26.11.12

Poniatowska, Bryce y la ética del escritor

A Elena Poniatowska le tocan el tema de Alfredo Bryce y el Premio FIL de Guadalajara 2012 que el escritor peruano, como se sabe, ha recibido a domicilio en medio de un escándalo, y ella se alinea con quienes piensan que es vergonzoso y fuera de lugar que Bryce acepte el premio y considera todo el asunto un problema de falta de ética.

Hasta ahí, no hay problema (yo también creo que Bryce debió rechazar el premio). Lo extraño de la situación es que todo esto lo ha dicho Poniatowska en una mesa de la FIL Guadalajara 2012, a la que ella acudió para recibir un homenaje por sus ochenta años, cuando sólo cuatro meses atrás Poniatowska estuvo implicada en un asunto donde quien pareció barrer toda ética profesional debajo de la alfombra fue ella misma.

A mediados de este año Random House publicó el libro Borges y México, editado por Miguel Capistrán sobre una versión previa de 1999, donde se incluía una entrevista hecha por Poniatowska a Borges en el año 1973, ya publicada antes, varias veces, en diarios, en revistas y en otros libros, durante las décadas de los años setenta, ochenta y noventa.

En un pasaje de esa entrevista, Poniatowska le lee a Borges dos poemas del escritor argentino, titulados "Instantes" y "Remordimiento", y anota las reacciones del escritor al escuchar sus propios versos en la voz de la mexicana. El detalle es que el poema "Instantes" no es de Borges y el poema "Remordimiento" no pudo haber sido leído durante esa entrevista porque Borges lo escribió recién en 1975.

El otro detalle es que, según se dice, el mismo Borges le hizo saber en 1978 a Poniatowska, luego de la primera publicación de la entrevista con el pasaje apócrifo, que ese poema no era suyo, y que a lo largo de los años siguientes, y de modo específico en 1990 (tras una republicación de la entrevista en un libro), María Kodama, la viuda de Borges, hizo pública su molestia por el hecho de que Elena Poniatowska insistiera en atribuir al argentino un poema terriblemente malo que él nunca compuso y cuyo carácter espurio ha sido demostrado innumerables veces.

(Que "Instantes" es un poema apócrifo es un hecho conocido desde hace tanto tiempo que yo mismo recuerdo el día en que mi amigo Daniel Salas, hace más de veinte años, me contó que el texto original, en prosa, lo había visto él mismo en un ejemplar antiguo de Selecciones, de donde a su vez lo tomó luego una escritora, Nadine Stair, que lo convirtió en el adefesio que hoy conocemos. Si quieren hacerse una idea del ridículo, consideren este hecho: cuando fue publicado en Selecciones, originalmente, en prosa, escrito por Don Herold, era un texto de humor satírico).

¿Recuerdan las primeras reacciones de Bryce ante las acusaciones de plagio? Dijo que podían ser consecuencia de un simple "error" y les echó la culpa a las secretarias y a los editores. En agosto de este año, Poniatowska culpó a los editores de Borges y México por no asegurarse de que el simple "error", el simple "descuido" que ella había cometido en el pasado fuera subsanado en esta reedición. Y sobre el "error" original dijo: "No es grave, ni me acuerdo".

Recapitulemos: Poniatowska incluye en la entrevista una escena en la que ella misma le lee a Borges un poema que no es suyo y un poema que no estaba escrito aún en 1973 y además describe las reacciones de Borges ante los textos: un episodio enteramente salido de su imaginación que es presentado como un hecho en un texto periodístico. Cuando le repreguntaron sobre el tema, ya revelada la falsedad, dijo que, aunque ella no lo recordaba, seguramente en la entrevista se decía que el texto era apócrifo. Eso también es falso. Luego dijo que había fundido dos entrevistas en una y que la segunda era posterior a 1975, pero lo único que ha podido confirmarse es que en 1975 ella habló con Borges en una conferencia de prensa y ningún otro reporte de la conferencia indica que haya habido la lectura de poema alguno.

Sólo para colocar todo esto en perspectiva, habrá que recordar que la fama de Poniatowska se ha cimentado crucialmente sobre libros hechos en base a entrevistas, presentados como crónicas, con un espíritu documental, que ciertamente van mucho más allá de los límites de la siempre huidiza objetividad periodística, pero que son presentados como cosa real, no como productos de la ficción.

Yo no sé ustedes, pero a mí me parece difícil confiar en la realidad de esas entrevistas hechas con frecuencia a personas casi anónimas, gente de a pie, testigos callejeros de hechos históricos (como la masacre de Tlatelolco), protagonistas sin agencia, víctimas, desconocidos, cuando vemos que Poniatowska deja volar su imaginación de esta manera incluso con alguien a quien fácilmente podemos considerar el entrevistado más célebre de la literatura hispana en el último siglo.

Eso, para no hablar del dudoso gusto literario de alguien que, teniendo a Borges en frente, o soñando con la posibilidad de leerle al mismo Borges un poema, elija un mamarracho atroz como el célebre "Instantes", como si ese poema fuera un buen ejemplo, un ejemplo conmovedor o inteligente, de la obra del mayor escritor de lengua española en nuestro tiempo.

En fin: como que Poniatowska podría haberse quedado callada, o podría haber tenido, no sólo ahora sino durante los últimos treinta y tantos años en que el artículo ha sido reproducido infinitamente, una actitud un poco más transparente. Eso de hablar de la ética ajena debería traer ciertas resposabilidades.

24.11.12

Los niños invisibles

Entre los muertos del último conflicto palestino-israelí, siete fueron palestinos asesinados por su propio gobierno por tener contacto con israelíes. Los capturaron una tarde, los mataron a balazos, los amarraron a motocicletas y los arrastraron por las calles de Gaza. ¿Humanitaristas que hayan protestado por ellos? No muchos. Ese tipo de ceguera parcial es el que hace que los indignados ante el problema palestino elijan conscientemente no mirar en otras direcciones. Por eso, por ejemplo, no profundizan en el tema de los niños usados como escudos humanos por Hamas. Por el contrario, cada vez que uno de esos niños muere, acusan a Israel y no al salvaje que los colocó en una plataforma lanzacohetes. Con ello asumen exactamente la actitud que los abusadores de esos niños quieren que asuman: simples cajas de resonancia de una forma de terrorismo que sacrifica a sus propios hijos a cambio de propaganda, así como hace apenas unos años los mandaban a explotar con cargas de dinamita atadas al vientre. En efecto, el humanitarismo selectivo no sólo es incoherente, sino que le hace el juego a los engranajes de la violencia. La única manera de defender los derechos humanos es defender los derechos de todos los seres humanos. Un soldado israelí que ve a un niño árabe lanzando una piedra contra un tanque y lo mata es un criminal. Un palestino que hace a sus niños dormir al pie de un cañón humeante esperando que la respuesta del enemigo mate a sus hijos también es un criminal. No es necesario embarrarse tapando la mitad del mal para que quede a la vista sólo la mitad que uno quiere ver.

23.11.12

Humanitarismo selectivo

18.11.12

No tienes derecho a decir nada

Una vez escribí algo sobre las teorías conspirativas relacionadas con la llegada del hombre a la luna y un comentarista -no poco paranoide por lo demás- me dijo que yo no tenía derecho a escribir sobre el tema porque yo no había estado ahí cuando (no) ocurrió.

Cada vez que escribo sobre política peruana se me saca en cara que llevo la cuarta parte de mi vida viviendo fuera del Perú (parece que las otras tres décadas no me dan autoridad para nada).

Pero esa es sólo la versión ampliada de lo que ya me ocurría cuando vivía en el Perú y opinaba sobre la situación en el interior del país: ¿cómo vas a hablar si no sabes de eso, limeño? (En verdad soy chalaco).

Ahora que recuerdo: me han callado muchas veces en que opiné sobre San Marcos. ¿El argumento? Que estudié en la Católica (estigma horroroso).

Cuando escribo sobre las relaciones entre Estados Unidos y América Latina me dicen que no puedo hacerlo con objetividad porque soy un latinoamericano que vive en Estados Unidos. (¿No es eso algo que me da más conocimiento de causa? Ya no sé).

Las veces en que escribí exclusivamene sobre política americana (incluso sobre literatura americana) no faltó quien dijera que no podía hacerlo bien porque era un extranjero en Norteamérica.

Una vez comenté un libro de Harry Mulisch que yo había leído en inglés y alguien me mandó a rodar porque, claro, los libros de Mulisch originalmente están en holandés, así que yo no tenía elementos de juicio para criticar.

(Por algún motivo, eso me hace recordar al tipo que estudió literatura conmigo en la PUCP, y que orgullosamente declaraba que no leería a los griegos y los latinos hasta que no dominara el griego y el latín. Un cuarto de siglo más tarde, intuyo que la ignorancia de esas lenguas sigue cimentando su ignorancia de los clásicos).

Cuando escribo sobre educación me dicen que no debo meterme en el tema porque no he estudiado educación (a pesar de que soy profesor desde hace veintiséis años). Pero, con frecuencia, cuando escribo sobre literatura me dicen que mi opinión es "poco realista" porque me he pasado toda la vida en la academia.

En general, cuando opino sobre un tema que está fuera de mi profesión y de mis oficios, se me ordena abandonar la discusión porque no estoy preparado (así he sido invitado a presenciar en silencio discusiones sobre fotografía, sobre películas, sobre grupos de rock, sobre cocina criolla y sobre la reforma del tránsito en Lima. Ayer nomás alguien me pidió que no expresara mi reprobación de las corridas de toros porque "no tenía la capacidad de comprenderlas").

Pero cuando hablo de mi campo se me señala inmediatamente como un elitista arrogante que cree que haber pasado una vida entera estudiando el asunto le da alguna autoridad en él, y se me invita a someterme a algo así como el clamor popular y aceptar que, sobre ese asunto que llevo estudiando desde la adolescencia, "no han escrito los autores" (aunque yo mismo haya escrito sobre él; aunque haya escrito sobre él hace cinco minutos; aunque haya leído lo que otros han escrito sobre él durante miles de años).

Ayer mismo (ayer estuve premiado, parece) alguien cuestionó mis juicios sobre el conflicto palestino-israelí con una pregunta que, al parecer, mi interlocutor consideró brillante: ¿no será que tu relación con el judaísmo te hace ser poco objetivo?

El asunto es este: en toda discusión existirá una manera de poner en duda las ideas de una persona basándose en quién es esa persona. Pero la verdad o la falsedad de las cosas que esa persona diga no dependen de quién es esa persona, ni de dónde vive, ni de cuál es su origen, ni cuál es su edad, ni cuál es su lengua, ni cuán cerca o cuán lejos está del objeto sobre el cual habla, ni de si ha sido testigo o no del hecho al que se refiere. Si yo no encuentro la falsedad en las palabras, no tengo por qué buscarla en quien dice las palabras.

(Por supuesto, no estoy proponiendo que todos debamos privarnos del placer de señalar al mentiroso, al hipócrita o al que opina desde la ignorancia a pesar de tener las herramientas para salir de ella. Esas cosas siempre hay que hacerlas notar. Pero no son el argumento del que depende la verdad).

16.11.12

1939-1947

De Auschwitz a un campo de concentración inglés.
Se llama "aliyah" a la migración judía de cualquier parte del mundo en dirección a Eretz Israel. Ha habido innumerables aliyahs a lo largo de la historia (una que toca al mundo hispano es la aliyah de los judíos expulsados de la Península Ibérica tras siglos de vivir ahí pacíficamente).

La primera gran aliyah de la era moderna se produjo a partir de la década de 1880, a consecuencia de los pogromos de Europa oriental: la masiva persecución de judíos en los países del Este europeo, una masacre genocida guiada por el antisemitismo y la xenofobia contra judíos que llevaban un milenio en esas tierras.

La segunda se dio entre 1904 y 1914, el periodo de los grandes pogromos del Imperio Ruso. Decenas de miles de judíos europeos huyeron a Israel, a encontrarse con los que se habían establecido allí antes y con los sabras, los judíos que nunca habían salido de la región o que habían regresado a sus ciudades luego de las muchas expulsiones.

Más persecuciones y más campañas genocidas en Europa dieron lugar a la tercera y la cuarta aliyahs, producidas a lo largo de la década de los años veinte. La violencia del nazismo en la Alemania de los años treinta dio lugar a la quinta aliyah, que movilizó a un cuarto de millón de judíos, que se salvaron así de morir en el inminente Holocausto.

En 1939, sin embargo, la administración inglesa de Palestina decidió bloquear la entrada de más judíos europeos, por temor a que la situación se les fuera de las manos. Simultáneamente, otros países alrededor del mundo prohibieron la migración judía (incluso en América Latina). Esto, por supuesto, sirvió directamente al plan de exterminio nazi: de los nueve millones de judíos europeos que había en 1939, seis millones fueron asesinados en los cinco años siguientes.

Esa migración de judíos perseguidos fue bloqueada, sobre todo, debido a la famosa Revuelta Árabe en Palestina, producida entre 1936 y 1939: los árabes protestaban violentamente porque no querían recibir en la región a los judíos que llegaban huyendo del genocidio nazi.

Terminada la guerra mundial, lógicamente, un movimiento mayor de judíos quiso hacer la aliyah. Miles de desplazados que viajaban en dirección a la región (que los árabes y los ingleses llamaban Palestina y que los judíos llamaban Eretz Israel) fueron interceptados por los ingleses y recluidos en campos de detención en Haifa y en Chipre. Como si la guerra mundial y los campos de exterminio nazi no hubieran sido suficiente. Miles de sobrevivientes de Auschwitz fueron recluidos por los ingleses en esas prisiones.

Cuando en 1948 se empezó a implementar el mandato de las Naciones Unidas para dividir Palestina e Israel de modo que ambas naciones tuvieran un lugar donde vivir sobre la tierra, al día siguiente de la declaración, los países árabes vecinos iniciaron la primera de las muchas guerras lanzadas contra Israel.

Quienes dicen que el establecimiento del Estado de Israel fue una simple maniobra conquistadora y colonial emprendida por una nación superpoderosa que no buscaba otra cosa que eliminar a un pueblo árabe, deberían revisar un poco sus manuales de historia.

15.11.12

Qué hay detrás de la tauromaquia, 1

El ejercicio del arte, tal como se lo entiende en casi todas sus concepciones modernas, implica la crítica de un sistema de valores y de un estado de las cosas, el intento de minarlos, cuestionarlos, desplazarlos y reemplazarlos en el futuro.

La tradición, en cambio, en sus formas más duras, es siempre un ejercicio positivo: es una preservación, no una crítica. Si yo defiendo una tradición, debo decir cuál es el sistema de valores que esa tradición representa y que yo quiero conservar.

(Por supuesto, hay algo de tradicional en todas las artes, pero es en su relación genealógica con otras obras del mismo arte, no en su relación con el mundo allá afuera; y también existe un arte conservador, en el que la carga tradicional se acentúa y llega a parecer predominante. Pero ni siquiera el arte conservador ha renunciado jamás a la aspiración crítica y al potencial transformador).

La confusión en la que caen los defensores de la tauromaquia se produce en el momento en que intentan abogar por ella como arte, cuando está claro que lo que hacen no es defender un arte sino una forma dura de tradición, es decir, una que se basa en la repetición formal y ceremonial de una misma acción, un mismo signo inmutable: una reinstauración del pasado en el presente, sin idea de futuro: un anacronismo, literalmente.

Esto significa que los defensores de la tauromaquia deberían dejar de empeñarse en justificarla en términos estéticos, como arte, porque la tauromaquia sólo comparte con el arte rasgos exteriores pero no su espíritu, que es un espíritu crítico. Tendrían que explicar cuál es el sistema de valores que defienden al abogar por la permanencia de esa tradición.

13.11.12

Fujimori y la novela picaresca

Según cuenta Augusto Monterroso, en algún momento a finales de la década del sesenta, un puñado de escritores latinoamericanos acordaron escribir, cada uno, una novela que tuviera como protagonista a algún célebre dictador de la región, o que al menos se basara en uno o quizás en varios de ellos. Los primeros en cumplir, a mediados de los setenta, fueron García Márquez y Augusto Roa Bastos, con El otoño del patriarca y Yo, el Supremo, respectivamente.

Años más tarde se puso al día Vargas Llosa, con La fiesta del chivo (Conversación en La Catedral, en la que el dictador es un agujero aludido pero nunca visto, es anterior al pacto). La idea siguió rondando por mucho tiempo en la obra de los otros: Carpentier, Donoso, Fuentes. Monterroso mismo se había comprometido a componer una novela acerca de Somoza, pero -confesó tiempo después- había abandonado el proyecto por miedo a que le ocurriera esa cosa rara que le ocurre casi inevitablemente a todo buen novelista: sentirse de pronto atraído por el personaje, empezar a justificarlo.

Si uno revisa Yo, el Supremo o La fiesta del chivo o El otoño del patriarca, es fácil comprender a qué se refiería Monterroso: Roa Bastos, Vargas Llosa y García Márquez construyen personajes aberrantes, execrables, odiosos, capaces de toda vileza y de toda ruindad, y sin embargo ninguno de ellos está exento por completo de humanidad, ninguno -ni siquiera el Chivo a quien Vargas Llosa describe como una encarnación del mal- está libre de algún rasgo heroico, aunque sea del heroísmo errado y enloquecido que brota en el ego de los alucinados, ese heroísmo descentrado y caricatural que sólo es concebible en las coordenadas de una mente que ha perdido contacto con la realidad.

Pregunta. Si alguien escribiera la historia del final de Fujimori: ¿sería capaz de encontrar algo de eso? A Fujimori nunca lo ha distinguido el heroísmo, claro; ni siquiera esa forma banal de heroísmo que es el coraje o la bravura de los egomaniacos. Fujimori es el presidente que salió corriendo por las calles en dirección a la Embajada del Japón cuando le dijeron que se preparaba un golpe en su contra. Es el cobarde que renunció por fax desde el otro lado del planeta porque tenía miedo de dar la cara una vez que no tuviera guardaespaldas. Es el adolescente de setenta años que le toma fotos a un forúnculo de su lengua y se retrata con cara de virgen dolorosa envuelto en velos blancos para inspirar lástima. Y es el colegial pre-teen que se dibuja autorretratos y manda mensajitos de auto-conmiseración como si los garabateara en la última página de su cuaderno escolar, hiciera avioncitos con ellos y los mirara planear por el aula hasta la carpeta de su amor platónico. "¿Te acuerdas de mí? Me siento solo".

La novela de Fujimori tendría que ser una extraña narración grotesca hecha de páginas trágicas y páginas cómicas, pero, en las primeras, las víctimas siempre serían otros, mientras que, en las últimas, el payaso siempre sería él. Cada tramo del relato tendría que ser un episodio más o menos desconectado del anterior, porque la lógica de esa novela no sería el desarrollo de una historia coherente, guiada por el grosor de unos personajes con principios, sino la yuxtaposición anecdótica de chistes ingratos y violencias gratuitas, en donde la búsqueda de un beneficio coyuntural por parte del protagonista sería el único amago de constancia y coherencia.

Ese género existe: es la novela picaresca, sólo que en esas novelas, por lo común, cuando el pícaro sufre, sufre de verdad, y el poder lo ostentan otros. Pero fíjense en los demás rasgos: el pícaro tiene un origen incierto, incluso su lugar de nacimiento está en duda, y también sus nombres, y los va cambiando según le conviene; se hace pasar por experto en diversas cosas pero siempre lo que dice excede a la realidad de sus saberes; se pinta como un caballero andante pero es un cobarde sin compostura; tiene un amo que por momentos parece su criado y cuya mano muerde apenas le resulta conveniente; alardea de su valentía pero gime y grita y se desespera cada vez que está en peligro; ante cada problema inventa una mascarada y teje una mentira y cuando la mentira se revela, coge las hilachas y teje una más grande; es un criminal pero se vuelve un leguleyo con los códigos en la mano cuando se trata de defenderse a sí mismo; termina en prisión pero sueña con volver.

Ahí donde la novela del dictador se junta con la novela picaresca, ahí es donde está escrita la historia de Fujimori. Es una intersección difícil: sólo un maestro podría recogerla sin que se volviera ridícula en sus manos.

12.11.12

Dos perfiles

He aquí dos instituciones que a la mayoría de los escritores peruanos, hasta donde creo darme cuenta, le parecen estupendas: la Casa de la Literatura y el Plan Lector. La primera usa recursos del estado para darles una tribuna abierta a esos escritores, cosa que ellos agradecen y aprovechan. La segunda le ahorra recursos al estado, pero también le ahorra responsabilidad, y coloca el contenido de las lecturas de los escolares en manos de editoriales y comerciantes, que venden a los colegios, mayoritariamente, libros de escritores peruanos contemporáneos, cosa que ellos agradecen y aprovechan. El perfil estatista de la primera les encanta a los escritores, incluso a los liberales y a los defensores del libre mecado. El perfil de libre mercado de la segunda les encanta a todos, incluso a los estatistas, a los socialistas y a los comunistas. Mi conclusión es que la ideología que más acomoda a buena parte de los escritores peruanos, cuando su propio beneficio está implicado en el asunto, es: "a río revuelto, ganancia de pescadores".

Nuevo Hildebrandt Ilustrado

Cada vez que hablo de César Hildebrandt, una larga fila de adjetivos me viene a la mente. Los digo y luego debo pasar horas explicándole a una nube de estudiantes de periodismo cómo así es que me atrevo a utilizar esos adjetivos para describir a su divinidad.

Con el fin de ahorrarme la repetición infinita del argumento, he preparado este pequeño compendio. Va dirigido sobre todo a los jóvenes periodistas o estudiantes de periodismo que creen que no tener a Hildebrandt en la televisión es una gran pérdida. Haciendo clic en cada adjetivo o sustantivo encontrarán un texto que lo explica y lo justifica.

Sexista y homofóbico.- Hildebrandt tiene la costumbre de atacar a movimientos sociales y grupos políticos porque entre sus miembros hay homosexuales, a quienes se refiere como "locas" (a las lesbianas prefiere llamarlas "marujas" y "feas").

Enemigo de la libertad de prensa.- Pese a haberse descrito innumerables veces como un perseguido político y haber acusado a sus empleadores de censurar su trabajo, Hildebrandt celebró el momento en que Martha Meier Miró Quesada tomó El Comercio, empezó a despedir periodistas y desmanteló la Unidad de Investigaciones. Curiosamente, poco antes había atacado a los medios de prensa que desactivan sus unidades de investigación.

Racista.- Los ejemplos abundan. Les entrego aquí uno que se distingue porque, pese a la evidencia de sus prejuicios, no mereció casi ninguna crítica de sus lectores ni de otros periodistas. Hildebrandt entiende las razas al estilo del siglo diecinueve: hay razas que tienen limitaciones, individuos que deben sobreponerse a las taras de su origen si es que esperan destacar de alguna maner entre los suyos.

Antisemita.- Hildebrandt es capaz de las más descabelladas elucubraciones si es que ellas le permiten acusar a los judíos de algo. Lean el post que enlazo y no dejen de revisar el artículo de Hildebrandt al cual aludo.

Negacionista.- Siguiendo esa línea, Hidebrandt está dentro de ese grupo formado por seudo-intelectuales estrafalarios y políticos antisemitas radicales que o bien niegan la existencia del Holocausto o dicen que no fue para tanto y piden que se revise la historia para acabar con el "mito". Entre los intelectuales en los que se apoya hay más de un historiador hitlerista.

Difamador.- Como es sabido, Hildebrandt no tiene pelos en la lengua. Esa es la razón por la cual, cuando quiere difamar a alguien, la mentiras ruedan por su boca sin obstáculo alguno. A mí muchas veces me tocó sospecharlo pero desde hace unos años lo he comprobado, cuando las mentiras que ha dicho se refieren a mí.

Clasista.- Es curioso el afecto que mucha gente de la izquierda más joven siente por Hildebrandt, considerando cuán enteramente se encarnan en él todos los prejuicios que ellos odian. Para Hildebrandt, por ejemplo, una manera eficiente de insultar y descalificar a una persona es compararla con una empleada doméstica.

Reaccionario.- Alguna vez Hildebrandt descalificó a Óscar Ugarteche "acusándolo" de haber fundado el Movimiento Homosexual de Lima, porque Hildebrandt, a pesar de llevar años tratando de pintarse como una especie de rebelde revolucionario, no puede con sus prejuicios, y para él lo único peor que los reclamos de las minorías es que esas minorías quieran articularse para protestar.

Inconsistente.- Hildebrandt intenta retratarse como un líder del pensamiento pro-derechos humanos, pero rutinariamente elogia a Fernando Belaunde, el presidente bajo cuyo gobierno se cometió la mayor cantidad de violaciones de los derechos humanos en la historia del Perú, incluyendo la mayor cantidad de las muertes ilegítimas del periodo de la violencia política de los años ochenta-noventa.

Ignorante.- Hildebrandt pasa públicamente como una suerte de intelectual del periodismo. Pero si uno lee sus artículos con cuidado, descubre que están colmados de insensateces y datos ridículamente falsos. Aquí un ejemplo divertido (divertido, entre otras cosas, por el exceso de ignorancia).

Mentiroso.- Hildebrandt es capaz de "olvidar" hasta los datos más transparentes de la historia reciente si es que eso le permite construir el argumento que desea construir, no importa que tanto la conclusión como las premisas sean falsas.

Egomaniaco.- ¿Imaginan a alguien que, entrados los sesenta, todavía se dé el trabajo de acusar de envidiosos a sus compañeros de promoción del colegio? Adivinen de quién hablo.

11.11.12

El fujimorismo norteamericano

Pese a las innumerables diferencias que uno encuentra entre el proceso electoral americano y la política peruana, no dejan de haber semejanzas que vale la pena subrayar. Una notoria es la manera en que las derechas de ambos países se han dejado capturar por el anti-intelectualismo y el anti-academicismo (en el Perú, mucho antes que en Estados Unidos).

En Estados Unidos tenemos el secuestro del Partido Republicano en manos de sus alas extremistas, sobre todo, notoriamente, el Tea Party, una aparente alianza de micro-grupos que germinó inicialmente bajo la máscara de un movimiento popular --a grassroots movement-- pero que claramente ha devenido en un disfraz para intereses económicos gigantescos y ha enarbolado un discurso que hace tiempo pasó del patriotismo al nacionalismo y de inmediato a la xenofobia, de la reivindicación doméstica al militarismo imperial y del conservadurismo religioso al desplante reaccionario.

Cuando, durante la campaña, Barack Obama habló del ideal de dar a todos los jóvenes americanos la posibilidad de cursar estudios universitarios, Rick Santorum, uno de los candidatos presidenciales republicanos, comentó, simplemente: "What a snob!" En otro discurso señaló que los republicanos debían comprender y aceptar que siempre la gente más solvente en lo intelectual ("smart people") estaría del lado de los demócratas. En la campaña para elegir senador en Massachusetts, Scott Brown, el candidato republicano (finalmente derrotado), pasó dos años burlándose de su rival, Elizabeth Warren, porque esta era una académica de Harvard. ¿El insulto preferido? Llamarla "professor".

Cuando uno de los principales asesores de campaña de Mitt Romney declaró: "no dejaremos que aquellos que corroboran la realidad de los hechos dicten nuestra campaña", las cosas quedaron más claras que nunca: el anti-intelectualismo republicano está estrechamente conectado con su intención de desconocer los datos de la realidad para inventar una relalidad paralela, sobre la cual sea imposible discutir racionalmente.

En un debate público, otro líder republicano dijo que eso de andar confirmando si las cosas que los políticos de la derecha dicen son verdaderas o falsas es inútil, porque, sostuvo, en la lógica del imperio los que tienen la sartén por el mango no están sujetos a la realidad, sino que la van transformando como quieren. "Para cuando ustedes corroboren si algo es verdadero o falso en el mundo, nosotros ya habremos creado otra realidad".

Esa relación ilusoria con la realidad, que clausura las conexiones entre el mundo y los discursos sobre el mundo, es lo que permite al ala extrema del movimiento conservador, y a la reacción, el Tea Party, promover discursos como aquel que sostiene que el cambio climático no existe, pese a las innumerables confirmaciones científicas, o aquel otro que asegura que el creacionismo y la interpretación literal de la Biblia como explicación para el origen del universo son más relevantes y verdaderos que todo el conocimiento científico acumulado sobre el tema, y por lo tanto deben enseñarse en las escuelas, en vez de enseñar las tonterías de los expertos.

El rasgo más constante de la derecha peruana es la negación de la realidad. Documentos objetivos producto de investigaciones minuciosas como el Informe final de la Comisión de la Verdad le resultan inquietantes y belicosos. Cualquier intento de introspección nacional lo llama pro-senderismo. Al deseo de investigar el pasado le opone el deseo de enterrar el pasado: antes que la memoria, propone la amnesia; antes que la justicia, la amnistía; antes que el castigo a la inmoralidad, la absolución a ciegas y el indulto. Sus objetivos políticos --que son indeferenciables de los objetivos de cualquier banda criminal-- le dan carta blanca para agredir y menospreciar algunos de los frutos más cruciales de la razón contemporánea, como la idea de la universalidad de los derechos humanos.

La censura, el negacionismo, el olvido del pasado, la persecución contra entidades académicas: todas esas actitudes (en las que el fujimorismo se confunde con la cúpula de la Iglesia Católica), convertidas en consigna y defendidas con beligerancia, comparten un mismo espíritu: el rechazo a la reflexión, la reivindicación de la ignorancia y la arbitraria redefinición de la realidad.

Y, por cierto, esto que digo no son cosas abstractas y lejanas. Uno puede confirmarlas cada día, cada vez que una muestra de arte es castigada sin ser siquiera vista, cada vez que un político corrupto es reelecto como si entre él y su pasado no existiera relación alguna, cada vez que un nuevo elemento del mundo es transformado en una versión aberrante de sí mismo y las torturas se vuelven "autotorturas"; los asesinatos se transforman en "excesos"; las mujeres no son esterilizadas contra su voluntad sino "sin su voluntad"; los progresistas, los socialistas e incluso los liberales son rebautizados como "caviares" (incluso los que viven en una casita modesta de cualquier barrio marginal); los homicidas masivos son "patriotas"; los reaccionarios más cavernícolas se hacen llamar "liberales" y los antiguos propagandistas de la dictadura se convierten en "referentes" del periodismo en vez de ser investigados por él y desterrados de él.

¿La respuesta fujimorista a cualquier reivindicación de la inteligencia? La llaman "elitismo", "academicismo", exactamente igual que el Tea Party americano. La describen como un ataque contra el alma del pueblo, una actitud desdeñosa contra el sentido común popular. (Y también para cualquier moral que tenga un cierto aroma a ilustración tienen un nombre diferente: "moralina". Y entonces no existe una moral progresista: sólo existe "moralina caviar"). Como si algo en el carácter de un pueblo fuera abolido por la reflexión, la razón y el ejercicio de la racionalidad. La verdad tiene esos mismos elementos pero su concatenación es distinta: el fujimorismo, la derecha peruana, como la americana, desean la propagación de la ignorancia, quieren un pueblo que acepte cualquier sucedáneo de la verdad en lugar de la verdad. ¿Por qué no existe un pensamiento fujimorista? Porque el fujimorismo es enemigo del pensamiento, en general.


9.11.12

Como crece pelo de cadáver

Hamlet y la calavera de Yorick,
su memento mori.
Un lugar común en la literatura de horror (lugar común también afuera de la literatura de horror, y también fuera de la literatura por completo) es la idea de que, tras la muerte, ciertas partes de un cadáver siguen creciendo: el pelo y las uñas.

Hay miles de testimonios y miles de testigos oculares y hubo incluso alguno que otro maniático medieval o renacentista que se dio el trabajo de comprobarlo midiendo el cabello y las uñas de alguien en el momento de la muerte y midiéndolos de nuevo días o semanas después. Uno puede suponer que quien hace tal cosa da suficientes señales de locura como para no hacerle mucho caso, pero, ojo: de ese tipo de locura están empedrados los caminos de la ciencia.

Médicos y biólogos contemporáneos han seguido el mismo procedimiento para demostrar lo contrario. El punto de partida es ciencia elemental: el crecimiento del pelo y de las uñas implica tal cantidad de operaciones hormonales complejas en el cuerpo, que es simplemente imposible imaginar que sigan ocurriendo tras la muerte. ¿Qué cosa es, entonces, eso que tantas personas dicen haber visto con sus propios ojos, medido con sus propios instrumentos?

Algo más simple y sin embargo no menos aterrador: todos los tejidos blandos del cuerpo, debido a la deshidratación inmediata de la muerte, disminuyen de tamaño: se encogen y se retraen, pero las uñas y los cabellos siguen para siempre del tamaño exacto que tenían al morir la persona, de modo que, en efecto, armado de huinchas y centímetros, yo puedo confirmar que sobresalen más que antes sobre los dedos o la piel, pero es porque los dedos y la piel han retrocedido.

"Como se va vida o como crece pelo de cadáver", escribió Martín Adán, en La piedra absoluta, para contar el horror del cuerpo que sigue aborreciblemente prosperando tras el cese de la existencia, como si una forma indescifrable de vida fuera posible dentro de la muerte, como si la muerte tuviera, también, para pánico nuestro, un tiempo y un devenir: como si no fuera lo último y el cadáver quedara para siempre enredado en un eterno laberinto lineal.

Varios años antes, en el famoso inicio del poema LV de Trilce, Vallejo escribió:
"Samain diría el aire es quieto y de una contenida tristeza.
Vallejo dice hoy la Muerte está soldando cada lindero a cada hebra de cabello perdido, desde la cubeta de un frontal..."
Ahí estaba ya la imagen del cabello que sigue prolongándose en la muerte, desde el hueso, esta vez contrastada con la idea de la muerte como la cesación absoluta del tiempo, que Vallejo establece en la paráfrasis del poeta francés Albert Samain. Para Samain, en la muerte, "el aire es quieto". Para Vallejo, el tiempo sigue corriendo y la muerte es acción: "está soldando cada lindero a cada hebra de cabello perdido". Pero es acción finalizadora: es una clausura.

En el arte europeo medieval y más aun en el Renacimiento, en el barroco español, en la literatura isabelina, se multiplicaron los ejemplos del tópico del memento mori, el anuncio de la muerte venidera que nos rodea en cada instante de la vida (el memento mori es la calavera de Yorick en las manos de Hamlet, para citar su encarnación más popular). En los dos poetas peruanos, el tópico está trastrocado: el cadáver o la calavera no son, como lo es todo objeto en deterioro en cierto soneto de Quevedo ("Miré los muros de la patria mía"), un "recuerdo de la muerte". Por el contrario: la muerte es recuerdo de la vida.

Que el referente de Adán y Vallejo sea un error común no inhabilita la imagen: la literatura trabaja sobre saberes y creencias, no sobre en la inequívoca confirmación de verdades absolutas.

Que la imagen de Vallejo, reconfigurada sobre el tópico antiguo (y establecida en contraste con la poesía de Samain), rebrote a su vez en el poema de Adán, en cambio, es un curioso recuerdo de la manera en que se reproduce la literatura: en el trabajo de recolección de cadáveres ajenos, en el ejercicio sabio y penoso de regresar sobre los viejos referentes, asumirlos, modificarlos, apropiarse de ellos. La poesía de Vallejo vive en la poesía de Adán, y crece en ella, "como crece pelo de cadáver": entra en otro tiempo, que es eterno. Una idea falsa se vuelve un símbolo verdadero: ese es el espacio de la literatura.

...

8.11.12

Lennon, Kenzaburo Oe, el arte como conversación

Página 8 de la carta de Lennon a Clapton.
Poco después de la separación oficial de los Beatles, en 1971, John Lennon le envió a Eric Clapton una carta en la que lo invitaba a formar juntos una nueva banda:

"Ambos hemos atravesado el mismo tipo de dificultades... y sé que nos podríamos ayudar mutuamente, pero, sobre todo, Eric, sé que puedo hacer que surja algo muy grande; de hecho, algo en ti que sea incluso más grande de lo que ya ha sido evidente en tu música, y espero hacer que surja la misma clase de grandeza en todos nosotoros, cosa que sé que ocurrirá cuando nos juntemos, si llegamos a hacerlo".

("Both of us have been thru the same kind of [difficulties] that I know you’ve had,” Lennon wrote, “and I know we could help each other in that area — but mainly Eric — I know I can bring out something great — in fact greater in you that had been so far evident in your music, I hope to bring out the same kind of greatness in all of us — which I know will happen if/when we get together.")

Como escritor, cada vez que me encuentro con ese tipo de testimonio, siento envidia de los músicos. En la literatura, claro, hay algunos ejemplos de escritores entusiasmados por la colaboración. Joseph Conrad escribía ficción en pareja con Ford Maddox Fox; Eliot aceptó las colosales modificaciones que Pound sugirió en su poesía; muchos dadaístas y surrealistas creaban en equipo; el caso de Borges y Bioy es célebre; hay varios más. Pero la literatura suele ser, por lo común, un ejercicio solitario.

Lennon y Clapton en la grabación de un programa televisivo.

Y no hay nada de malo en eso. La música llama a la colaboración, naturalmente, debido a una serie de condiciones formales y estéticas que no están presentes en la literatura, excepto si se cuenta dentro del campo de la literatura la labor de cierto tipo de colectivo teatral o ciertas ramas de la novela gráfica, pero esos son, claramente, ejercicios que se construyen en la intersección con otras artes. En la historia de la literatura no existe nada comparable con esa artista bicéfalo que conocemos como Lennon & McCartney, por ejemplo.

Pero incluso considerando todo eso, resulta todavía llamativo lo otro. Es casi imposible imaginar a un gran escritor diciéndole a otro algo como "creo que puedo hacer algo para que tú produzcas obras de arte extraordinarias y estoy dispuesto a hacerlo y además creo que tú también puedes mejorar los estándares de mi propio trabajo y quiero pedirte que lo hagas".

Personalmente, sin embargo, no me puedo quejar: tengo tantos amigos a los que molesto para pedirles que lean las cosas que escribo, mientras las estoy escribiendo, y tantos de ellos aceptan y me dan consejos y me hacen observaciones, que en cierta manera es justo decir que mi propio trabajo es, en cierta forma, trabajo en colaboración. No entiendo exactamente por qué, pero algo en mí me hace sentir que las cosas que escribo --puede ser una novela o un libro de ensayos-- no pueden esperar hasta estar terminadas para convertirse en parte de un diálogo: necesito que empiecen a comunicarse con gente de carne y hueso aún antes de su conclusión.

Hace años que sueño con una novela epistolar escrita en colaboración con alguien más, contada a través de las cartas de dos personajes, en la que yo escriba los textos de un personaje y mi coautor las del otro. De hecho, dos veces he comenzado el proceso, con dos amigos escritores, y ambas veces la cosa quedó interrumpida por la irrupción de un rasgo real en la escritura de cartas (más precisamente, correos electrónicos): de pronto pasa que uno deja de escribirle a un amigo, o el amigo deja de escribirle a uno, no porque pase nada malo, sino porque así son las amistades a la distancia, y cuando ocurrió eso con mis amigos y conmigo, la novela quedó ahí.

La más reciente edición.
La novela más reciente de Kenzaburo Oe, que yo he leído en su traducción al inglés --The Changeling-- la protagonizan dos amigos, uno de ellos un escritor, el otro, un cineasta. El cineasta ha muerto, pero poco tiempo antes de morir ha grabado una serie de cintas que son como largos monólogos dirigidos al amigo, quien los escucha, uno cada noche, y los va interrumpiendo para responder o comentar lo dicho por el otro, de modo que el asunto va cobrando la forma de una conversación, un diálogo en el que uno interlocutor está en el mundo de los vivos y el otro en el mundo de los muertos.

Hay, por supuesto, muchas otras dimensiones en la novela, pero yo me quedo con esa: la necesidad de diálogo de los dos artistas --son amigos de muchos años, el escritor está casado con la hermana del cineasta--: el extraño y antiguo tocacintas que les permite comunicarse parece un emblema del poder del arte, capaz de poner a conversar a dos seres no solo separados por una distancia física y dislocados uno del otro por un desfase temporal, sino además alejados por su pertenencia a dos órdenes distintos del universo: el mundo sublunar y el más allá.

Al final, el arte sólo puede existir como acto comunicativo y en verdad no hay artista que no elabore su obra en colaboración. Algunos tienen que hacer la colaboración patente, tangible e inmediata, como Lennon; otros tienen la paciencia de esperar que los ciclos se cierren solos; otros, como Oe, pueden incluso hacer de ese círculo (siempre a punto de cerrarse) el objeto de su representación.

...

4.11.12

Un pluralismo singular

Mi propuesta de formar un patronazgo de expertos en gestión cultural que construyan un proyecto coherente y significativo para la Casa de la Literatura y que permitan que esa institución mantenga una línea constructiva sin importar los cambios eventuales de gobierno, es decir, sin convertirse en instrumento de propaganda de izquierda o de derecha según vaya pasando de mano en mano el poder ejecutivo, ha sido descalificada por alguien como un plan "neoliberal".

Desde la otra orilla política, alguien me ha atribuido, falsamente, la propuesta de convertir la Casa de la Literatura en un organismo que "dicte" las políticas educativas referidas a los programas escolares de lectura, dejando de lado las disposiciones del Congreso, del Ministerio de Educación, etc. Algo así como si yo estuviera planteando que la Casa de la Literatura se transformara en una suerte de Politburó de la cultura, saltándose el orden democrático y la organización del ejecutivo.

Alguien ha dicho que detrás de todos mis posts se esconde mi intención de volver al Perú y, de alguna manera no especificada, convertirme en director de la Casa de la Literatura, desde la cual yo me encargaría --volvemos a lo mismo-- de impulsar y probablemente imponer mi propia "agenda" respecto a la enseñanza de literatura en los colegios peruanos. Todo un autócrata.

Lo curioso del caso es que quienes me ven como "neoliberal", quienes me ven como una especie de remanente de la Revolución Cultural maoísta y quienes me ven como un dictadorzuelo autárquico en vías de apropiarse del poder no son tres personas distintas, sino una sola: Américo Mendoza Mori, que ha hecho esas tres crítias, hilarantemente contradictorias, en el blog de la Red Literaria Peruana y en su página de Facebook. No necesito decir que todas las cosas que afirma Mendoza Mori sobre mí son completamente imaginarias: básicamente, son mentiras (1).

En el Perú se ha extendido ese síndrome de la descalificación sin argumentos que se reduce a la práctica de llamar al otro, por ejemplo, "neoliberal", como si con ello todo lo propuesto por la persona con la que uno discute se transformara mágicamente en falso o en erróneo o en abiertamente ridículo. (Lo mismo ocurre con "socialista", "comunista", "caviar", etc: lanzas la etiqueta como quien tira una piedra y se acabó la discusión; si pudes lanzarlas todas a la vez, mejor).

"Neoliberal" es básicamente la palabra que se usa cuando "liberal" suena demasiado elogioso y uno no tiene ganas de elogiar al otro. Es como llamar "caviar" a alguien porque "progesista" suena demasiado bien. O cuando llaman "facho" a cualquier conservador porque "conservador" no resulta suficientemente descalificador. Uno puede convivir con liberales, progresistas y conservadores, pero de ninguna manera con neoliberales, caviares y fachos.

¿Qué tiene de "neoliberal" la idea de formar un comité de expertos en gestión cultural que se encarguen de plantear políticas culturales de largo plazo como proyecto coherente para el funcionamiento de la Casa de la Literatura? Absolutamente nada. Si eso fuera "neoliberalismo", tendríamos que asumir que la inmensa mayoría de las grandes instituciones culturales europeas son "neoliberales": los grandes museos, las grandes sinfónicas, los ballets nacionales, las casas de la cultura, que suelen administrarse de esa manera, en muchos casos, desde décadas e incluso siglos antes de que alguien propusiera la existencia de algo llamado "neoliberalismo", y que siguen existiendo pese al relevo de gobiernos de derecha y de izquierda, e incluso de gobiernos radicales de uno y otro lado.

La manera en que algunos defensores del status quo de la Casa de la Literatura están respondiendo a mis críticas es el mejor síntoma de lo que está mal con esa institución. Yo planteo que se discuta para qué debería servir la Casa y cuáles deberían ser sus objetivos, de qué manera debería construirse si quiere ser un proyecto a largo plazo, o un proyecto permanente; que se debata qué temas relacionados con la literatura en el Perú deberían ser de interés para la institución, y también cuáles no. Propongo que la Casa deje de actuar como un centro cultural descriteriado que avanza a manotazos sin saber hacia dónde y se convierta en un inteligente promotor de diálogos sobre los temas de fondo de la literatura peruana.

Pero la sola sugerencia de que ese debate debería llevarse a cabo parece ser demasiado: de inmediato el debate se clausura y comienzan los chismes malintencionados, los rumores rápidamente imaginados para descalificar al interlocutor; para que no haya un interlocutor.

Una de las críticas centrales que formulo es que la Casa de la Literatura ha existido exactamente durante el mismo periodo en que el Estado ha desmontado y destruido el currículo de lecturas literarias en las escuelas peruanas y lo ha hecho depender del capricho de editores y comerciantes, y que, sin embargo, la Casa de la Literatura no ha propiciado ni siquiera una vez una discusión sobre ese tema, demostrando una despreocupación y una irrelevancia anonadante ante los grandes problemas de la literatura en el Perú, aquellos que no sólo competen a escritores y editores, sino a todos los peruanos.

¿Qué se me responde? Que la casa ha promovido infinitas sesiones de títetes y cuenta-cuentos para los niños limeños. Me parece notable que se haga llegar algo siquiera liminarmente representativo de la literatura peruana a nuestros niños, pero necesito que alguien me explique cómo es que eso subsana la absoluta apatía de la Casa frente al problema real de que esos mismos niños estén sometidos a uno de los regímenes escolares más absurdos que hayan sido inventados en el mundo. Es más, como dije antes, la Casa incluso ha patrocinado algunos de los negocios más arbitrarios montados a expensas de los niños peruanos dentro del marco del Plan Lector.


El absurdo es este: mantener una organización que dice encargase de promover la cultura literaria en el Perú pero que está dispuesta a observar silenciosamente cómo esa cultura es destruida desde sus cimientos. Y hacerlo con dinero público. Y responder con mentiras y equivocos y arbitrariedades, como lo hace, por ejemplo, Américo Mendoza, a quien plantee una crítica de todo ello.

La Casa, irónicamente, se enorgullece de su pluralismo, porque ha abierto sus puertas a miles de personas distintas para que presenten sus libros, lean sus poemas, monten sus performances, etc. Hay un grupo que no parece representado ahí: los compradores obligados de libros del Plan Lector. Los niños que leen cosas que son irrelevantes para su formación y los padres que pagan de sus bolsillos por una educación literaria menesterosa. ¿Quieren pluralismo? ¿Quieren ser una casa verdadera para la literatura peruana? Escuchen a los lectores. Nunca está de más. Sean realmente democráticos: convoquen al debate. Nunca está de más. Oigan a quienes piensan distinto. Nunca está de más.

___________
(1) Cuando le he demostrado que yo jamás he propuesto que la Casa de la Literatura debiera dictar políticas de enseñanza, Mendoza Mori ha cambiado ligeramente su texto del blog, añadiendo un par de signos de interrogación: ahora no afirma que yo dije tal cosa; ahora solamente dice que lo "sugiero". Como dicen por ahí: "same difference". Mendoza Mori --para decirlo con simpleza-- miente. En su página de Facebook, donde dijo aquella tontería de que detrás de mis críticas estaba mi intención de convertirme en director de la Casa del Libro, lo que ha hecho ahora Mendoza Mori es borrar todo el post, no porque se arrepienta de las mentiras dichas por él, sino para no dejar rastro de mis comentarios. (Las mentiras las ha cambiado ahora por otras mentiras nuevas en otro post).
...

3.11.12

La Casa de la Propaganda

...
Como sabemos, existe la posibilidad de que la Presidencia del Consejo de Ministro tome el local de la antigua estación de trenes de Desemparados, desalojando para ello a la Casa de la Literatura Peruana. Ante esa amenaza, más de una actividad se ha organizado como respuesta: hoy sábado 3 a las 7 pm se anuncia un recital poético de protesta en la Casa misma; para mañana, domingo 4, se ha convocado a un "plantón" en la Feria del Libro.

De hecho, daría la impresión de que por fin los directivos de la Casa de la Literatura han detectado cuál es el problema más grave de los que aquejan al ejercicio literario en el Perú: el posible cierre de la misma Casa. Ninguna otra cosa los ha movilizado de manera siquiera comparable.

Hay quienes pensamos que el problema mayor que ha enfrentado la literatura peruana, como parte de la esfera pública de nuestra sociedad, en años recientes, es la creación del Plan Lector, una iniciativa convertida en ley que deja la construcción de los programas de lecturas literarias de todos los colegios del Perú en manos de editoriales privadas y proyectos de promoción cultural también privados, sin ninguna limitación a las lecturas que puedan llegar a los colegios y sin ningún conjunto de estándares de calidad que garanticen que esas lecturas contribuyan a la educación de los escolares, en vez de minarla y debilitarla.

Uno pensaría que ese asunto debía preocupar y desvelar a los directivos de una institución como la Casa de la Literatura. Lo cierto es que, ante esa destrucción de las posibilidades de diseñar un programa de lecturas literarias coherente, didáctico, inteligente, racional, la reacción de la Casa de la Literatura ha sido peor que el simple silencio: la Casa de la Literatura se asoció a diversas iniciativas para promover el Plan Lector.

Entre esas iniciativas no sólo estuvo la de coordinar con otras entidades estatales, como la Dirección Regional de Eduación de Lima Metropolitana. La Casa de la Literatura dio pasos menos comprensibles, como respaldar y promover algunos de los proyectos privados más cuestionables que se hayan llevado a cabo dentro del marco del Plan Lector, como los que dirige uno de los autores de la ley original, el escritor Javier Arévalo, invitado constante de la Casa de la Literatura, que ha tenido el raro privilegio de que la Casa patrocine colecciones de su sello Recreo.


En posts de mi blog anterior me referí a los problemas particulares generados por la pobreza intelectual y la total carencia de lineamientos pedagógicos del Plan Lector y de los proyectos privados que se han cobijado en él para copar, como si se tratara de cualquier otro mercado, el gigantescomercado editorial literario que conforman los millones de escolares del Perú. Pueden ver algunas de mis críticas aquí, aquí, aunque son muchas más.

Uno esperaría que la Casa de la Literatura hubiera servido para algo más que la promoción y el patrocinio de un plan tan pobremente diseñado: debió servir para su discusión y su reforma y para propiciar su reemplazo por alguna iniciativa más sostenible, más didáctica, más pedagógica, menos obsesionada con las ventas y el autobombo (a Arévalo y a su socio Gustavo Rodríguez, por ejemplo, parece que les resulta imposible abstenerse de vender los libros de su propia autoría dentro de los paquetes del Plan Lector de Recreo, como si de alguna manera el dirigir un proyecto cultural los convirtiera a ellos personalmente en lectura escolar indispensable).

La Casa de la Literatura ha tenido muchos otros problemas. Para comenzar, sus orientadores, estudiantes y graduados de literatura de diversas universidades, fueron sujetos a diversos regímenes laborales francamente explotadores: eran "terceros" que daban un servicio privado, sin seguro médico, sin CTS, sin AFP. Luego los pasaron al régimen CAS (contratos administrativos de servicios, una forma de vinculación tan endeble que de hecho el Congreso mismo la revisó recientemente porque dejaba a los trabajadores ajenos a otra serie de beneficios laborales). Tras el paso del gobierno de García al de Humala, esos mismos orientadores fueron dejados al garete, sin que se les cancelaran sus pagos durante varios meses.

Esos orientadores, sin embargo, y esto me consta de manera personal, se daban el tiempo y la iniciativa para construir proyectos abiertos y pluralistas de promoción cultural, como la famosa revista que hace ya dos años o más era de lanzamiento inminente, pero que la dirección de la Casa echó al tacho de basura sin siquiera molestarse en contactar a quienes habían diseñado el proyecto, o a quienes habían colaborado en él, pese a que lo habían hecho con la aprobación de esa misma dirección.

No resulta difícil comprender por qué el pluralismo no es un fuerte de la Casa de la Literatura: basta con comprobar el carácter eminentemente propagandístico de muchas de las instalaciones: los paneles alusivos a la obra del aprista Luis Alberto Sánchez destacaban por encima de los de cualquier otro, como si en verdad Sánchez fuera el nombre clave del pensamiento literario en el Perú. Los videos en pésimo estado del programa televisivo que dirigió en los años ochenta observaban a los visitantes desde monitores en cinco salas de la Casa, hasta que los aparatos fueron colapsando uno tras otro.

Insólitamente, uno de los paneles de la sala 8 rinde un homenaje semejante a Víctor Raúl Haya de la Torre, como "eminente" analista del devenir de la literatura peruana, y, hasta hace muy poco, una sala entera estaba dedicada al grupo de los "Poetas del Pueblo", es decir, a Magda Portal, Nicanor de la Fuente, Julio Garrido y otros escritores apristas (varios de ellos aparecen con Haya en la foto que ilustra este post), un énfasis que violenta cualquier concepción más o menos objetiva e imparcial que se quiera tener de la literatura peruana.

(Los paneles, por otro lado, suelen estar llenos de erratas y de información alucinantemente inexacta y a veces escandalosa. Un panel informa o informaba que las leyendas incas se habían conservado gracias a la llegada de los españoles, sin cuya conquista se hubieran perdido para siempre. Así como lo oyen: los españoles salvaron el legado cultural inca; supongo que lo hicieron mediante el método de destruir la cultura inca).

Es curioso que uno de los comunicados en que se convoca al público a las actividades de protesta de estos días diga, textualmente, que mantener la Casa de la Literatura en el local de la estación de Desamparados "no se trata del óptimo uso que se le puede dar al imponente monumento" pero que sí es "preferible al de oficinas administrativas de la PCM". Uno se pregunta por qué deberíamos conformarnos con usos que no fueran óptimos: ¿cuál es el proyecto que, en caso de ser presentado, sí legitimaría la posible reubicación de la Casa de la Literatura en algún otro local?

En esa misma línea, y ya que se me ha criticado mucho por escribir estos posts, debo decir que lo hago por un solo motivo: no tenemos por qué aceptar una Casa de la Literatura que no sea óptima, que se conforme con promover la medianía y no aspire a lo mejor, que incentive pequeñas iniciativas sin evaluarlas ni criticarlas ni discutirlas y no demuestre un norte y un proyecto merecedor del apoyo incondicional del Estado. Los directivos de la Casa de la Literatura y quienes se adhieran a sus protestas deberían demostrar aunque sea con el esbozo de un proyecto coherente por qué esa institución puede resultar imprescindible, en vez de simplemente movilizarse para declararla imprescindible.

La Casa de la Literatura comenzó como instrumento de propaganda y aún no ha probado que pueda desprenderse de esa sombra. Todo su conflicto de ahora, en verdad, se deriva de ahí: con el cambio de gobierno, se ha convertido en un instrumento de propaganda para un ejecutivo que no es capaz de ver la literatura siquiera como instrumento de propaganda. Hora de cambiar. En su lugar actual o en cualquier otro.

...