18.2.12

Amistad y amiguismo en la literatura

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Inquisiciones, el primer libro de ensayos de Jorge Luis Borges, vendió cincuenta ejemplares. Los restantes, el mismo Borges los tomaba de la editorial y los llevaba consigo, dos o tres a la vez, y entonces iba a los cafés y preguntaba en el guardarropas cuál era el abrigo de Fulano y cuál era el sobretodo de Mengano y colocaba un ejemplar en sus bolsillos: quería que ciertas personas a las que admiraba lo leyeran.

Pocos le hicieron caso, algunos lo leyeron, otros habrán tirado el librito por ahí (y lo habrán recuperado como quien desentierra un tesoro, veinte años más tarde, en alguna segunda hilera de sus bibliotecas). Borges, sin embargo, tenía amigos, algunos de ellos muy influyentes en el mundo literario, y varios se dedicaron a criticarlo positivamente, a mencionar su nombre y recomendar su obra. Los acusaron de amiguismo, pero, al parecer, su opinión prevaleció.

De la primera novela de Juan Carlos Onetti, El pozo, se imprimieron quinientos ejemplares, en una de esas ediciones que hoy la gente llama “artesanales”. Se vendió sólo un puñado de ellos. Casi todos los ejemplares se amarillaron y se pudrieron en la única librería montevideana que aceptó ponerlos a la venta.

Durante la siguientes décadas, los amigos de Onetti repitieron mil veces que El pozo era una obra maestra y que Onetti era un genio. Casi veinticinco años más tarde, dos de esos amigos, Emir Rodríguez Monegal y Ángel Rama, publicaron una segunda edición, con prólogo del segundo, cuando Onetti ya era un consagrado y en el mundo se le empezaba a ver como el gran antecedente del Boom. Lo habían consagrado, en gran medida, ellos mismos, durante los años anteriores. ¿Es necesario decir que los acusaron de amiguismo?

Hay una cosa que la gente no suele entender en relación al mundo de la literatura: es que los escritores suelen hacerse amigos de los escritores a los que admiran, por lo menos cuando son sus coetáneos y los tienen a la mano; que la admiración suele ser la base de su amistad.

No sé si es justo preguntarse si el escritor X habla bien del escritor Z porque es su amigo, pero sé que la pregunta es un poco impertinente porque nace de la sospecha y no pasa por ningún tipo de razonamiento. En cambio, es perfectamente razonable pensar que el escritor X y el escritor Z se han vuelto amigos porque encuentran cada uno en el otro una afinidad. Es razonable porque esa es exactamente la misma manera en la que todos los mortales hacemos amigos.

Yo, por lo menos, puedo decir algo sobre mí: no tengo amigos a los que no admire, sean amigos dentro o fuera de la literatura. Mis amigos pueden estar seguros de que hay algo en ellos que aprecio profundamente, y que no son mis amigos por obra del puro azar.

Por supuesto, un escritor también admira a otros escritores que no son sus amigos, eso ni siquiera vale la pena aclararlo. Y, sin embargo, en un sentido más trascendente y amplio de la noción de amistad, esa afirmación puede ser extrañamente falsa: ¿no es algo pasmosamente semejante a la amistad lo que un lector fervoroso y constante siente por un autor al que admira? ¿No es por eso que un lector puede sentirse orgulloso (al menos a mí me sucede a cada instante) de que un escritor a quien nunca ha conocido en persona publique un gran libro, escriba un notable artículo, ofrezca una declaración inteligente, casi como si se tratara del mismo orgullo que uno siente cuando descubre o redescubre el valor de un familiar, de un amigo cercano?

“A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires” es una frase de Borges que miles de bonaerenses repiten como si fueran las sabias palabras de su abuelo. Cuando Onetti murió, un artista gráfico diseñó sobre el techo de un edificio de su ciudad un cartel gigantesco que decía: “Onetti es Montevideo” (es la foto que ilustra este post). Pero Buenos Aires y Montevideo ignoraron a Borges y a Onetti cuando empezaron a publicar sus obras. Esa gran amistad que muchos bonaerenses y montevideanos sienten en la sangre cuando piensan en Borges y en Onetti no debe de ser muy distinta de la que sintieron las hermanas Ocampo o Emir Rodríguez Monegal cuando declararon genios a sus amigos. Por alguna parte hay que empezar; también las amistades populares y populosas que con el tiempo comparten millones de personas pueden comenzar en la mesa de un café o en la sala de una casa. No hay razón para sospechar de ellas.

Por supuesto, no faltará quien diga que este artículo es una defensa mía ante acusaciones similares y que además es hiperbólica porque yo no soy amigo de ningún genio universal (quizá de alguno en ciernes). Pero yo no creo que valga la pena considerar a la amistad un tabú en ningún campo de la experiencia humana, así que escribo sobre esto con la misma libertad con que escribo sobre cualquier otra cosa.

Es cierto: en el colmo de la paranoia, yo he sido acusado de ser amigo de mis amigos y de hablar bien de ellos. Como si lo contrario fuera la actitud moral que debe asumirse: hablar mal de los amigos o soterradamente odiarlos de todo corazón. Me queda un consuelo: he escrito críticas negativas de libros de amigos a los que aprecio y admiro, y, como tengo la suerte de no haber perdido la amistad de ninguno por mis críticas, siento el íntimo orgullo de no haberme equivocado al darles mi amistad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es que la amistad es distinta del amiguismo. Un crítico de verdad no va a alterar su juicio solamente porque entre sus manos tiene el libro de su amigo: o bien escribe lo que verdaderamente piensa o se queda callado. Lo que abundan son aquellos que intercambian elogios y hacen de la crítica una suerte de trueque, prostituyendo de esta manera la palabra "talento", tan común en todas las épocas.

El otro problema es que resulta muy difícil evaluar el verdadero talento de un contemporáneo; podemos distinguir a quien sobresale o a quien tiene ciertos rasgos de originalidad perceptibles ahora; pero lo más probable es que existan ciertas cosas que aún no podemos penetrar y que solamente el tiempo irá revelando. Después de todo, tal vez haya estado bien que Borges y Onetti hayan sido ignorados en su juventud; posiblemente una fama prematura les hubiera impuesto otro ritmo de vida, o lo que es peor, vuelto esclavos de la ilusión de la gloria.

Anónimo dijo...

Roncagliolo acaba de lanzar un libro sobre la relacion que tuvieron Lorca y Enrique Amorim, éste fue muy amigo de Borges,tal vez pueda explicar eso por qué Borges siempre aprovechó cualquier oportunidad para fregar con declaraciones sobre Lorca, del tipo de "tuvo la fortuna de ser ejecutado"....¿celos?

"La homosexualidad no era un tema del que se hablase en Argentina. Lorca lo llevaba con discreción. De hecho, en pleno éxito, las chicas se subían a la habitación de su hotel, errando el tiro, claro. Y sus amigos, a su vez, negaban que fuera homosexual", sostiene Roncagliolo. También Amorim ocultó su orientación sexual casándose con Esther, prima de Jorge Luis Borges. "No era tan raro que los homosexuales se casasen con mujeres que no querían un matrimonio, sino la independencia", apostilla el escritor.