29.2.12

Ceviche o muerte, venceremos

...
Ok, es oficial. En la sociedad peruana si un escritor como Iván Thays declara que la comida peruana le parece indigesta, lo que sigue es una catilinaria de ataques, agravios, insultos y desplantes. Pero si un escritor como Oswaldo Reynoso declara públicamente que Sendero Luminoso no fue un grupo terrorista, que sus acciones no fueron negativas para el país y que Abimael Guzmán es un humanista, al 99.99% de los peruanos le importa un reverendo pepino.

Ahora quiero que quienes se abalanzaron sobre el primero me expliquen por qué no les importa lo dicho por el segundo. ¿Cuáles son las posibles respuestas a esa pregunta? ¿Que el tema de la gastronomía es más relevante que el tema de la guerra, la violencia y la memoria? ¿Que el tema de la cocina peruana es más sensible y delicado que el del asesinato masivo, los juicios populares, las matanzas, las desapariciones? ¿Que lo primero fue un verdadero agravio contra la patria y lo segundo es solamente un comentario olvidable?

La comparación entre ambas reacciones (o la reacción en el primer caso y la falta de reacción en el segundo) no es arbitraria: creo que es un síntoma de algo que muchos venimos denunciando desde hace tiempo: los peruanos están perdiendo cada vez más radicalmente la brújula moral y un mínimo sentido de cuáles son sus prioridades como sociedad; están confundiendo lo trivial con lo medular, voluntariamente relegando discusiones centrales para reemplazarlas, literalmente, con sobremesas que son la nueva forma nacional de ejercer la negación y la autorrepresión; están viviendo en una burbuja.

Mientras tanto, la violencia que nuestra sociedad genera va hirviendo en otros nichos, empezando a hacer ebullición en lugares de nuestra sociedad que preferimos no mirar o que miramos con la misma liviandad con que miramos todo: el desprecio social a los marginados, el robo de agencia a las comunidades indígenas, el racismo supérstite, el centralismo: todo va alineándose de una manera tal que nos puede conducir directamente a abismos muy semejantes a aquellos por los que nos desbarrancamos en el pasado reciente.

Es sintomático que se reprima abiertamente a quien parece atacar los símbolos de nuestra imaginaria cohesión nacional (como esa culinaria que disfruta una fracción mínima de los peruanos pero que se quiere defender como si fuera nuestra nueva bandera de inclusión) y al mismo tiempo se ignore como si no estuvieran allí a quienes atacan las verdades fundamentales de nuestra historia contemporánea, del modo en que lo ha hecho Reynoso en su entrevista con El Comercio. Es sintomático que una entrevista así salga publicada en el diario más emblemático de la prensa peruana y la respuesta sea igual a cero.

Es cierto: sí se celebra la captura de Artemio y sí se reacciona contra la programática limpieza de fachada que Sendero Luminoso intenta practicar a través de Movadef. Pero sólo tenemos una capacidad racional de respuesta ante esas cosas, que son las más evidentes. No tenemos, en cambio, ninguna forma de coherencia intelectual que nos haga denunciar por igual a todos los que atentan contra la estabilidad de la nación mediante otros recursos, como el revisionismo de Reynoso, el revisionismo fujimorista, la brutalidad violentista que promovió Alan García en sus tratos con las protestas provincianas, etc.

¿Este domingo, algún programa de televisión invitará a Reynoso a repetir en pantallas lo dicho en El Comercio? ¿Alguno de nuestros periodistas más visibles lo encarará, no con los modales macartistas de esa derecha tuerta estilo Aldo Mariátegui, que sólo acusa a quienes defienden la violencia desde la izquierda pero que a la vez promueve otras formas de violencia de derecha? ¿Alguien empezará un debate serio a partir del hecho de que uno de nuestros escritores canónicos, uno de los escritores que nuestros niños y jóvenes siguen leyendo en las escuelas, pueda decir cosas como las dichas por Reynoso y no encontrarse con la indignación de las mayorías? (Y también: ¿alguna figura visible de la izquierda, o algún escritor de izquierda, saldrá al frente de lo dicho por Reynoso y se atreverá a enmendarle la plana a quien es visto como uno de los patriarcas de los escritores de izquierda en el país?).

Si la lógica es que no hay que darles tribuna a quienes dicen cosas como las declaradas por Reynoso, creo que ese es un razonamiento tonto. Ese tipo de revisionismo tiene que ser denunciado y aireado, tiene que hacerse conocido porque no hay otra posibilidad si queremos responderlo y desmontarlo.

Hace sólo unos días defendí el derecho del escritor Rafael Inocente a conservar su trabajo en un organismo estatal a pesar de unas declaraciones suyas en las que describía a Abimael Guzmán como "un intelectual". Lo hice porque me pareció justo y a pesar de que Inocente no es --usemos el cliché-- santo de mi devoción. También defiendo el derecho de Reynoso a pensar lo que piensa, aunque sus ideas me parecen aborrecibles. Pero la gracia de la democracia bien entendida es, precisamente, que todas las ideas pueden ser expresadas porque todas pueden ser respondidas. ¿Por qué renunciar a la respuesta?

A Reynoso hay que responderle. Mi estúpida desviación académica e intelectualista, de seguro, es lo que me hace creer que esa respuesta es más necesaria que la respuesta a los ataques de Iván Thays contra la majestad del arroz con pato; muchísimos otros parecen implícitamente juzgar lo contrario. Cuando el Perú regrese a la violencia (y ojalá no ocurra), será tarde para que digamos "¿saben qué?, quizás debimos hablar de esto un poco más que sobre nuestro plato favorito".

Desgraciadamente, creo que una de las razones adicionales para la falta de contestaciones a las palabras de Reynoso es que son simplemente las declaraciones de un escritor, de un simple intelectual. Y allí es donde Thays y Reynoso sí son medidos, irónicamente, con el mismo rasero: el primero es un simple escritor que no tiene derecho a opinar contra la mayoría, y así se le hizo saber; el segundo es un simple escritor cuyas palabras son irrelevantes porque vienen de un intelectual. Casi dan ganas de que un cocinero defienda las acciones de Sendero Luminoso; quizás entonces le prestaríamos atención al hecho. Y así estamos.
...

28.2.12

Oswaldo Reynoso: Sendero Luminoso no fue negativo

...
Según Oswaldo Reynoso, los senderistas no son terroristas y sus acciones no fueron negativas para el país. A Reynoso no le basta con decir que Abimael Guzmán es un "intelectual", sino que lo declara "un humanista". ¿Por qué? Porque leía libros y "le agradaba la música, la pintura".

O sea que ya saben: un humanista es alguien a quien le gustan los cuadros, los libros y la música, no importa que su gusto por los libros se traduzca en la escritura de consignas destructivas; su gusto por los cuadros, en miles de afiches destinados a promover el culto a su personalidad; su gusto por la música, en himnos sobre la aniquilación. Y no importa que fanáticamente ordene el asesinato de decenas de miles de seres humanos.

Después, si uno dice que la posición de Reynoso ante Sendero Luminoso es por lo menos lamentable, a uno lo acusan de ser un cazador de brujas, un macartista, etc. Lo cierto es que las declaraciones de Reynoso no sólo lo muestran como un justificador del terrorismo senderista (y del MRTA), sino como un verdadero banalizador de la historia del horror en el Perú.

La entrevista en que afirma esas cosas, dicho sea de paso, sale publicada hoy en Perú 21, y tal parece que esas tres afirmaciones (que Sendero Luminoso y el MRTA no eran grupos terroristas; que sus acciones no fueron negativas para el país; que Abimael Guzmán era un humanista) no sólo no sorprenden a los editores del diario, sino que ni siquiera las juzgan lo suficientemente importantes como para destacarlas: el titular es un anodino "En el Perú hay muchos prosistas prosaicos".

Si creen que exagero, lean este fragmento de la entrevista:

En Ayacucho usted trabajó y conoció a Abimael Guzmán.

Yo lo conocí en Arequipa. Cuando llegué a la universidad de Huamanga lo encontré allí, pero la amistad con él viene de Arequipa.

Decía sobre él que tenía "una gran preparación, que era muy inteligente y conocía mucho de literatura".

Por supuesto. Era muy inteligente, con gran conocimiento de literatura, le agradaba la música, la pintura. Era verdaderamente un humanista.

¿Por qué cree que este respetable profesor universitario empezó con la denominada lucha armada?

Mire, usted, en el año 70 en la universidad peruana se dio un debate ideológico como nunca antes se había dado. Tanto la derecha como la izquierda discutían la caracterización de la sociedad peruana y si había necesidad de cambiar o no al país. Y se hablaba de condiciones objetivas y subjetivas. Hay dos partidos políticos que dieron el paso al frente: Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). A eso se debe, y los demás pasaron a hacer una política para llegar al Parlamento o tomar sindicatos.

Y ya con el paso de los años, ¿no cree que este paso ha sido negativo para el país?

No me parece, porque el Perú no ha resuelto sus problemas. Los problemas del Perú se han agudizado y Sendero y el MRTA son una etapa en el proceso histórico del país.

¿Usted los considera grupos terroristas?

No, porque en ese caso tendríamos que decir que (Barack) Obama es un terrorista, que ordena bombardeos en ciudades. ¿Eso no es terrorismo? Esos son términos que habría que revisar. Siempre el que vence es el santo y el que pierde el criminal.

...

27.2.12

Discriminación lingüística


Una de las formas de discriminación más comunes y extendidas, en el Perú y en casi cualquier parte de la tierra, es la discriminación lingüística. Incluso quienes conscientemente se oponen a todas las formas de discriminación, suelen ejercer ésta, muchas veces sin notar que lo hacen, pero otras muchas veces con la intención clara de quien quiere colocarse en un plano superior al de los demás.

El asunto es especialmente sui géneris porque convierte al lenguaje en terreno e intrumento de la discriminación incluso en el caso de individuos que, en otras circunstancias, usan ese mismo lenguaje para combatir otras formas de segregación o al menos para expresar su rechazo hacia ellas o, por último, simplemente para describirse como enemigos de la discriminación en general.

El lenguaje puede servir de signo para orgullos nacionalistas: piensen en esas sociedades de América Latina que reclaman para sí el reconocimiento de hablar el “español más castizo”, el “más puro” o simplemente el “más bello”, y luego piensen si al hacer esa proclama no están afirmando también una cierta forma de superioridad sobre los hablantes de otras variedades del español.

Pero los casos más duros suelen darse dentro de una misma sociedad. En el Perú, por ejemplo, suele ser el caso de quienes hablan dentro de una norma estándar, asociada con una mejor educación formal, dentro de estratos socioeconómicos altos, donde no abundan (aunque existan), por ejemplo, las inflexiones, los giros y los colores adquiridos de lenguas andinas: suele ser el caso que esos hablantes tengan la idea de que el español que ellos hablan es más propio, más perfecto o más correcto que el hablado por quienes se mueven dentro de variantes andinas, que su castellano es, en resumen, superior al de los otros.

La sombra o la vibración del quechua debajo del español de un peruano suele ser objeto de desprecio o, por lo menos, de minusvaloración, de parte de quienes hablan un español más lejano de esa influencia. Una “r” sibilante, la pronunciación de la “e” cuando esperamos una “i”, etc.: hay montones de rasgos fonéticos que muchos hablantes (muchos hablantes limeños, por ejemplo) perciben no sólo como sonidos distintos, sino como rasgos descalificadores de clase y raciales.

“Hablar como serrano”, en el Perú, puede resultar tan ignominioso como tener la piel cobriza o llevar un apellido quechua. Quienes hacen esa operación mental para juzgar a los otros, no sólo están haciendo algo análogo a un juicio racista: están dando un paso dentro del terreno del racismo; quienes creen que los peruanos andinos deberían “mejorar” su español para hablar como ellos, están deseando algo tan arbitrario y absurdo como quien creyera que un negro o un mulato o un indígena necesitan tener la piel más blanca para estar a la altura de uno.

Dije que el lenguaje no sólo era terreno sino además instrumento de discriminación. Eso se debe a que usamos el lenguaje para jerarquizarnos: la norma más ligada con las clases altas se convierte en un rasero para medir a los demás; una mejor ortografía, una sintaxis más estándar. Usamos todo eso como una forma de capital y estamos dispuestos a hacer notar a los demás cuando su capital nos parece menor. 

La infame y recordada primera plana de Correo en la que Aldo Mariátegui descalificaba a una congresista andina, cuyo español era su segunda lengua, por los defectos de su ortografía, es el ejemplo que más rápidamente nos viene a la mente: la idea era simple: si esa es su manera de hablar, entonces es una ignorante y está descalificada para el cargo; no me puede representar porque yo soy superior; de allí a señalar la superioridad de toda una parte de la población sobre otra el paso es mínimo.

Pero demostrar la discriminación colocando como ejemplo a los que discriminan descaradamente y cada día y de las maneras más brutales no ilustra la dimensión real del problema. En días y semanas recientes he leído conversaciones en Facebook, en Twitter, en blogs y en comentarios de diarios online que de pronto eran cortadas, a la mitad de un argumento, cuando uno de los interlocutores hacía un paréntesis para corregir el lenguaje del otro.

Lo curioso es que he visto esa actitud de parte de directores de organismos de derechos humanos, de parte de personas de ONGs que trabajan por el desarrollo de poblaciones marginales, de parte de feministas, de parte de lingüistas profesionales; huelga decir que también la he visto en los Aldos Mariáteguis de este mundo. (Y no está de más decir que yo mismo solía hacerlo, aunque creo que he aprendido a combatirlo, sobre todo debido a la insistencia de mi amigo Miguel Rodríguez Mondoñedo, un lingüista que entiende la feroz agresividad que se esconde detrás de esas formas de descalificación).

¿Por qué digo que son formas de descalificación? Porque el mensaje que indefectiblemente habita bajo la superficie de esas alegaciones es la idea de que si tú y yo estamos teniendo una discusión pero tú no eres capaz siquiera de expresarte de la manera que yo juzgo correcta (o sea, de la manera en que yo me expreso), entonces tú no eres digno de que yo siga discutiendo contigo.

Incluso si, en la práctica, la situación se produce entre dos individuos de una misma clase social y una misma extracción étnica, esos seudo-diálogos suelen tener como propósito dejar en claro cuál de los dos combatientes captura la punta de la montaña, incluso si la montaña está siendo construida recién a la medida en que la conversación se produce. Y cuando no, cuando los interlocutores en efecto vienen de sectores distintos de la sociedad, entonces la llamada de atención sobre el habla ajena es una manera de recordarle al otro que su sitio está debajo del sitio de uno.

Y si permitimos esa jerarquización, entonces estamos reforzando la desigualdad, promoviendo el verticalismo de nuestra sociedad, quitándole a los más marginados (pero también a quienes han tenido quizás una menor educación formal o han conducido su vida fuera de una esfera intelectual) el primer instrumento con el que podrían expresar su reacción ante la injusticia social o simplemente su visión de la sociedad, que es el derecho a usar su propia voz y su propia palabra. Y en este caso, “voz” y “palabra” no son metáforas de otra cosa, de modo que decir que se les está amordazando es una descripción casi literal.

25.2.12

Bill Gates y los niños del Perú


Primero algunos datos para ponernos en contexto. Bill Gates tiene tanto dinero que si él se declarara república independiente y acogiera como único conciudadano a su esposa, el volumen de la economía de su nuevo país sería mayor que las reservas del Perú, de lejos. Bill Gates tiene dinero suficiente para pagar entera la deuda externa peruana ahora mismo y financiar completo el presupuesto del Perú el 2013. Eso se debe, entre otras cosas, a que él ha sido más sagaz con sus finanzas que el Estado peruano con las suyas.

Bill Gates es el segundo hombre más rico del planeta y también es —y esto es crucial recordarlo, porque nada más lejos de mi intención que satanizar al personaje— el segundo mayor filántropo de los Estados Unidos, y, con ello, uno de los mayores donantes a causas humanitarias y desarrollistas en la historia de la humanidad. Eso le da un poder específico y un poder simbólico que no necesariamente comparten otros billonarios: Bill Gates influye acaso más que ninguna otra persona en la forma en que la ayuda internacional se distribuye en el mundo.

Por eso es que ha ocasionado sorpresa y algún sobrecogimiento entre muchos peruanos la reciente declaración de Gates, quien, refiriéndose en particular al caso de la ayuda española, pero aludiendo en general a la forma en que se direcciona la ayuda humanitaria en el circuito internacional, ha declarado que la situación económica del Perú es tal que el país debería dejar de recibir la cantidad de ayuda económica que recibe en la actualidad. La cifra clave que ha mencionado es el ingreso promedio per cápita de los peruanos: cerca de diez mil dólares anuales (lo que, sin embargo, lo sitúa apenas en el puesto 79 del mundo), aunque no está de más mencionar que miembros del poder ejecutivo peruano han observado que esa cifra es engañosa y que en términos reales ese ingreso promedio debería calcularse por debajo de los seis mil dólares.

Creo que una persona en la posición de Gates debería ser un poco más cauta antes de hacer ese tipo de recomendaciones. Primero, claro está, porque existe la posibilidad de que la comunidad internacional le haga caso. Y, segundo, porque nadie mejor que él debería saber que el ingreso promedio de un país está lejos de ser un medidor legítimo si no se consideran tres datos previamente: cómo está distribuida la riqueza dentro de ese país; qué pasa con el promedio de ingresos per cápita cuando se considera sólo a la población que vive al otro lado del hiato entre las clases altas y los pobres; y el hecho simple de que quienes mueren en la desnutrición y la miseria en un país como el Perú son tan víctimas de la pobreza como quienes mueren por los mismos motivos en un país como Ruanda o como Haití.

Por supuesto, ningún país que esté empezando a salir, estadísticamente, del grupo de los más pobres, debería aceptar que su futuro dependiera de la ayuda humanitaria extranjera. Y está claro que, si el Perú está saliendo de la pobreza, aunque sea con gran lentitud, no es debido a las donaciones humanitarias, sino debido a factores de otro tipo. Pero hay que recordar datos como el del exministro de producción de Chile, un economista insospechable de ser enemigo de la economía de mercado, quien, estudiando el caso peruano, declaró apenas el año pasado que con nuestro ritmo de crecimiento y manteniéndose el modelo económico imperante (que ninguno de nuestros políticos parece demasiado inclinado a cambiar), el Perú sólo podría ejecutar una reducción drástica de la pobreza y de la pobreza extrema en un siglo, y que la única manera de modificar ese terrible destino (el destino de la pobreza secular) era la implementación de programas de desarrollo y asistencia social que el Perú no puede poner en marcha sin ayuda internacional.

Por eso, la recomendación de Bill Gates debería discutirse con cuidado. Y debería discutirse de manera especial cuál es la moral detrás de la sugerencia: una cosa es que un filántropo poderosísimo decida cuál es la dirección en la que quiere proyectar su ayuda; otra muy distinta es proponer que un país en particular, cuyo caso ese filántropo no ha estudiado jamás con especial detenimiento, se vea afectado súbitamente por la voluntad de una sola persona o por los proyectos de una sola persona. El boom inmobiliario de los barrios ricos de Lima no ha modificado crucialmente la situación del resto del país; las inversiones extranjeras ayudan a que, en la estadística, el país parezca menos pobre, pero muchas veces esas inversiones no sólo no ayudan a los más pobres sino que los atropellan y destruyen su derecho a cierta calidad mínima de vida (las inversiones mineras, por ejemplo, suelen aniquilar el hábitat de comunidades campesinas). Hay medio millón de niños con desnutrición crónica en el Perú y que sólo el 6% de esos niños vivan en la capital hace muy claro que las cifras limeñas modifican sustancialmente los promedios nacionales: si se descontara Lima, resultaría que los promedios de desnutrición crónica de las provincias del país son perfectamente comparables con los de algunos de los países más pobres del mundo.

Y a eso me referí cuando escribí, líneas arriba, que es necesario discutir la moral detrás de la sugerencia de Bill Gates: porque la vida humana no es cuestión de promedios nacionales, sino que tiene un valor individual, e, individualmente, contándolos uno por uno, en el Perú hay más niños con desnutrición crónica que en varios países africanos. (Incluso si nos quedamos en el ámbito de las estadísticas, el peruano promedio ingiere menos calorías que los habitantes de Surinam, Costa del Marfil, el Congo, Mali, Bermuda, Honduras o El Salvador). 

No digo esto porque se me ocurra llevar la discusión a un plano distinto, sino porque quiero llevar la discusión a los mismos términos en que Gates la ha planteado: “Todas las vidas valen lo mismo” (“All lives have equal value”), ha dicho. Y luego ha agregado que no tiene sentido darle “ayuda a países como Perú, un país con un mediano nivel de ingresos, mientras hay niños que mueren de malaria y gente que no recibe medicinas para el Sida”. ("When you give aid to countries like Peru, a middle-income country, while there are children dying of malaria and people who do not get medicines for AIDS, the result is quite different. When you help these countries with a sufficient level of wealth you have to ask why, why do you support it?”). Y la respuesta debería ser: porque todas las vidas humanas valen lo mismo y los niños que mueren de hipotermia y tuberculosis en los inviernos andinos no valen menos que ningún otro.

No es que los peruanos queramos evadir la responsabilidad de solucionar nuestros propios problemas y depender de la ayuda extranjera; no lo estamos haciendo. Es que hay infinitas disparidades e injusticias, incluyendo una divisoria étnica y unas formas de marginación que Gates no puede descubrir mirando un cuadro estadístico, pero sobre las cuales debería informarse antes de convocar a la comunidad internacional a sacar al Perú de la lista de los destinatarios de su ayuda.

24.2.12

Pequeño misterio

...
Este es el afiche de una película. ¿Alguien puede identificar de qué película se trata? Pista: es una película europea pero el tema original (de donde surgió la película) es peruano ciento por ciento. Ojalá alguien le atine; pero, si no, igual yo les cuento después cuál es la respuesta y la historia detrás de ella.
...

22.2.12

¿Progresista y misógino?

Yo no soy uno de esos antiguos izquierdistas que de chicos fueron más o menos radicales y que en sus cuarentas descubren, y en buena hora, que pueden vivir sin el radicalismo y seguir teniendo una conciencia social y seguir abogando por la democratización de la agencia ciudadana y seguir luchando por la igualdad y la inclusión social. Yo soy, más bien, alguien que de joven estuvo más inclinado al centro y a la derecha y que con los años han descubierto que hay cosas más interesantes y más decentes para hacer en un país como el Perú que esperar que el tiempo solo resuelva la injusticia mientras uno goza de los privilegios de la injusticia.

Eso me permite un privilegio distinto, sin embargo: yo no siento ninguna afinidad con los izquierdistas que siguen emperrados en un profundo conservadurismo cultural, que sería más justo no llamar siquiera conservadurismo porque es, más bien, un primitivismo retrógrado; ninguna afinidad con esas izquierdas que eligen qué tipo de tiranía desprecian y qué tipo de tiranía idolatran, qué líderes mesiánicos son detestables y qué líderes mesiánicos son dignos de una ciega idolatría, qué crímenes sociales son denunciables y sobre cuáles vale más la pena quedarse en silencio o mirar en otra dirección.

A mí me parece francamente detestable que políticos como Chávez, Morales, Correa o incluso, en su momento, Lula da Silva, reciban como aliado y como amigo a criminales notorios como el presidente de Irán, que Chávez y Castro defiendan a monigotes genocidas como Gadafi, que potencias mundiales utilicen su poder en preservar dictaduras como la de Siria, y que líderes locales de la izquierda peruana no se atrevan a enmendarles la plana, a declarar abiertamente que el apoyo a delincuentes como esos no puede ser otra cosa que una vergüenza, un despropósito y una deslegitimación de sus propios discursos igualitarios y de sus propios ideales supuestamente democratizadores.

Cuando gente como Chávez o Castro muestran, al mejor estilo de los tiranos norcoreanos, que aquello que llaman procesos revolucionarios no son más que el primer paso de tiranías hereditarias, y hacen girar sus gobiernos en torno a la noria del culto a la personalidad, cualquier cosa que digan sobre ideales de igualdad y democratización se convierte en una trivial caricatura. ¿Por qué tendría la izquierda, una izquierda legítima y defensora real de esas causas que en los labios de otros son meros lemas sin fondo ni verdad, por qué debería la izquierda continental, digo, defender esa caricatura y nuclearse alrededor de unos líderes que no representan sino los peores rasgos de un populismo autoritario que le ha hecho más daño que cualquier otra cosa a los ideales de la izquierda en la región? La izquierda no necesita eso. La izquierda necesita deshacerse de ese lastre y asegurarse de que su ejecutoria futura esté signada por una moral desprendida de alianzas estúpidas y retardatarias.

Anoche vi el infame video (abajo) que muestra a Evo Morales coreando, en el marco de un carnaval tradicional, coplas de un aborrecible contenido machista y denigratorio para las mujeres bolivianas, para las que forman parte de su propio gobierno, las que forman organizaciones de defensa de los derechos de la mujer indígena en Bolivia, y, por supuesto, denigratorias para las mujeres en general. El supuesto ingenio del presidente-poeta habla de “quitarles el calzón” a sus ministras y de “llevarse a la cama” a las mujeres de un organismo de lucha contra la discriminación de las indígenas bolivianas. Quienes lo han defendido hacen notar que se trata del tiempo del carnaval, donde lúdicamente las jerarquías se invierten y la moral se pone de cabeza. Pero en un país como Bolivia, donde el abuso contra la mujer y, sobre todo, el desprecio y el abuso contra la mujer indígena, son pan de cada día, resulta torpe creer que una expresión machista y misógina supone la inversión de una jerarquía o la contradicción de los valores tradicionales: lo de Evo Morales es la simple y pura reafirmación de esos valores, cuando mucho liberada de las trabas de la corrección política.

¿Esa es la izquierda que queremos en América Latina? ¿Una izquierda que por un lado proclama ideales de igualdad y justicia social mientras por otro reafirma abiertamente la desigualdad y la injusticia, y hace escarnio público de las víctimas y las somete a una nueva humillación? En el caso de Evo Morales, sumen a todo eso sus ideas acerca de cómo ciertos alimentos reducen “la virilidad de los hombres”, añádanle los discursos en que poco sutilmente marca distancias entre quechuas y aymaras (y su manipulación irresponsable de otros discursos raciales), agréguenle su intención de censurar ciertos libros del canon boliviano sin los cuales los bolivianos difícilmente podrían comprender la marcha de su historia y cómo han llegado a la situación en la que se encuentran, pongan todo eso junto a las fotos de Evo Morales abrazando al presidente de Irán, un régimen autoritario, violador consuetudinario de los derechos humanos, donde la vida misma de las mujeres está librada al capricho de los hombres, y después de hacer todo eso, díganme sinceramente si alguien puede creer que Evo Morales representa el afán progresista y democratizador que la izquierda tiene y debe siempre tener como bandera.

21.2.12

Los estereotipos de Rosa María Palacios

Pensar que todos los ricos tienen dinero no es un estereotipo; pensar que todos los ricos desprecian a los pobres, en cambio, corresponde a una idea estereotípica; el hecho de que la idea sea verdadera cuando se predica sobre uno o más individuos en particular no hace que el estereotipo deje de ser tal. Decir que un rey belga condujo un genocidio en el Congo es expresar una proposición cierta; decir que los belgas tienen una particular tendencia genocida es estereotípico, como lo es decir que los ingleses son flemáticos, los franceses racionalistas, los japoneses calculadores, los alemanes autoritarios y los latinos apasionados: son generalizaciones simplificadoras. Esto puede sonar muy similar a lo que dice Rosa María Palacios al inicio de este artículo, pero en verdad  lo que acabo de anotar sirve para decidir que el fondo del artículo de Palacios es increíblemente retorcido y a todas luces falso.

Si existiera la idea de que toda la gente de la farándula es superficial y tiene sus valores morales de cabeza, esa idea sería estereotípica, por el simple hecho de englobar en una proposición general un universo que es mucho más complejo y una esfera social en la que habitan innumerables personas que no corresponden a esa descripción. Si existiera la idea de que los hijos de la gente de la farándula son invariablemente racistas, soeces, maleducados, prepotentes, agresivos y se sienten superiores a los demás, esa idea sería también un estereotipo. Pero en el caso al que Rosa María Palacios alude no existe ninguna evidencia de que ese juicio preceda al hecho particular (es decir, que sea un prejuicio) ni de que, incluso después del hecho, la idea haya sido propuesta como una verdad general que ataña a todos los hijos de familias de la farándula.

(Hagan memoria: ¿alguna vez han escuchado a alguien expresar algo así como "todos los hijos de los actores de la tele son racistas"?).

Lo que ha ocurrido es mucho más simple: un muchacho se ha portado (a la luz de todas las evidencias mostradas hasta ahora) como un racista, prepotente, soez, agresivo y arrogante, y su madre, una actriz conocida, se ha referido a esas actitudes, con una sonrisa en los labios, como “palomilladas que todos hemos hecho alguna vez”. Y eso ha desencadenado acusaciones de racismo. Decir lo que acabo de decir no es estereotipar a nadie: es describir un hecho, sin que prejuicio alguno lo deforme ni lo condicione. Si eso fuera caer en el estereotipo, entonces la frase “el gobierno fujimorista fue altamente corrupto” sería un estereotipo antifujimorista, y la frase “los marcas asaltan gente” sería un estereotipo antimarca, pero también la frase “dos más dos son cuatro” sería un sospechoso estereotipo acerca de la conducta de los números dos cuando se reúnen en parejas.

Lo indignante del artículo de Rosa María Palacios es la manera calculadamente engañosa en que coloca en un mismo plano nociones que están en planos muy distintos. “Los serranos son sucios”, una idea que ella propone como ejemplo de estereotipo, ciertamente lo es: es uno de los estereotipos más tristes y ofensivos del racismo peruano. Pero si alguien usa epítetos racistas para ofender a quien cree inferior y marcar una diferencia con él y yo digo sobre ese alguien que es un racista, no lo estoy estereotipando: lo estoy describiendo en función de su conducta individual, y si una figura de autoridad en su vida elige llamar al hecho una “palomillada” y yo digo que esa persona está siendo irresponsable, eso también es la descripción justa de un hecho puntual, no una acusación estereotípica.

La inmoralidad crucial del artículo de Palacios reside en la idea de que llamar racista al racista es equivalente a llamar sucio al cholo. Y como existe el juicio general de que Palacios es una persona inteligente, cabe preguntarse con qué objetivo usa una columna en un diario para difundir una idea tan atrozmente desviada de la verdad, especialmente en un país como el nuestro, que ya bastante tiene con el racismo como para que sus líderes de opinión quieran pasar el racismo por paños tibios. Ah, pero claro, entonces uno relee el artículo de Palacios y se encuentra con esas frases hacia el final: esas frases donde ella acusa de linchamiento y de conducir “juicios populares” a quienes “promueven las causas contra el racismo”. O sea que ahora, para Palacios, el problema no es el racismo (que tristemente ejemplifica el caso del que hablamos), sino la supuesta prepotencia de quienes luchan contra él. Me pregunto: ¿no está Palacios construyendo un estúpido estereotipo?
...

20.2.12

El ¿intelectual? Abimael Guzmán

...
Hace poco el tema de la enseñanza escolar de nuestra historia reciente, y particularmente la enseñanza en los colegios de asunto de la violencia política de los ochenta y los noventa fue materia de discusión pública, aunque, víctima de la naturaleza espasmódica de los ciclos noticiosos, el debate cayó en nada, o en muy poco, prematuramente.

Una cosa que no suele subrayarse suficientemente (aunque sí lo hacía, entre otros, el querido y recordado Carlos Iván Degregori) es que la historia de Sendero Luminoso estuvo ligada desde sus orígenes y a través de los años con la cuestión educativa. Sendero Luminoso fue fundado por un profesor universitario de filosofía; entre sus líderes más sanguinarios hubo otros maestros que fueron discípulos suyos; los primeros intentos de articulación de una base instrumental de Sendero Luminoso se produjeron en escuelas secundarias del departamento de Ayacucho, a través de profesores; sus primeras escaramuzas políticas se dieron en ese nivel; Sendero Luminoso mantuvo por más de una década las infames escuelas populares donde a centenares de niños y adolescentes se les lavó, o más bien ensució el cerebro con consignas y dogmas tan estúpidos como arbitrarios.

Por una carta pública que suscribe un grupo de escritores me entero de un hecho reciente, curioso, no poco prepotente y que quiero mencionar por su arbitrariedad. Quiero aclarar antes, porque se trata siempre de un tema delicado, que sólo tengo una fuente para enterarme del asunto, y que esa fuente es la misma carta a la que me refiero, firmada por autores como Daniel Alarcón y Miguel Gutiérrez. Según ella, el escritor Rafael Inocente, que es también un ingeniero zootécnico, ha sido separado de su cargo como director técnico del Instituto Tecnológico Pesquero por haber declarado en una antigua entrevista que Abimael Guzmán era un intelectual, y ese despido habría sido promovido por una campaña del diario Correo y de su inefable director, Aldo Mariátegui.

Una declaración así no parece razón suficiente para cortar la carrera de alguien que, al menos según se afirma en esa carta, estaba llevando adelante proyectos interesantes y originales en su sector. La afirmación de que Abimael Guzmán fuera un intelectual no es en sí misma ni una apología de sus ideas ni mucho menos una suscripción o una adhesión a sus acciones. Es una observación objetiva, que algunos juzgarán correcta, otros falsa y otros banal; yo creo que es banal aclarar que un homicida masivo es un intelectual y creo que es banal recordar como filósofo a quien usó dos o tres lugares comunes del totalitarismo maoísta para articular la ideología que sustentó el mayor crimen de la historia del Perú; pero si uno llama intelectuales a los maestros universitarios de filosofía, la banalidad de la proposición no basta para volverla falsa.

Lo que sucede es que los intelectuales pueden ser buenos o mediocres, pueden ser relevantes o irrelevantes, agudos o superficiales y, ciertamente, pueden ser también inteligentes o idiotas, cultos o ignorantes, y su impacto en la sociedad puede ser positivo o puede ser destructor. El hecho de que Abimael Guzmán fuera, de oficio, un intelectual no lo salva de caer en el segundo término de cada una de esas oposiciones.

(Por eso me parece sorprendente que la carta de los escritores que denuncian la injusticia de lo hecho con Rafael Inocente se empeñe en demostrar que Abimael Guzmán es una persona inteligente para demostrar que es un intelectual, hasta el absurdo de citar como prueba un pasaje del célebre libro de Simon Strong sobre Sendero Luminoso: "Guzmán fue el mejor alumno del tercer grado, el tercero en el cuarto grado, y el segundo en el quinto grado. Sacaba siempre las mejores notas en conducta y orden". Por favor: la inteligencia no es privativa de los intelectuales, los intelectuales no son todos ellos particularmente inteligentes, y francamente no sé qué tienen que ver las notas de primaria con la condición de intelectual de alguien).

Cualquiera que lea las tesis de Guzmán, sus textos, sus declaraciones en la miserable "entrevista del siglo" de El Diario, y que lea todo eso desde un cierto conocimiento de los temas sobre los cuales habla, tiene que notar de inmediato que Guzmán es una máquina de lemas incoloros y paporreteos inconducentes, incapaz de articular una reflexión que vaya más allá de la ceguera fanática, poco menos que un orate cuyas teorías sobre la sociedad peruana sólo podían ser practicables si primero se destruía por completo esa sociedad, no porque eso fuera un gesto revolucionario, sino porque cada idea suya es un lecho de Procusto, una máquina hecha de guillotinas: sus ideas sólo tendrían sentido (y un sentido atrofiado y aborrecible) en un país que nunca existió, que no existe y que afortundamente jamás existirá, un país que sólo habita en su mente alucinada.

Entonces, a riesgo de sonar contradictorio, quiero extender una cosa que dije antes: Abimael Guzmán es un intelectual, sí, pero sólo en el sentido oficioso, burocrático y tramital; en el sentido trascendente en que un intelectual es alguien que, más allá de otras virtudes o de otros defectos, por todos los medios a su alcance intenta comprender el mundo que tiene en frente suyo, que formula hipótesis y las transforma al ver que no coinciden con la realidad, que está dispuesto a que esa realidad influya en sus ideas hasta reformarlas y convertirlas en algo más, en ese sentido, digo, Abimael Guzmán es cualquier cosa excepto un intelectual. Por eso es tan difícil seguir la evolución de las ideas de Guzmán y tan claro, en cambio, seguir las de cualquier verdadero filósofo: porque en Guzmán no hay evolución sino una maniática repetición. Eso, sin embargo, vuelve a subrayar la banalidad de la afirmación de Rafael Inocente, pero sigue sin convertir al escritor en cómplice, discípulo o defensor de Guzmán.

¿Por qué comencé este post hablando de la relación entre nuestra violencia política y la educación peruana? La respuesta puede decepcionar a muchos, porque me lleva de regreso a un asunto que me obsesiona a mí pero que parece no interesar a muchos en el Perú de hoy, donde todo lo que suena académico parece sospechoso y desconfiable: yo creo que si el Perú tuviera una academia bien constituida, es decir, un sistema universitario coherente, riguroso, democrático y extenso, y un sistema escolar consistente, correctamente estructurado y funcional, Sendero Luminoso jamás hubiera existido.

Y no lo digo en el sentido general e idealista en que queremos creer que un país educado es un país que está indefectiblemente salvado de la violencia (pocos países más contundentemente academicistas que Alemania en los años treinta), sino en un sentido más coyuntural y particular: ninguna academia seria hubiera permitido que un cero a la izquierda de la filosofía como Abimael Guzmán, un incoherente disparatado incapaz de percibir el mundo moralmente, accediera a la posición de jefe de un departamento de filosofía en una de las universidades cruciales del interior del país, mucho menos tratándose de una universidad nacional.

La academia peruana fue la primera en brindar a Abimael Guzmán un poder simbólico que provenía, irónicamente, de unas credenciales provistas por el Estado y que lo colocaban en la posibilidad de influir sobre las mentes de muchos jóvenes maestros y aun más jóvenes estudiantes. El sistema escolar peruano fue quien dio a Sendero Luminoso el circuito propicio para la expansión y la diseminación de sus ideas.

Ahora bien: ¿qué cosa se ha hecho en el Perú, en los últimos treinta años, para modificar esa situación? Nada. O al menos nada positivo: nuestro sistema universitario es un desastre, uno de los menos serios del planeta, sobrepoblado de promotores de la educación que en otros países no obtendrían licencias ni para montar un circo. Y nuestros colegios... Todos sabemos las cosas que pueden pasar en nuestros colegios. Quienes se preocupan por un resurgimiento de fenómenos como en del Sendero Luminoso, no deberían concentrarse en la caza de brujas al estilo Aldo Mariátegui: deberían invertir su tiempo en montar campañas para que el Perú tenga un sistema educativo digno.

(Nota: Dicho sea de paso, espero que Rafael Inocente recupere su trabajo como ingeniero zootécnico en el organismo estatal, pero quiero recordar a mis lectores que yo de Rafael Inocente sólo he recibido insultos y vulgares desplantes. Confío en que es mejor zootécnico que escritor, sin embargo, y que también, tarde o temprano, en su trabajo como autor, reemplace la banalidad con ideas).
...