mayor en tratar de comprender la conexión, pero la conexión es real: la lucha contra órdenes injustos, la actitud rebelde contra estructuras sociales y políticas opresivas. Es arduo comprender que el camino de uno —Mandela— haya conducido a la construcción de una democracia abierta, a la reconciliación y el ejercicio de la memoria, a la edificación de un sistema político igualitario, y el camino del otro —el “Che”— lo haya llevado a diseñar una sociedad opresiva, un sistema dictatorial que con el tiempo se ha convertido en una monarquía hereditaria disfrazada de revolución, cuando ambos comenzaron sus viajes no sólo coincidiendo, sino sirviendo uno como inspiración del otro. Pero esa es la historia real: es más compleja que el simple maniqueísmo, está llena de alianzas odiosas que atentan contra nuestra fantasía de la historia, y sus protagonistas son seres de carne y hueso, a los que podemos forzar a representar nuestros sueños y nuestros ideales, pero que tuvieron que vivir, como Mandela, en el mundo de verdad, donde algunos de los demócratas de nuestra imaginación fueron sus enemigos y algunos de los autoritarios de nuestro sueño fueron sus aliados.

Por supuesto, para muchos tendrá un sentido transparente la admiración de Mandela por el “Che”, pero quizá varios de los que creen entenderla de inmediato lo hagan llevados, a su vez, no por la figura histórica de Guevara —un criminal, un asesino, un verdugo al cabo de juicios sumarios, un carcelero inmisericorde—, sino por el “Che” de los afiches progres, las camisetas hippies y las canciones de Santana. Una cosa está clara: Mandela no pudo ser uno de los engañados. Mandela tuvo que saber que la Revolución Cubana le costó la libertad a cientos de miles, a millones de cubanos. Mandela fue un político, y su vida fue una vida de opciones intrincadas y decisiones extremas, una de las cuales fue mantener la amistad de los amigos que sirvieron a su causa incluso después de que esos amigos se habían transformado en los ejecutores de la opresión para otros pueblos. Podemos sentarnos a reflexionar sobre eso, podemos discutirlo. O podemos ocultarlo detrás de una caricatura y una ficción no problemática. Pero el mundo está ya demasiado lleno de esas ficciones y nunca está de más enfrentarse a la realidad. Más interesante es descubrir que un ser humano con tantas fallas como cualquier otro tiene dentro de sí la capacidad de obrar transformaciones extraordinarias, no importa cuántas veces se equivoque. Ojalá la memoria de Mandela sobreviva a su leyenda.